
La cordobesa María Blanca Ávila Molina, 'Blanca del Rey'
El portalón de San Lorenzo
Blanquita Molina y mister Evans
«Hablando en plata: el cura, y seguramente la mayoría, no tenía ni idea de cómo debía ser el exorno de una Cruz de Mayo y de su entorno»
Desde muy antiguo, era habitual en Córdoba la fiesta de las Cruces de Mayo, si bien era una fiesta cuya celebración y adorno quedaba reducida fundamentalmente a los amplios patios de las casas de vecinos. Es a partir de los años cincuenta del siglo XX cuando empieza de forma definitiva a salir fuera de los muros de las casas, como la Cruz que montaron los hermanos artistas Rafael y Andrés Valverde Luján, vecinos de la calle Tafures, en mitad de esta coqueta calle. Esta pionera Cruz cercana a Santa Marina llegaría a ser tan famosa que hasta uno de los ingenieros americanosmde Westinghouse, un tal míster Evans, el cual estaba entonces participando entre otras cosas en la dirección de los trabajos de construcción de la actual fábrica de transformadores de Hitachi, colaboró muy ilusionado y no se apartaba de allí cuando no estaba trabajando.
Mientras, en mi barrio, con motivo de la llegada como párroco por esas fechas a San Lorenzo de don Juan Novo González, entonces un animoso joven de 27 años procedente de Reinosa (Santander), las Cruces de Mayo fueron uno de los innumerables campos de su iniciativa sin fin. Por ello, con la ayuda inestimable, entre otros, de los jóvenes de la llamada Acción Católica (en aquellos tiempos muy en boga, máxime después de las Misiones de 1954) decidió montar en 1955 una en mitad de la plaza de San Lorenzo, uniéndose así a un modelo de celebración popular que estaba ya impulsando decididamente el Ayuntamiento.
Contó así con gente joven del barrio que se entregó en cuerpo y alma, y de forma desinteresada, a aquella aventura: José Romero, Rafael Cantueso, Miguel Rey, Isidoro Álvarez, Ángel Parejas y Antonio Laguna (quien adornó la Cruz) se contaron entre sus colaboradores más directos de aquel empeño personal. Y su resultado fue magnífico, hasta el punto de que las autoridades de Córdoba, con su alcalde al frente, tuvieron a bien participar en una fiesta de homenaje a esta Cruz de Mayo, que resultó ganadora del primer premio municipal. El acto de entrega del premio se celebró, con su mesa presidencial, en mitad de la plaza, convertida en un singular escenario. El propio alcalde, el gran Antonio Cruz Conde, comentó que ese año suponía un antes y después en el concurso.
La verdad es que la Cruz merecía el primer premio, repleta de macetas donde iba todo el amor y el cariño del barrio. Con el párroco en primera persona fueron casa por casa pidiéndoselas a las vecinas, que por unos días supieron desprenderse (no sin miedos y reservas en algunos casos) de sus cuidadas plantas que estaban en todo su esplendor primaveral. Toda la plaza quedó adornada con macetas, lo que da idea de la respuesta popular. El venerable edificio de la iglesia no se maltrató con ningún clavo (se decía que no lo permitía la Comisión de Monumentos, parece que entonces más diligente que ahora), por lo que ahí se colgaron en el vértice de los arcos del portalón en unas colganderas maravillosas.
Para el montaje de la Cruz y su adorno, don Juan Novo se apoyó en las opiniones de algunos artistas que siempre andaban a su alrededor, como José González del Campo, 'Pepito el sevillano', o los ya citados Isidoro Álvarez y Ángel Pareja, con experiencia en el diseño de las carrozas de las romerías.
