Reportaje
El éxito inesperado de la escuela de campaneros pionera en Cataluña: «Su sonido es extraordinario»
Decenas de alumnos en lista de espera dan fe de la acogida del primer curso de la Escuela de Campaneros de la Vall d’en Bas
¡Dong! Un profundo latido de metal recorre el valle. ¡Dong! Desde hace unos meses, en el pequeño pueblo de Joanetes las campanas cantan más que nunca. ¡Dong-ding-doong! No es para menos: en octubre del año pasado, el campanario de la iglesia de Sant Romà se convertía en el corazón de la Escuela de Campaneros de la Vall d’en Bas, un centro pionero en Cataluña.
Encaramados a la torre románica, 18 alumnos resucitan, toque a toque, un lenguaje casi olvidado. «La escuela ha tenido un éxito que no esperábamos», asegura su impulsor, el músico Xavier Pallàs, y añade: «Abrimos la convocatoria con 12 plazas, pero se llenaron el primer día, así que la ampliamos… y ahora tenemos a otras 60 personas en lista de espera».
Excrementos y tesoros
La idea de la escuela nació, paradójicamente, de los excrementos de las palomas. En concreto, de las heces que inundaban, a veces literalmente, muchos de los campanarios a los que subió Pallàs hace unos años, cuando estaba enfrascado en la tarea de hacer un inventario de todas las campanas de la comarca de La Garrotxa, más de 200.
«He subido a campanarios que tenían, literalmente, dos palmos de mierda de paloma… y se me caía el alma a los pies al ver su estado de abandono», recuerda. Allá arriba, no obstante, también encontró un tesoro, en forma de campanas antiguas. La primera que descubrió fue del siglo XVII, pero encontró algunas incluso de los siglos XIII o XIV.
Piezas únicas que –reflexiona– funcionan como una máquina del tiempo, ya que al hacerlas sonar uno está escuchando literalmente el mismo instrumento que movilizaba a los campesinos medievales de la Vall d’en Bas hace siglos, para acudir a misa o avisar de un incendio. «Es prácticamente el único sonido que conservamos de aquella época, ¡es extraordinario!», exclama.
Un lenguaje en vías de extinción
De esta intuición nació el germen de la escuela. Pallàs publicó en 2019 Campanes i campanars de La Garrotxa con el resultado de su investigación, pero no se detuvo ahí. «Me di cuenta de que, además del abandono material, también había un abandono inmaterial», explica el investigador, y recuerda agradecido la ayuda de antiguos campaneros que le enseñaban algunos de los viejos toques. «Me di cuenta de que estaba en la punta del iceberg de un lenguaje a punto de desaparecer».
La Escuela de Campaneros nace, por tanto, con intención de recuperar esta gramática centenaria, y de enseñárselo a una nueva generación. «El objetivo es que haya un campanero en cada campanario de Cataluña», aunque reconoce que se trata de una meta «utópica», ya que en la comunidad se cuentan más de 2.000 torres de este tipo.
Todo ello en el marco de una «tradición rota», la del toque manual, ya que en las décadas de los 70 y los 80 se empezaron a electrificar todos los campanarios de Cataluña: «Era lo moderno», lamenta Pallàs, aunque considera que a los toques mecánicos les falta complejidad y textura. Por eso, en la escuela se forma a los alumnos sobre cómo volver a poner en marcha un campanario, con el objetivo de lograr una auténtica «activación patrimonial», dice el músico.
Pallàs, además, recuerda que el toque manual de campanas ha sido reconocido ya por varios organismos públicos. Desde 2022, la UNESCO lo tiene inscrito en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pero ya en 2017 la Generalitat lo declaró «elemento festivo patrimonial de interés nacional» y en 2019 el Ministerio de Cultura lo reconoció como «manifestación representativa del patrimonio cultural inmaterial».
El toque catalán
Con todo esto en mente, la Escuela de Campaneros abrió en octubre de 2023, bautizada con el nombre de Llorenç Llongarriu, el antiguo campanero de Joanetes, ya fallecido. «Él fue uno de los que más me enseñó», homenajea Pallàs. En lo alto de su antiguo campanario, sobre un suelo de madera renovado, centellean al sol cuatro campanas, dos grandes y dos pequeñas.
«En el toque tradicional catalán, se tocan las cuatro campanas a la vez: dos con las manos y dos con cuerdas atadas a los pies», explica, didáctico, Pallàs. También señala que en este territorio las campanas no dan vueltas completas al tocarse, sino que se ponen boca arriba, «sentadas», y se hacen reposar sobre una palanca de hierro, cosa que condiciona –por ejemplo– la forma del yugo, muy alto y con una piedra que sirve de contrapeso.
Aquí arriba los estudiantes –el más joven tiene unos 30 años y el más mayor, unos 70– aprenden los distintos toques, tanto los religiosos –llamadas a la oración, a misa, a difuntos– como los civiles, para alertar de un incendio o de la llegada de un ejército enemigo. «Eran toques que podían llegar a ser muy complejos, y advertir de la dirección por la que llegaban los atacantes, o cuántos sacerdotes oficiaban un entierro», explica Pallàs.
Para el músico, tocar campanas en el siglo XXI no solo sirve para conservar un lenguaje centenario: «Pueden tener la misma función que antes, informar y transmitir sentimientos, como alegría en un día de fiesta o pena en un momento de duelo». Para Pallàs, en un momento en el que toda la información llega individualizada a través de la pantalla del smartphone, las campanas tienen la virtud de construir comunidad.
En esta línea, desde la escuela han desarrollado nuevos toques civiles, como un toque por la paz y los derechos humanos, basado en el Himno a la alegría de Beethoven. Además, Pallàs no olvida el simbolismo religioso que los toques aún tienen para los católicos, aunque plantea el debate sobre si una confesión religiosa ha de «ocupar el espacio sonoro en una sociedad diversa».