
La plaza de la Corredera en el siglo XIX
El portalón de San Lorenzo
Historias y aventuras de la plaza de la Corredera
«Fue zona de entrenamiento para el manejo de caballos, y hay estudiosos que retrotraen esta práctica caballar a la época musulmana y hasta romana»
Esta plaza tan singular, la mayor de Córdoba, la plaza grande o plaza mayor, aparece expresamente citada con este nombre en el lejano 1278, concretamente en unos documentos de ventas y alquileres de casas en los que está involucrada una tal doña Olalla, mujer de Domingo Torralva. En esta centuria era mencionada como Bofordan.
Su imagen de entonces poco tendría que ver con la actual traza barroca, ya que aquello sería poco más o menos que la incipiente urbanización de un amplio espacio terrizo cerca de la divisoria, prácticamente despoblada tras la reconquista, entre la Villa y la Ajerquía. Por eso, esta zona fue empleada al principio del nuevo domino cristiano como zona de esparcimiento y entrenamiento para el manejo de caballos, y hay incluso estudiosos que retrotraen esta práctica caballar a la época musulmana y hasta romana, teniendo en cuenta que por la manzana de San Pablo y sus alrededores se ubicaba el circo romano (el de las carreras tipo Ben-Hur), y de ahí vendría el topónimo «corredera», de «correr» caballos.
Así, en un manuscrito de 1450 que se encuentra en la Universidad de Salamanca, escrito por el canónigo, posiblemente cordobés, Gerónimo Sánchez, éste hace una visión apasionada de Córdoba con su sierra, su clima, sus gentes y sus monumentos como la gran mezquita. Pero no se queda aquí y cita también los juegos y distracciones habituales de la población, indicando que la juventud solía realizarlos en esta amplia plaza, donde los vecinos se agolpaban para verlos a caballo en torneos y juegos medievales, comentando también que esta zona era parte del antiguo recinto romano llamado «teatro» (no tenían entonces muy clara la diferencia entre circos, teatros y anfiteatros romanos).
Aparte de los caballos y los juegos, y yendo a temas más serios y mucho menos alegres, consta que en 1356 en el llamado consistorio de la plaza se resolvían toda clase de pleitos con la intervención del alcalde mayor Alfonso López. El edificio desde donde dictaba justicia se ubicaría por las inmediaciones del actual mercado de Sánchez Peña. Allí también estaba la cárcel. Seguramente la plaza fuese ya el lugar preferente para las ejecuciones públicas, como lo sería hasta casi el siglo XIX.

Fachada de lo que fue el Mercado de Sánchez Peña
Por otro lado, en las ordenanzas de 1431 se habla de una regulación de la venta de perdices, palomas torcaces, conejos y otras piezas de caza, que tenían que venderse forzosamente en la plaza de la Corredera. Aprovechando su amplitud, empezaba a configurarse como la gran zona de mercado de Córdoba. En el año 1491 el Concejo de Córdoba dispuso «Que nadie venda pescado fresco [procedente del Guadalquivir] fuera de la Plaza de la Corredera». Pero a pesar de las abundantes normas, las ordenanzas y cuantas normas de regulación se establecieron sobre esta plaza y sus actividades no se podían evitar numerosos conflictos, como el que surgió, precisamente, entre los vendedores de pescado y los vendedores de las carnicerías. Los jueves de cada semana se consolidó la celebración de una especie de rastro o mercadillo como los que suelen darse ahora, regulado por un decreto Real de Carlos V en 1526.
Este trasiego constante de compradores y vendedores, muchos procedentes desde otras ciudades, hizo inevitable que empezaran a proliferar los mesones para dar servicio a la pujante actividad comercial: El Toro, Galiana, La Gallina, El Tinte, La Cáscara o La Naba, entre otros. Y con los mesones venía todo el ambiente que suelen llevar aparejados.
Como también era inevitable cuando se juntan unos pocos españoles, ya en el año 1482 se utilizaba la calleja del Toril o calle del toro para encerrar los morlacos que debían de participar en aquellas fiestas de toros y cañas. Poco después, en 1493, un acta capitular del Concejo de la ciudad ordena pagar a Antonio Rodríguez y Alonso Díaz, vecinos de Córdoba, el precio de dos toros que habían facilitado para lidiar ante el príncipe Juan, el malogrado heredero de los Reyes Católicos, aunque esta vez el espectáculo fue en la explanada junto al Alcázar.