Hablando en plata: el cura, y seguramente la mayoría, no tenía ni idea de cómo debía ser el exorno de una Cruz de Mayo y de su entorno, así que fueron improvisando. Hasta las cuatro acacias enormes de la plaza se rodearon de macetas. En el centro se puso un enorme pedestal formado también con macetas, coronado con la preciosa Cruz de claveles rojos y blancos que elaboró Antonio, el hermano de Margarita Laguna Redondo, de la peña La Pimienta. Se aprovechó que esta familia (que había vendido a Antonio Estévez Sanz, el espartero de San Pablo, un huerto en la calle Escañuela) mantenía un despacho de flores y macetas en la calle Duque de Hornachuelos, en el costado derecho de la iglesia de la Compañía.
Ni ambigú ni nada parecido
Hay que decir que en aquella Cruz de Mayo, como en las del resto de la ciudad, no había ni ambigú, ni barras, ni nada por el estilo. Sólo algunas muchachas vestidas de gitanas se dedicaban a postular una pequeña cinta distintiva en la solapa a cambio de un donativo. Entre estas jóvenes podemos citar a Loli Granados, Rosario López, Pili Clemente, Aurora García, Emilia Cantueso, Mari Carmen de la Rubia y María Luisa María, entre otras. Fue tal el éxito y la afluencia de público que llegó a casi llenarse un baño (de aquellos grandes de zinc que se ponían en los patios de vecinos al sol para lavar a la chiquillería) con las monedas que se recogieron.
En esta labor de postulación fue coordinada y alentada por Margarita Laguna Redondo, que continuaría en el tiempo demostrando su gran amor a Córdoba, fundando la Peña de la Pimienta en su casa de la calle Escañuela. Esta Peña de la Pimienta se convirtió en una cátedra viva del amor por las tradiciones festivas de nuestra querida Córdoba.

Autoridades en la Cruz de Mayo de San Lorenzo
En esta foto se pueden ver a distintas autoridades que acudieron al acto de homenaje a la Cruz ganadora del Primer Premio. En primer plano aparece el gobernador militar D. José Sotelo García, militar muy vinculado con el tejido social de Córdoba. En el centro de la foto aparece el Conde de Vallelano, D. Fernando Suárez de Tangil y Angulo, persona que afortunadamente apareció en el horizonte de Córdoba, cuando era ministro de Obras Públicas. A él se debe la avenida más importante que hay en Córdoba, así como el Puente Nuevo. El Sr. Súarez de Tangil, era suegro del alcalde de Córdoba. D. Antonio Cruz Conde, posiblemente el alcalde más importante que tuvo Córdoba, en sus once años de mandato.
Detrás de ellos se pueden ver a tres jóvenes de Acción Católica, con el atuendo de gitanas que se dedicaban a la postulación. La de la izquierda es Emilia Cantueso, la del centro es Lolita Granados, y la de la derecha es la «cuñada» de Parejo, el dueño de la Granja de Nuestra Sra. del Araceli.

El tablao estaba delante de la Cruz de Mayo y siempre rodeado de gente
El tablao de baile
El tablao y las sevillanas corrieron a cargo de Rafaela Álvarez, de la calle María Auxiliadora, que era profesora de baile. Alrededor de la plaza se colocaron vallas que delimitaban la zona donde bailó mucha gente joven que disfrutó de lo lindo, entre ellas la singular Maleni y las ya citadas Mari Carmen de la Rubia y María Luisa María. Además de Fuensanta Saco, Angelita Saco, Pili Casana, Matilde Ordoñez, Rosa Castilla, Magdalenas Sánchez y tantas jóvenes que es imposible recordar.
La música provenía de un tocadiscos de aquellos de La Voz de su amo, instalado en una ventana de la casa parroquial, en cuyo patio aún se podían observar muchas macetas sin sitio para poder colocarlas. A cargo de aquella improvisada megafonía y del micro estuvo Manuel González Cerezo, un hombre perfectamente ilustrado en el amor desinteresado a la ciudad, como demostró con su colaboración en aquellos programas de radio sobre Manuel Rodríguez 'Manolete', e incluso en aquellos Paseos por Córdoba que puso en antena Radio Córdoba.
