El rey Pedro III de Aragón, retratado en el collado de las Panizas por Mariano Barbasán

El rey Pedro III de Aragón, retratado en el collado de las Panizas por Mariano BarbasánWikimedia

Historia

La pregunta que acompleja al nacionalismo: ¿por qué Cataluña nunca fue un reino, pero Aragón y Valencia sí?

Un recorrido histórico para responder a una cuestión espinosa para el independentismo catalán

En un artículo anterior comentábamos el origen de la expresión «Principado de Cataluña», que es un término jurídico que empezó a usarse en el siglo XIV para nombrar al territorio bajo jurisdicción de las Cortes Catalanas. Su soberano era el conde de Barcelona, que a su vez era también el rey de Aragón, de Valencia y Mallorca.

Dicho de otra manera, el título del Principado no es un título nobiliario, sino tradicional, que ostentan los futuros Reyes de España —Leonor de Borbón es «princesa de Gerona» por este motivo—, aunque el término no queda reflejado en el Estatuto de Autonomía catalán, que se limita a la denominación de «comunidad autónoma».

Ahora bien, la pregunta que uno se puede hacer, y que puede irritar al nacionalismo, es: ¿por qué Cataluña nunca fue un reino como Valencia o Mallorca y siguió siendo un grupo de condados dentro de la Corona de Aragón? La respuesta corta es sencilla: por imperativo legal de los nobles. Sin embargo, vamos a analizarlo en profundidad.

Condados independientes

Desde los siglos IX y X, el territorio de lo que hoy es Cataluña eran una serie de condados independientes, que batallaban entre sí para ampliar su dominio territorial. Por ejemplo, el condado de Ampurias era superior al de Barcelona, al ser una potencia naval. Barcelona era un condado pequeño, con unos 1.500 habitantes y sin influencia política.

Todo cambió en el siglo XI, cuando el conde de Barcelona pasó a serlo también de Gerona, Osona, Besalú, Cerdeña, Rosellón y el Pallars Jussà. A partir de ese momento, Barcelona empezó a tener un peso específico, políticamente hablando, y los otros quedaron subordinados a este. Luego amplió su influencia con Lérida y Tortosa. Con lo cual, en el siglo XII, la división territorial en condados quedó unificada en la figura del conde de Barcelona.

Mapa de España en el siglo XI, con el condado de Barcelona visible

Mapa de España en el siglo XI, con el condado de Barcelona visibleWikimedia

A partir de ese momento vinieron las Cortes catalanas y la Diputación del General, que no debe confundirse con la Generalidad de Cataluña, aunque a menudo se las relaciona. Esta institución era un órgano recaudatorio del conde de Barcelona para cobrar los impuestos, y no tenía poder legislativo. Quien sí lo tenía eran las Cortes, que siempre se celebraron en presencia del rey de Aragón, a partir de Ramón Berenguer IV, cuando se casó en el 1150 con Petronila de Aragón y se unieron los dos territorios.

Desde entonces, las cosas no fueron a mejor, al menos en lo referido al gobierno de Cataluña y a su enfrentamiento con Aragón por marcar una independencia en la manera de gestionar la política del territorio. Eso no quiere decir que Cataluña fuera un territorio independiente, como apunta el nacionalismo catalán, pero el volumen poblacional y económico catalán era superior al de Aragón, por concentrar el comercio mediterráneo.

El ¿reino? de Cataluña

En su momento, el rey Jaime I denominó a Cataluña como el «mejor y más noble reino de España». También otros autores se refirieron a los reinos de Cataluña, Aragón y Valencia. Sin embargo, esta nomenclatura, en la práctica, nunca existió. También en el siglo X, cuando los condados catalanes eran soberanos de facto, los condes se intitulaban príncipes, como muestra de soberanía, no de herencia dinástica.

El punto de inflexión tuvo lugar en 1283, en las cortes que se celebraron siendo Pedro III rey de Aragón y conde de Barcelona. Aquí se acordó que Cataluña nunca fuera un reino. Hasta ese momento, Cataluña estaba gobernada por señores feudales, dueños de la tierra y propietarios de quienes la cultivaban.

Cada señor gozaba en sus dominios de una autonomía que sólo limitaba la costumbre, convertida en ley y codificada en los Usatges o «usos», que regulaban las relaciones entre señores y entre éstos y el conde de Barcelona. Los señores eran vasallos directos del conde, y los campesinos estaban sometidos a él indirectamente, a través de la dependencia que tenían respecto a sus señores, que eran los únicos que tenían acceso a la Curia condal.

Pedro III de Aragón en el lecho de muerte de su padre, Jaime I, en un óleo de Ignacio Pinazo Camarlench

Pedro III de Aragón en el lecho de muerte de su padre, Jaime I, en un óleo de Ignacio Pinazo CamarlenchWikimedia

Dicha Curia era el organismo que asesoraba al conde en las decisiones que afectaban al conjunto del Principado. El resto de los catalanes para nada intervenían en la dirección de Cataluña. Los señores laicos y eclesiásticos representaban, sin que éstos intervinieran para nada, a sus vasallos, y el conde representaba a quienes le tenían por señor.

En las Cortes de 1283 se determinó que el conde-rey no podría gobernar sin el consentimiento de los súbditos. La sumisión de Pedro el Grande fue acompañada del reconocimiento de los derechos feudales, entre los que figuraban la administración de justicia por los señores en sus dominios y en el territorio de sus castillos, el derecho de los señores a maltratar a sus súbditos y ocupar sus bienes, la obligación de los campesinos de permanecer en las tierras que cultivaban o de pagar, para cambiar de residencia, las cantidades exigidas por el señor en concepto de redención o remensa…

Dicho de otra manera, se acordó que ni Pedro III ni sus sucesores podían utilizar de forma oficial ningún otro título que no fuera el de conde de Barcelona. Con lo cual quedaba suprimido el de príncipe y su posible vinculación hereditaria, por encima de su carácter honorífico. También decidieron que Cataluña continuaría siendo lo que era, con todos sus privilegios, y que nunca se convertiría en reino.

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