En el año 1499 se tuvo que establecer una ordenanza para regular el agua que salía de un pilar de la plaza inaugurado sólo dos años antes. El mantenimiento de sus cañerías estaba a cargo del alarife Pedro López. Seguramente el pilar se alimentaba del venero de La Romana, que nacía en un pozo de la actual calle María Cristina (antes Arco Real) y se dirigía Espartería abajo hasta la Corredera. En una de las galerías contiguas a lo que hoy es el edificio de Sánchez Peña existen todavía restos de unas tuberías que antaño alimentaban de estas aguas al Colegio de la Piedad, y que en su momento fueron motivo de un pleito por la pérdida de los derechos de las monjas sobre las mismas, que dejaron de funcionar, como la gran mayoría de las procedentes de veneros cordobeses, a mediados del XX.
Este tosco pilar fue sustituido por una fuente labrada en 1598 por el corregidor Francisco Zapata y Cisneros, conde de Barajas. La plaza aún no tenía ni su aspecto ni sus dimensiones actuales, siendo más extensa al llegar todavía su límite norte hasta lo que hoy es la calle Pedro López (entonces Carreteras).
Poco después, en 1607, al corregidor Diego López de Zúñiga le tocó tomar algunas decisiones importantes. Una fue acompañar y apoyar a San Juan Bautista de la Concepción en su intención de abrir un convento de Padres Trinitarios descalzos en Córdoba, a pesar de la fuerte oposición de otras órdenes ya establecidos desde hacía siglos, en particular los cercanos agustinos de San Agustín, que veían aumentar la competencia por las limosnas. Solucionado este problema, fue el turno de los vecinos de la zona de la Corredera, que le pidieron el traslado de la citada fuente a otro lugar «ya que estorbaba para las fiestas de toros y cañas». Las prioridades eran las prioridades.
Así que la fuente se trasladó a la inmediata plaza de las Cañas, y pasado el tiempo a la de San Pedro, de donde sería definitivamente demolida en 1821. Por desgracia, en aquellos tiempos se le daba poca importancia a las fuentes a pesar de que, aparte de su valor histórico y monumental, eran todo un símbolo de vida. Otra que pudo correr una suerte similar fue la de la cercana plaza de San Salvador junto a San Pablo, construida en 1651, que a principios del penoso siglo XIX se venía abajo por falta de mantenimiento. Menos mal que en 1813 fue trasladada, pieza a pieza, a la plaza de San Andrés, donde se ha constituido como elemento fundamental de esta bella plaza.
Como curiosidad, hay que indicar que esta fuente de San Salvador-San Andrés tuvo su momento de gloria cuando en el famoso Motín del Pan de 1652 que estalló en el barrio de San Lorenzo, y que le costó el cargo (y casi la vida) al corregidor Vizconde de Peña Parda, los furiosos amotinados se subieron a ella para lanzar sus proclamas al resto de la población en pleno centro de la ciudad. En este levantamiento popular tuvo un papel destacado, apoyando a sus vecinos, un sencillo presbítero, coadjutor lo llamaríamos hoy, de la parroquia de San Lorenzo, de nombre Juan Palof (o Palop). Cuando murió, el barrio quiso mantener su recuerdo asignando su nombre a la calle Guindo donde había vivido. Perdida la letra final de su apellido así como el recuerdo de su origen, es la actual calle Juan Palo, de la cual en los ‘Paseos por Córdoba’ se da cuenta una peregrina leyenda que explicaría lo de Palo por un hombre que maltrataba a su mujer con una garrota por unas supuestas infidelidades.
Unos años después de esa revuelta, en 1668 vino a visitar Córdoba el banquero Cosme III de Médicis que, como buen empresario, gustaba visitar todo aquello de lo que pudiera tomar buena nota. Tras ser agasajado, este noble florentino fue invitado a una especie de corrida de toros que se montó en su honor en la Corredera. Con la plaza abarrotada de gente que no perdía ocasión de la fiesta y el jolgorio, era muy perceptible el crujir de sus ya vetustas estructuras de madera.
Así que en 1685 el corregidor Ronquillo Briceño, ante Juan Francisco de Vargas y Cañete, escribano del rey, transmite a la corte que las casas y pórticos que circundan la plaza son de una madera prácticamente podrida que representa un grave peligro para todos los ciudadanos que las habitan y para aquellos que asisten a los juegos de cañas y toros que allí se celebran. Por todo ello solicita que se pueda llevar a cabo una nueva fábrica de la plaza con otros materiales. Sería el origen de su fisonomía actual, perfilada como un gran rectángulo de 113 por 55 metros.