Como anécdota, hay que decir que este hombre era tan ingenioso y avanzado en sus ideas que fue el que descubrió, se puede decir, la comercialización e implantación de la bolsa de la basura que sustituiría al cajón común de las casas de vecinos, ese que vertían y recogían (a veces hasta con gatos muertos) los callados carreros en sus espuertas. Ya con la bolsa de la basura que introdujo este pionero los vecinos las llenaban y dejaban en la puerta de sus casas para ser recogidas. Se pasaba de los carreros a los basureros.
Blanquita bailó ante la presidencia
Blanquita Molina fue el nombre artístico con el que se presentó una niña flamenca de apenas nueve años que vivía en la calle Imágenes llamada María Blanca Ávila Molina, que irrumpió como un torbellino en esta Cruz de Mayo de San Lorenzo acompañada de su madre. Había nacido en el barrio de San Miguel el 7 de abril de 1946, y lo de la calle Imágenes lo sé porque el cura Novo nos pidió a algunos de los que estábamos por allí que acompañásemos a madre e hija, dadas las altas horas de la noche en que terminó su actuación, hasta su casa.
La chiquilla fue partícipe del gran espectáculo con el que se dio la recepción a las autoridades, incluidos el alcalde don Antonio Cruz Conde y hasta su suegro, el ministro de Obras Públicas Conde de Vallellano. Bailó formando pareja con el más tarde conocido platero José Fernández López, y la verdad que lo hicieron para matrícula.
Esta niña bailaora adoptó después el nombre de Blanca del Rey tras su casamiento con el dueño del Corral de la Morería de Madrid, Manuel del Rey, y adquiriría nombre y fama en España y fuera de ella. Iba vestida con un traje de flamenca muy particular, que no era el clásico vestido de gitana que llevaban las jóvenes que concurrieron a aquella Cruz de Mayo.

Un joven Miguel Rey en representación de los jóvenes que trabajaron en la Cruz de Mayo recibe el premio del alcalde de Córdoba don Antonio Cruz Conde
A las autoridades, ubicadas en una mesa, se les ofreció un refrigerio preparado por el añorado bar Casa Manolo, llamado El Quinielas, que hacía poco que se había quedado (precisamente gracias al dinero ganado con la apuesta deportiva) con el traspaso de la histórica taberna que se había llamado hasta entonces Casa Armenta, situada en plena plaza de San Lorenzo, esquina a la calle Roelas y que era, se puede decir, la taberna del barrio de San Lorenzo por excelencia.
Los que estuvimos de jóvenes recordamos aún aquella primera Cruz de Mayo, aquel peregrinaje de innumerables personas para contemplarla y disfrutar de su ambiente, sano, sin los ruidos, botellones y suciedad que hoy campan a sus anchas. No entraba por la cabeza de nadie que se tuviera que disfrutar molestando o, mucho menos, ensuciando su barrio. Por esos años iniciales de los cincuenta acababan de irse muchas familias del barrio de San Lorenzo a los barrios incipientes de Cañero y Fray Albino, y la Cruz, como un faro, actuó como guía para volver a encontrarse con los suyos. Era inevitable que te contaran lo que significaba para ellos el vivir con independencia en sus casas, sin hacinamiento, con su cuarto de baño y patio propios, su luz, el agua potable que salía dándole a un grifo y hasta su parra… Pero se sentían como obligados a que debían estar en esa Cruz de Mayo. Y allí estuvieron.
«Una maceta maravillosa»
Retomamos al inesperado personaje citado al comienzo de este artículo, míster Evans, que fue uno de los ingenieros procedentes de Estados Unidos (él, míster Jaqued y míster Jonesku) que vinieron a Córdoba a principios de los años cincuenta encargados de la ampliación y puesta en marcha de las instalaciones de Cenemesa adquiridas por la multinacional Westinghouse al otro lado de la vía de Málaga.
