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Detalle de portada. «Los extraños» de Jon Bilbao

Detalle de portada. «Los extraños» de Jon BilbaoJon Bilbao

Ficción / Novela

«Los Extraños»: el hombre es un ovni para el hombre

Jon Bilbao atrapa al lector con una novela corta en que la cotidianidad de una pareja en crisis se ve alterada por la irrupción de unos misteriosos visitantes

Detalle de portada. «Los extraños» de Jon Bilbao

impedimenta / 114 págs.

Los extraños

Jon Bilbao

La rutina juega a luz de gas con nosotros. Y lo hace sirviéndose de lo más nimio. El propio sentimiento de déjà vu es una gran tramoya de la conciencia. Que levante la mano quien no se haya visto desde fuera en medio de una migraña, quien no haya pensado que ese brazo no es suyo sólo porque lleva cinco minutos hormigueando. Por eso somos extraños de nosotros mismos, en cierta manera ovnis. Cuanto más lo son, para nosotros, los demás.

Los Extraños, intrigante y solvente nouvelle de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972), lo plantea de manera alegórica con gran economía de medios: sólo hace falta una casa, dos parejas y la visita de tres objetos no identificados en el cielo de Ribadesella. Allí, localidad natal del autor (un biógrafo podría escarbar en las implicaciones personales del relato), pasan unos días Jon y Katharina en casa de los padres del primero, que viven por temporadas en Canarias. La pareja se nos muestra desde el principio en franca crisis, aburridos como ostras, hasta el punto de ocupar distintas salas para sus trabajos y comunicarse por mensajería. Todo ello agravado por un incipiente embarazo que parece ser el punto de no retorno del amor a la rutina de pareja. La casa, metafóricamente hablando, se resquebraja.

Es ahí donde entran los extraños del título: primero son tres luces presuntamente alienígenas en el cielo; y de seguido, dos visitantes: Markel, primo segundo de Jon con quien jamás se ha visto, y Virginia, una misteriosa asistenta. El encuentro con los «otros» y el modo en que alteran y difuminan las fronteras de ese «sistema cerrado» que conforma una pareja (autor y protagonistas son ingenieros, de ahí que me permita el guiño) es un recurso con amplios y buenos precedentes en cine y literatura. En el primer tramo del libro recordamos el planteamiento de Madre de Darren Aronofsky (embarazo incluido), mientras que el devenir de los hechos nos remite inevitablemente a la Casa tomada de Cortázar: «se están atrincherando abajo», llega a decir Katharina.

«Los extraños» participa de esa dinámica en boga de hacer converger el género con el realismo y la narración de lo cotidiano

Llegados a este punto, lo que le interesa a uno es saber quiénes son Markel y Virginia, qué quieren, por qué compran una tele de 55 pulgadas para pasar sólo unos días, cómo se les ocurre abusar así de la hospitalidad. La irrupción de estos agentes externos opera sobre la pareja en declive, los obliga a despertar y defenderse de su influencia; es su pervivencia la que está en juego. Ese acicate hace que olvidemos las preguntas directas sobre Jon y Katharina con que abrimos el libro. Bilbao, situándose junto a ellos, nos coloca frente a los extraños, nos entretiene e intriga con los huéspedes como le sucede a sus protagonistas principales. Por un momento, olvidamos los problemas de pareja de Jon y Katharina de la misma manera que se olvidan ellos mismos. Pero el autor sabe que un espejo sólo sirve para reflejar y los visitantes hacen las veces de espejo en este relato y también de cristal esmerilado. A través de los «otros» toman conciencia de sí mismos.

Los extraños participa de esa dinámica en boga de hacer converger el género (en este caso, un mix de ciencia ficción, misterio doméstico y hasta gotas de espionaje) con el realismo y la narración de lo cotidiano. En las últimas décadas, el género ha colonizado parcelas, ha salido del ghetto. El western ya no es Zane Grey (o nuestro Estefanía), sino Cormac McCarthy, y el terror ha transitado de la cripta de un Polidori al Premio Herralde.

Bilbao, cuentista reconocido, sostiene la trama sin decaer. No le interesa desentrañar las claves de interpretación de la realidad de sus personajes sino inculcarnos su desasosiego, acompañarlos en ese instante en que las certezas se fragmentan. La elusión y austeridad del estilo juega a favor de la obra, pues remarca el azoramiento ante lo extraño que invade la rutina. Sólo en alguna ocasión, el autor mete la cuchara más de la cuenta, adulterando su propio estilo neutro y neutral, como cuando se refiere a la cháchara de Markel como «autocomplaciente, bienintencionada y previsible». Peccata minuta.

Lo importante es que Bilbao nos lleva de la mano hacia el desenlace acuciando el interés, en progresión y sin altibajos. Es cierto que la propia inconcreción en que se mueve voluntariamente el relato, junto con las diversas puertas e hipótesis que abre, puede hacer que algunas expectativas queden sin satisfacer una vez cerrado el libro. Eso dependerá del lector y, por lo demás, es el riesgo inherente a la apuesta alegórica del autor.  

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