Imagen de la típica coca de tomate valenciana
Uno de los picoteos favoritos de los valencianos y que suena muy raro en el resto de España
Las cocas saladas forman parte del ADN culinario de la Comunidad Valenciana. Se encuentran en panaderías de barrio, hornos tradicionales y mesas familiares, y aunque existen versiones similares en Cataluña o Baleares, es aquí donde este plato mantiene una identidad propia, con una variedad de ingredientes y formas que reflejan la riqueza de cada comarca.
Su base es una masa sencilla, harina, aceite, levadura y una pizca de sal, que se convierte en lienzo para infinitas combinaciones. Están las cocas de tomate con pimiento, atún o piñones; las de verduras como la popular de bledes en Cullera; la coca farcida de Alicante, cerrada y rellena de cebolla, atún y piñones; las cocas de dacsa, elaboradas con harina de maíz en la Marina; o las cocas amb mollitas, irresistibles por su cubierta crujiente. Cada pueblo tiene la suya, cada familia, su receta.
Imagen de la típica coca de tomate con huevo duro
Nacidas del aprovechamiento en hogares rurales, las cocas se han transformado en un símbolo de identidad gastronómica. Cocineros como Pep Romany, en Dénia, las han elevado a la alta cocina con fermentaciones largas y harinas ecológicas, mientras concursos como el Nacional de Coca Creativa de Oliva premian la innovación sin perder de vista la tradición.
Pero más allá de la restauración o los certámenes, la coca sigue siendo lo que siempre fue: comida cotidiana que acompaña almuerzos, meriendas y fiestas. Un bocado que evoca infancia, comunidad y territorio.
Quien visita la Comunidad Valenciana descubre que hay una coca para cada paladar: con verduras de la huerta, con embutidos, con pescado o con masa fina y crujiente. Fuera de estas tierras, sin embargo, pocos entienden qué significa pedir «una coca salada». Y quizá ahí resida su valor: en seguir siendo un secreto compartido entre quienes crecieron con ella.