Aprobada la petición, el proyecto fue realizado por el arquitecto salmantino Antonio de Ramos y Valdés, que le dio un aire semejante a la plaza mayor de su ciudad natal. Los encargados de aquella obra fueron los cordobeses Antonio García y Francisco Beltrán, que manejaron un presupuesto de 760.000 reales. Lo que se dice la obra se limitó más bien a las fachadas y arcadas, dejando la organización de sus interiores a expensas de sus dueños. Aquello dio a esta plaza una peculiaridad muy especial, en cuanto a la forma y heterogeneidad de las viviendas y los propios vecinos.
El mercado metálico
El edifico actual de lo que es hoy el mercado de Sánchez Peña sirvió, como se ha indicado, de cárcel pública y actuaba como una extensión de las casas consistoriales. Fue comprado en 1846 por este industrial para montar una industria de sombreros accionada con máquinas de vapor. La parte superior de la casa la dedicó para vivienda de los trabajadores, y quizás ello permitió que se conservase parte de su aspecto original.
En el año 1893 comenzó a levantarse en mitad de la plaza una estructura metálica de aspecto enorme, a semejanza de los «modernos» mercados de otros países como Francia. Un par de años antes el Boletín Oficial de la Provincia de 24 de enero de 1891 nos habla de que el Ayuntamiento había elaborado un proyecto de lo que sería el mercado «cubierto y en estructura metálica», sacando a subasta pública su construcción. El precio máximo de licitación pericial se fijó en la cantidad de 409.467.30 pesetas. Pero la subasta quedó desierta las dos veces que fue presentada.
Con posterioridad, en el boletín de fecha 27 de febrero de 1892, se indica que se ha firmado un contrato entre el Ayuntamiento y don José Sánchez Muñoz, por el que este representante de una sociedad formada con 750.000 pesetas de capital, dividido en acciones de 250 pesetas, se compromete a construir el citado mercado a condición de que el Ayuntamiento les ceda el terreno. Su compromiso era construirlo en cuatro años, y luego explotarlo durante cincuenta.
Al final, las condiciones estipuladas entre las partes serán las siguientes:
- En los diez primeros años, no pagarán nada en concepto de ocupación del terreno.
- A partir de 11º año hasta el 20º, pagaran por trimestres adelantados una renta de 2.500 - pesetas por año.
- Desde el año 21º hasta el año 30º, pagarán 5.000 pesetas al año.
- Desde el año 31º hasta el año 40º, pagarán 7.500 pesetas al año.
- Desde el año 41º hasta el año 50º, pagarán 10.000 pesetas al año
- Y a partir de ese año el mercado pasará a propiedad del Ayuntamiento.

Foto de la inauguración del mercado cubierto
De esta forma el mercado cubierto fue inaugurado el 2 de agosto de 1896, por lo que (extrañamente para lo que aquí es habitual) se cumplió el plazo previsto para construirlo. Junto a este armatoste implantado en medio de la Corredera se fraguó, junto a los pequeños puestos que permanecían en el exterior y los soportales (zapateros, esparteros, vendedores de especias...), un mercado para frutas y hortalizas en la vecina plaza de las Cañas, y en el edificio de Sánchez Peña, abandonando su pasado industrial, se instalaron también establecimientos de abastos. Esta vorágine comercial es la que describiría Pío Baroja en su ‘Feria de los discretos’.
El mercado se desmonta
Ya en pleno siglo XX el mercado cubierto fue desmontado en 1959, dejando libre de nuevo la perspectiva de la plaza. Sus establecimientos se reubicaron en unas nuevas instalaciones construidas en el subsuelo, quedando la superficie para los puestos del mercadillo. Como era previsible, con las excavaciones surgieron restos arqueológicos, entre ellos unos magníficos mosaicos de época romana, hábilmente restaurados por los canteros hermanos García Rueda de Puerta Nueva y colocados en el salón principal del Alcázar de los Reyes Cristianos.
Sin embargo, aunque no se sabía entonces, el modelo de comercio estaba cambiando, y este mercado subterráneo acabaría sucumbiendo ante el empuje de los flamantes centros comerciales y supermercados. Desapareció y, como mercado municipal de abastos se habilitó en los años 80 el remozado edificio de Sánchez Peña, que todavía persiste a pesar de la fuerte competencia.
En estos años, reconocido por fin su valor histórico y monumental, la Corredera fue poco a poco siendo objeto de diversas restauraciones. En su rehabilitación integral intervino la empresa Constructora San José, que a su vez subcontrató para los trabajos de cerrajería a Unión Cerrajera Cordobesa, la cual cobró un precio medio por balcón de 13.650 pesetas. Florencio Ruz, Antonio Romero y Alejandro Luque fueron los ejecutores de este trabajo del que tengo grandes recuerdos por tener entonces relación con dicha empresa cordobesa.
