Pateos por CórdobaTeo Fernández

La Fundación EMET y Marlon Brando

Muchos tachaban al proyecto, en sus inicios, de un «capricho de ricos», ante lo que yo pensaba: «qué cordobés esto de ponerle pegas a cualquier cosa constructiva»

Actualizada 05:05

Las llaves que abren las capillas laterales de la basílica de San Pedro del Vaticano no son llaves normales. Son enormes. Quizá porque, de alguna forma, abren las puertas del cielo. En cualquier caso, su tamaño resulta coherente con una característica que el estado pontificio comparte con las casas de brujas de los cuentos: Todo es mucho más grande por dentro de lo que parece por fuera.
Pude comprobarlo (lo de las llaves) hace algo más de diez años, cuando un trabajador del Vaticano me acompañó, junto con mi padrino, Alfonso Fernández Zamorano, a visitar algunas de esas capillas. Incluso nos hizo entrar a la Sixtina por un acceso diferente al turístico, llegando hasta ella a través de pasillos interiores.
Teo Fernández y Alfonso Fernández Zamorano, en el Vaticano

Teo Fernández y Alfonso Fernández Zamorano, en el VaticanoLa Voz

Por una vez, me sentía igual que deben de sentirse aquellos a quienes en Córdoba descubro rincones a los que tampoco se suele acceder (si bien huelga decir que, aunque maravillosos, son menos emblemáticos). Los demás visitantes nos miraban muertos de envidia, claro. Pobrecillos. Siempre ha habido clases. Pero bueno, como cualquier pecado, allí seguro que el de la envidia se les perdonó rápido. Y si no fue así, pues nada. Al infierno.
Entre otros muchos asuntos internos, nuestro anfitrión destacó la excelencia y modernidad de aquella maquinaria laboral: «Cada tres o cuatro años, nos dan un curso de formación en un ámbito nuevo y nos cambian de trabajo. Así nos estimulan y evitan que nos acomodemos». Igualito que España, pensé yo, donde las falacias educativas conducen a la pandemia de la especialización y su alta tasa de paro correspondiente.
Además, tuvimos pases para una audiencia de Benedicto XVI y para recorrer, prácticamente a solas, los jardines del Vaticano, que estaban salpicados de nieve. En total, pasamos en Roma una semana, en la que Alfonso me agotó de tanto andar (hecho insólito) y en la que hubo tiempo de muchas cosas, incluida una cena en el ahora tan de moda barrio del Pigneto con mi amiga Giorgia Rombolà, su marido y su madre. Giorgia, que actualmente presenta Telegiornale 3 (Telediario 3) en RAI 3, habla español, pero el resto de los comensales no. Sin embargo, no importó. Alfonso, en los apenas tres días que llevábamos allí, ya estaba chapurreando bastante bien italiano, y con la madre de Giorgia recordaba canciones que hace décadas compartieron, ya fuese en un idioma o en ambos, los dos países.
Yo había vuelto a Córdoba poco antes de aquel viaje, tras pasar diez años fuera (uno de ellos, precisamente en Roma). Y, aunque Alfonso hubiera recibido, por ejemplo, la Medalla de Oro al Mérito de la Ciudad, para quien esto escribe seguía siendo simplemente mi padrino: amigo de de mi padre desde la universidad, el causante de que me llame nada menos que Teodoro Alfonso (como conté en otro PaTEO), quien me regaló por un cumpleaños el barco pirata de Playmobil, la persona con la que tenía (y tengo) la costumbre de comprarnos mutuamente un libro todas las tardes del 5 de enero y quien, cuando iba a casa de mis padres, decía por el portero automático que era «Marlon Brando». Esto siempre pensé que lo decía por considerarse guapo o atractivo. Torpe de mí, tardé años en entender que lo decía por ser «El (mi) padrino».
Sin embargo, esa hermosa dimensión personal pronto dejaría de ser suficiente para eclipsar a la cada vez más destacada profesional o pública. Y yo empezaría a vislumbrar el crecimiento que había tenido la Asociación Arco Iris, entidad que Alfonso crease en 1983 como una escisión de Acali para atender específicamente a heroinómanos y que en 2005 se convirtió en Fundación EMET Arco Iris.
Primero, en los actos de celebración de su XXX aniversario, especialmente uno multitudinario que tuvo lugar en el Salón Liceo del Real Círculo de la Amistad. Luego, al recibir reconocimientos como la Gran Cruz Blanca de la Orden del Mérito del Plan Nacional sobre Drogas en 2015, el Premio Meridiana de la Junta de Andalucía en la categoría de Iniciativas contra la Exclusión social y de Cooperación al Desarrollo en 2016 o el Premio de la Dirección General contra la Violencia de Género del Ministerio de Igualdad, por el Programa Ödos, en 2020.
Alfonso, además, fue siete años vocal representando a España en el Comité Ejecutivo Europeo de Comunidades Terapéuticas. Su puesto en la fundación ahora es el de presidente, ocupando su antiguo cargo, desde hace doce años, Auxiliadora Fernández (directora general). La acción que desarrollan abarca cuatro áreas: adicciones, menores, migración y formación. Aparte de los de Córdoba capital, tienen siete centros o comunidades en la provincia. A una de ellas, La Muela (en Montilla), acompañé el año pasado a Salma Al Farouki, que quedó sorprendida con las instalaciones.
Y la guinda de ese, mi proceso de actualización, ha sido el XL aniversario, cuyo evento principal se celebró hace unos días en el salón de actos del Rectorado de la Universidad de Córdoba.
Celebración del aniversario de EMET Arco Iris en el Rectorado

Celebración del aniversario de EMET Arco Iris en el RectoradoLa Voz

En sus intervenciones, Alfonso y Auxi recordaron que la evolución de la fundación ha sido a menudo circunstancial, porque, a lo largo de estas cuatro décadas, los desafíos se han ido afrontando según han ido surgiendo. También que, aunque por estatutos se trata de una entidad aconfesional y apolítica, fue un compromiso de fe cristiana lo que le movió a Alfonso a crearla. Y que muchos tachaban al proyecto, en sus inicios, de un «capricho de ricos», ante lo que yo pensaba: «qué cordobés esto de ponerle pegas a cualquier cosa constructiva que impulsen los demás».
La ceremonia duró más de dos horas, pero fue tan dinámica y emotiva que no se hizo larga. Como a mí tampoco se me han hecho largos los diez años en los que he ido redescubriendo a EMET Arco Iris. De su XXX a su XL aniversarios, que casi han coincidido, por cierto, con los míos.
Una década en la que al fin, de forma justa, he sido consciente de su dimensión. Al igual que aquella noche en el Rectorado fui consciente de que la fundación de mi padrino Marlon Brando es como el Vaticano: un lugar donde dejar atrás los pecados... mucho más grande por dentro de lo que parece por fuera.
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