Los medievalistas Lluís Sales y Carles Vela, comisarios de 'Toda la cera que arde', en la Catedral de Barcelona.

Los medievalistas Lluís Sales y Carles Vela, comisarios de 'Toda la cera que arde', en la Catedral de Barcelona.Guillermo Altarriba

Historia

Los secretos de la cera de abeja, el producto de lujo que marcó la Barcelona medieval

El Museo Diocesano y la Catedral acogen la exposición ‘Toda la cera que arde’, comisariada por los medievalistas Lluís Sales y Carles Vela

Aunque hoy en día se trata de un producto casi en desuso, la cera de abeja era uno de los materiales más buscados en los países cristianos durante la Edad Media. ¿El motivo? «La cera es imprescindible en la liturgia cristiana: en todas las ceremonias ha de haber una llama que ilumina», explica el medievalista e investigador de la UB Carles Vela en la entrada de la exposición Toda la cera que arde, en el Museo Diocesano de Barcelona.
Tanto Vela como el investigador del King's College de Londres Lluís Sales son los comisarios de esta muestra, que repasa la historia y las curiosidades del uso de este material en la sociedad catalana medieval. Toda la cera que arde se puede visitar hasta el 16 de mayo, aunque el mejor día para hacerlo son los jueves, cuando se puede acceder a una visita guiada por la antigua cámara donde se elaboraba la cera de la Catedral de Barcelona.

Un material único

La cera –recuerda Vela– tenía un uso litúrgico, y no se usaba para iluminar la catedral: para eso se empleaba aceite o sebo, grasa animal. Los comisarios de la exposición nos invitan a imaginarnos la escena: una Europa con las iglesias llenas, y en cada una de ellas era necesario usar velas varias veces al día para atender las celebraciones. «Es un producto de lujo con una demanda inflexible: siempre necesitamos cera», explica Sales.
Uno de los apartados de la exposición: cera sin tratar, blanqueada y tintada de colores.

Uno de los apartados de la exposición: cera sin tratar, blanqueada y tintada de colores.Guillermo Altarriba

En torno al siglo XIII, continúa, los países del Occidente cristiano se dan cuenta de que sus apicultores no producen suficiente cera para atender la demanda. A raíz de esta necesidad se desarrolla una amplia red comercial para traerla, sobre todo desde los reinos musulmanes del norte de África, pero también del Báltico y de la zona de la actual Crimea. Para Sales, esto rompe con el esquema mental de que las sociedades medievales eran inmóviles y no comerciaban a larga distancia.
«En el proyecto que hicimos con el King’s College calculamos que entre los años 1450 y 1650 entraban en Europa desde estas tres zonas periféricas tres millones de kilos de cera cada año», relata. Este proceso de importación encarecía el producto, que luego además tenía que pasar por un proceso para blanquearse al sol, porque la cera blanca es la de mejor calidad y la que quema mejor. «En el siglo XV, un kilo de cera costaba el equivalente al trigo para alimentar a 34 barceloneses», detalla Sales.

Una excusa para ostentar

Los investigadores también han documentado cómo, al tratarse de un producto de lujo, las velas y los cirios adquirieron durante este periodo un cierto carácter de ostentación y de competición. En la exposición se muestra el ejemplo documentado del entierro de Juan de Girona –acompañado por cuatro cirios de ocho libras cada uno– y el de su esclava María, que apenas se enterró con cuatro cirios de dos libras.
Esta tendencia también se observa en elementos como los cirios pascuales. «En la Baja Edad Media documentamos cirios pascuales de hasta 200 kg, ¡e incluso escaleras de madera para subir a encenderlos!», comenta Sales. Debido al elevado precio de la cera, las iglesias recogían la cera sobrante y la refundían como práctica habitual. También había candeleros –explica Vela– que alquilaban cirios: los pesaban antes de salir de la tienda y al llegar, y cobraban la diferencia que había ardido.

La Catedral de Barcelona

Toda la cera que arde está dividida en dos espacios: la planta baja de la Casa de l’Almoina y la antigua cámara donde Sales y Vela han concluido que se ubicaba el taller de cirios y candelas de la Catedral de Barcelona, bajo el tejado. «A principios del siglo XVI, la Catedral decide contratar a un candelero y habilita un obrador para hacer las velas dentro de la iglesia», explica Sales.
Cámara de la Catedral de Barcelona donde se ubicaba el antiguo obrador de velas.

Cámara de la Catedral de Barcelona donde se ubicaba el antiguo obrador de velas.Guillermo Altarriba

Este fenómeno encuentra eco en esa época en otras catedrales, como en Toledo o en Mallorca, y puede deberse –según la hipótesis que manejan los medievalistas y comisarios– a un proceso de inflación en el conjunto de Europa y de empeoramiento de la vida de las clases populares.
Toda la cera que arde está abierta hasta el próximo 16 de mayo, aunque Sales adelanta que la recepción ha sido «excepcionalmente buena», y revela que la catedral ha decidido quedarse con la exposición de forma permanente, adaptándola a un formato más reducido y museizando la sala del antiguo obrador de velas. Está previsto que esta pueda visitarse más a partir de otoño o invierno.
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