Finalmente, la remodelación completa, con sus fachadas, arcos y balcones rehabilitados, el alumbrado, la fuente, y un nuevo colorido de las fachadas que generó cierta polémica, fue inaugurada por el presidente de la Junta de Andalucía señor Chaves, con presencia de la alcaldesa de Córdoba Rosa Aguilar, el 9 de diciembre de 2001.

El mercado cubierto, en plena actividad
Algunos nombres propios
Para concluir, al hablar de la plaza de la Corredera, como centro neurálgico de Córdoba que fue, es necesario citar a los personajes que fueron referentes vivos de esta vecindad. Es imposible citar a todos, por lo que sólo lo haré con aquellos que tuve mayor relación o conocí mejor.
Citaremos a Paco Lopera, una persona entrañable que se crió y educó en el Colegio Español y Maristas. Vecino de la Corredera, alternó su trabajo de platero con la atención del bar de su padre, herencia de sus abuelos. Gran deportista, destacó en el fútbol llegando a jugar en el Córdoba, pero también practicó el boxeo, la natación y otros deportes que se le terciaran. El Molino de Martos fue testigo de sus saltos y de sus capacidades en el agua. Paco, como pocos, conocía a la gente que convivía en el día a día en la plaza de la Corredera, como el simpático afilador José Yáñez Carmona, ‘El Tarugo’.
El Tarugo era uno de esos pluriempleados entonces tan comunes. Alternó el afilado en la Corredera con su trabajo de vigilante en Westinghouse, en donde casi siempre entraba a los horarios más impertinentes, vigilando zonas donde eran frecuentes los robos de chatarra de cobre. Ante los hurtos continuos le asignaron un aparato radio-transmisor de aquellos enormes que él nunca entendió. Por ello un día se presentó en el despacho de su jefe y le dijo: «Mire usted, estas vacaciones he estado en mi pueblo y un primo mío me ha enseñado a chiflar, y yo lo hago muy fuerte. No necesito el radio-transmisor ese para dar una señal de alerta».
Paco también nos recordó a la singular Encarna, ‘la Barbera’, una mujer que vivió y creció en medio de estos soportales. Lo de barbera era porque el padre le dejó una barbería que ella alquiló. Era una mujer bella, valiente y a la vez muy discreta. Sin embargo, peinando ya canas se presentó en televisión y en una entrevista llegó a decir que había mantenido una relación sentimental con cierto doctor cordobés.
En la antiquísima taberna El Gallo inaugurada en 1863, se reunía la gente que jugaba en el equipo Los Once Rojos, equipo juvenil que (a pesar del nombre poco propicio tras la Guerra Civil) representaba al Colegio de la Merced. Tenía a Mariano González como mentor y en él jugaba un tal ‘Chato’ Pepe Villalonga, cordobés nacido en la calle Ambrosio de Morales número 12, esquina con la calle el Reloj, enfrente de lo que fue la Central del Monte de Piedad y Caja de Ahorros del señor Medina.
El apodo de Chato se lo puso un amigo de similar fisonomía, el Chato Efrén jugador del San Lorenzo que pertenecía a su charpa. Pepe Villalonga se marchó a Madrid aún muy joven, en 1947, e ingresó en la Escuela del Ejército. Posteriormente fue el entrenador del Real Madrid de las primeras Copas de Europa. También como seleccionador nacional hizo a España campeona de Europa en 1964 con el famoso gol de Marcelino. Hoy es un hombre injustamente olvidado, en especial en su ciudad natal.
La zona porticada de esa bulliciosa Corredera era una sucesión de arcos donde en cada uno de ellos, salvo los ocupados por dos jeringueras y dos afiladores, había un zapatero remendón. Recuerdo que por aquellos pórticos probaba fortuna mucha gente que vendía cualquier cosa. Posiblemente el buscador de fortuna más afortunado haya sido Antonio Deza, dueño de la exitosa cadena de supermercados local, que empezó allí vendiendo limones, laurel, ajos, piñas y todo lo que podía. Con sus ristras de ajos sobre el cuello se situaba a la entrada de la plaza y su constancia y ganas de trabajar hicieron el resto tras abrir un pionero supermercado, tan diferente al tipo de comercio que vivió en la Corredera, en la actual avenida Jesús Rescatado. Como curiosidad, llevaba los sacos de garbanzos, lentejas y habichuelas para que se los empaquetaran en la sede del PCE situada en la calle de enfrente, Batalla de los Cueros.