Frontera con Francia, en el Collado de BelitresWikimedia

Historia

¿Existió la «Cataluña norte»? Así nació el término nacionalista para referirse al sur de Francia

Aunque hoy su uso se ha generalizado, en realidad el término «Cataluña norte» es de nuevo cuño

Aunque hoy su uso se haya generalizado en el nacionalismo catalán, el término «Catalunya Nord» –o «Cataluña norte»– es de nuevo cuño. Su inventor fue el francés Alphonse Mias, que «catalanizó» su nombre a Alfons y es considerado como un ‘apóstol’ del catalanismo en el Rosellón francés.

Mias nació en la comarca del Vallespir, y como político luchó por la unidad política de ese territorio que definió como «Cataluña Norte». Cabe recordar que Mias no se sintió atraído por el catalanismo hasta 1930, cuando tenía 27 años, al casarse con una chica de Barcelona. A pesar de sus esfuerzos, tras su muerte el término quedó olvidado, y él también.

Fue otro natural del Vallespir, Llorenç Planes, quien lo recuperó, en la publicación El petit llibre de la Catalunya Nord («El pequeño libro de la Cataluña Norte»), de 1974. Como político, Planes fundó Unitat Catalana, y luchó para estrechar las relaciones entre Cataluña y aquella zona del sur de Francia.

El termino cuajó finalmente en el ideario nacionalista y se ha mantenido hasta el día de hoy, a pesar de que, legalmente, no existe una «Cataluña Norte». Planes –que sobrevivió durante toda su vida vinculado a la política francesa, a pesar de lo que predicaba– defendía el uso del término basándose en los antiguos condados del Rosellón y la Cerdaña que, según él, España regaló a Francia en 1659.

Los antecedentes históricos

Ahora bien, ¿realmente España entregó una parte de su territorio a los franceses? Lo cierto es que sí hubo una cesión por parte de los españoles… pero gran parte de la culpa la tuvieron los políticos catalanes de entonces. Y para entenderlo, hay que remontarse algo más atrás que 1659, hasta la guerra dels Segadors que se libró entre 1640 y 1652.

Ilustración del Corpus de Sangre, el detonante de la guerra 'dels Segadors'Wikimedia

Durante aquella guerra, Cataluña pasó, de facto, a ser francesa. El 7 de septiembre de 1640 se firmó el pacto de Ceret, un acuerdo en el que participaron los catalanes Francesc de Tamarit y Francesc de Vilaplana, así como el cardenal Richelieu. Dicho pacto establecía que Cataluña recibiría apoyo militar de Francia, se separaba de España y quedaba constituida como república libre bajo la protección del país galo.

El ideólogo fue Pau Claris, presidente de la Diputación del General. Es decir, era el máximo representante del órgano recaudatorio del conde de Barcelona. Con el tiempo los catalanes se dieron cuenta que se vivía peor como súbditos de Luis XIII que con Felipe IV, pero ya era tarde. Era tanto el odio contra todo lo que ellos llamaban «español» que no les dejaba ver la realidad.

El tratado de Ceret le costó muy caro a España. Así lo describía el historiador Jaume Vicens Vives:

La revolución catalana del siglo XVII fue un espectáculo de extremo confusionismo: guerra patriótica, guerra civil y revolución social, lucha internacional. ¡Qué gran martirio durante veinte años! Si el conde-duque de Olivares pretendió llevar la lucha política al terreno que le convenía, el alzamiento popular, nuestra gente le facilitó el cometido…

Si la monarquía española de mediados del siglo XVII hubiera tenido la décima parte de la fuerza que aparentaba su fachada, es indudable que el año 1714 se habría adelantado setenta años… Todo ello había sido como un paso cómico, si la revolución de 1640 no hubiera hecho incubar un recelo fundamentado entre catalanes y castellanos, no se hubiera establecido una divisoria entre dos clases de catalanidad: la patriótica y la colaboracionista.

Y dice bien Vicens Vives. Aquel movimiento se cerró en falso. Si Felipe IV hubiera planificado y puesto en práctica lo que luego fue el Decreto de Nueva Planta, los hechos ocurridos después de la muerte de Carlos II, la guerra de Sucesión, no hubiera ocurrido y el nacionalismo catalán hoy no celebraría la derrota del 11 de septiembre. Pero la política de Felipe IV flaqueó y el final ya lo conocemos.

El Tratado de los Pirineos

El final de la guerra entre España y Francia llegó en 1659 –la fecha a la que se refería Planes– con el Tratado de los Pirineos. Este se firmó en la isla de los Faisanes, en Guipúzcoa, por Luis de Haro, en nombre de Felipe IV, y el cardenal Mazarino, en nombre de Luis XIV.

Francia consiguió el condado de Artois –menos Saint-Omer y Aire sur-la-Lys–, así como las plazas fuertes en Flandes de Henao y Luxemburgo. También se le cedió el Rosellón, el Conflent, el Vallespir y una parte de la Cerdaña. Con lo cual se cambió la frontera con Francia, que a partir de ese momento tendría como linde los Pirineos. La única localidad catalana que quedó en territorio francés fue Llívia (Gerona).

Por culpa de Pau Claris y las políticas llevadas a cabo durante la guerra dels Segadors, se perdió un territorio: fue una revolución inútil y estéril. En aquel momento también se acordó la boda de Luis XIV de Francia con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV. La novia tenía una dote de medio millón de escudos de oro. En contrapartida, Luis XIV renunciaba a sus derechos sucesorios del trono español.

El Tratado de los Pirineos también incluía un indulto general y la restitución de los bienes de todos aquellos que habían sido perseguidos. Francia incumplió el compromiso de mantener vigentes los Usatges de Barcelona –usos y costumbres que forman la base de las constituciones catalanas– y sus instituciones. Todo eso fue derogado poco después, prohibiéndose el uso del catalán en el ámbito público y oficial en aquellos territorios.

Con el Tratado de los Pirineos, Cataluña quedó mutilada. La guerra dels Segadors no fue una victoria contra la política descentralizadora de Felipe IV. Tampoco un soplo de libertad al proclamar la república catalana y convertirse en franceses. Aquellos pasos convirtieron en una colonia sin ningún interés a Cataluña, que perdió parte de su territorio por un error de Pau Claris.

Se dieron cuenta, demasiado tarde, que vivían mucho mejor con Felipe IV que con Luis XIII. Con lo cual, nadie puede vanagloriarse de aquellos hechos que no son gloriosos, sino vergonzosos. Y la política catalana entró en decadencia hasta que sucumbió el 11 de septiembre del 1714. Pese a todo ello, la ilusoria «Catalunya Nord» sigue siendo hoy el sueño húmedo del nacionalismo catalán.