Tuvimos la oportunidad de conocerle personalmente cuando allá por el mes de octubre de 1959, siendo aún alumnos de Maestría Industrial en la Universidad Laboral, visitamos la fábrica de Aparellaje de Cenemesa, donde precisamente era su primer director. Recuerdo que salió a nuestro encuentro acompañado de don Constantino Calvo Hidalgo y don Felipe Ronda Agra, dos de sus más próximos colaboradores. Y se me viene a la memoria cuando en la puerta de su elegante despacho nos dijo: «Sois unos jóvenes afortunados. Vuestro gobierno y vuestro país os dan la oportunidad de poder encauzar vuestras vidas profesionales en esos espléndidos y tan modélicos centros de formación que son las Universidades Laborales. Aprovechadlo».
Más allá de su gran labor profesional, míster Evans quedó prendado de la ciudad de Córdoba como un cordobés más. Ya hemos contado cómo no se apartaba de la Cruz de Mayo de la calle Tafures, porque disfrutaba participando o ayudando en su montaje con los hermanos Valverde. Supo también embelesarse como pocos con la visita a los patios engalanados, patios que supo enseñar como orgulloso anfitrión a sus amigos venidos de Estados Unidos como si fueran suyos o algo por el estilo. Lo vimos en nuestras romerías, y se dejó ir muchas veces con el Marqués del Cucharón para visitar aquellas peñas a las que conoció montando sus carrozas. Y dejo para el final lo que disfrutaba en la caseta de Feria que montaba el Grupo de Empresa de Cenemesa en los Jardines de la Victoria.
Colaboró en la revista de este Grupo de Empresa que se publicaba con motivo de las Fiestas Cordobesas del mes de mayo Suyo fue el sentido artículo «Una maceta maravillosa» en clara referencia a lo que para él era Córdoba en su mes de Mayo. La revista, de gran nivel cultural, era dirigida por el arabista don Manuel Ocaña Jiménez, con las colaboraciones de don Dionisio Palacios González, don Fernando García Noci y don Francisco Carrasco Heredia, con el apoyo personal de su director don Francisco Redondo Repullés.
Siempre que pudo, míster Evans salió en defensa de Córdoba y de España porque, según él, a ambas las llegó a entender y conocer como pocos. Sentía también con profundo agradecimiento el trato que siempre le dieron los cordobeses. Por eso, cuando se tuvo que volver para Estados Unidos, seguramente con dolor en su corazón, quiso dejar esta hermosa carta de despedida, que mandó publicar en el diario 'Córdoba' con el título «Adiós Córdoba»:
Diario 'Córdoba' de fecha 7 de diciembre de 1959
En la Sección Crónica Local
Adiós Córdoba
He comido vuestro pan y vuestra sal. He bebido vuestra agua y vuestro vino. He velado con vosotros vuestros muertos. Y la vida que vivís, yo lo he vivido. ¿Hubo algo que no haya compartido? Trabajo, descanso, fatigas tantas veces. Alegrías y pesares… ¡Quedad con Dios, entrañables cordobeses!
Si, y como «Kipling» no solo viví vuestras vidas y gocé de vuestros placeres y tuve parte de vuestras penas, sino que llegué a ser una parte de vosotros mismos. «Cuando tuve hambre me disteis de comer». «Cuando tuve sed me disteis e beber». «Cuando tuve frío me disteis refugio».
Me entrasteis en vuestro corazón lo mismo que en vuestra casa y en vuestra vida, y aunque he viajado por lejanos países y contemplado muchas vidas, nunca he sentido lo mismo que siento por España, porque aquí siento que os pertenezco.
No importa dónde pueda ir en adelante, para mí ésta España, ésta Andalucía, ésta Córdoba será uno de mis mejores y entrañables recuerdos, y una parte de mí se queda con vosotros y así os digo, adiós España, adiós Andalucía, adiós Córdoba.
R.M. EVANS