Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, en una imagen de archivo en Waterloo
Cataluña
Ocho años del 1-O: el separatismo catalán lo 'celebra' en mínimos históricos mientras sueña con repetirlo
Junts y ERC intentan salvar los muebles mientras la irrupción de Aliança Catalana sacude el tablero
Este miércoles, el independentismo catalán soplará ocho velas por el octavo aniversario del hito que ha marcado la última década de la política en la comunidad: el referéndum ilegal celebrado el 1 de octubre de 2017, seguido por la declaración unilateral de independencia proclamada por Carles Puigdemont diez días después en sede parlamentaria y suspendida unos segundos más tarde.
Ocho años después, la adhesión a los postulados separatistas ha caído en Cataluña hasta mínimos históricos. Hace dos semanas, la manifestación por la Diada apenas congregó a 28.000 personas –muy lejos de los 1,8 millones de personas que salieron a la calle en 2014, en el punto álgido del procés–, y las entidades que marcaban el ritmo hace unos años, como la ANC y Òmnium Cultural, hoy se han visto reducidas a la irrelevancia.
Los barómetros realizados por la propia Generalitat de Cataluña, a través del Centro de Estudios de Opinión (CEO), confirman la tendencia a la baja del sentimiento separatista: el último constataba que sólo el 40% de los catalanes están a favor de la secesión. Y esta cifra cae en picado si miramos a los jóvenes: el porcentaje de catalanes de entre 18 y 24 años que tiene la independencia como opción preferida de relación entre Cataluña y España ha pasado en sólo una década del 47 % al 27 %.
Un actor nuevo
Todo ello ocurre mientras los dos grandes partidos del procés siguen intentando gestionar la derrota: están en esta situación tanto ERC, que cosechó en las últimas elecciones autonómicas uno de los peores resultados de su historia reciente, como Junts, derrotado por el PSC. Sin embargo, la aritmética parlamentaria hace que, paradójicamente, el independentismo moribundo en las calles tenga una inusitada fuerza tanto en el Parlament como en el Congreso.
La situación de debilidad del Ejecutivo de Pedro Sánchez ha propiciado que tanto republicanos como postconvergentes se lancen a una carrera por ver quién consigue arrancar más cesiones: el traspaso de Rodalies y la «financiación singular», o cupo catalán, son los objetivos prioritarios de ERC, mientras que la cesión de las competencias de inmigración, la oficialidad del catalán en Europa y la amnistía plena para Puigdemont lo son de Junts.
Estas y otras cesiones al separatismo –como la quita de deuda autonómica, la creación de un canal en catalán de RTVE o, recientemente, la polémica con la atención al cliente en catalán– han venido marcando la legislatura, pero tienen una ‘cara B’: ambos partidos se han convertido, en el imaginario independentista, en muletas del sanchismo, cada vez más deteriorado, y muchos consideran que los magros resultados en la práctica no justifican el apoyo.
De ahí que en los últimos meses haya entrado un nuevo actor en el panorama político catalán que ha puesto patas arriba el escenario: Aliança Catalana (AC), el partido ultranacionalista y de línea dura con la inmigración que lidera la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, y a quien una encuesta reciente publicada por La Vanguardia otorgaba hasta 19 escaños en el Parlament, frente a los dos que tiene actualmente.
La líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, en la manifestación
Los acontecimientos se están precipitando, y a la vista de las elecciones municipales previstas para mayo de 2027, varios alcaldes de Junts rogaban esta semana al secretario general de la formación, Jordi Turull, un cambio de rumbo para no verse arrastrados por el tsunami que viene desde Ripoll. En concreto, reclaman aterrizar el discurso en los problemas del día a día y dejar caer el ‘cordón sanitario’ que impide los pactos con AC.
El veto de Podemos la semana pasada a la cesión de las competencias en inmigración ha roto, en la práctica, la mayoría que sostiene al gobierno de Sánchez, y Junts vuelve su mirada a Cataluña para intentar salvar los muebles. Con ERC tratando de salvar la cara por haber investido a Salvador Illa, que ahora retrasa la «financiación singular» hasta 2028 como mínimo, y la CUP caída en combate, el independentismo sopla las velas dividido y agonizante, pero con el deseo nada disimulado de volverlo a intentar en el futuro.