editorialla voz de córdoba

Una Navidad sin Jesús

Actualizada 10:01

El brillo de una estrella solitaria sin más contexto que un deseo de felicidad formal; un árbol repleto de adornos brillantes y absurdos, atracciones de feria ruidosas y aturdidoras, tarjetas de felicitación laica y huérfana apelando al solsticio, la luz solar o la pachamama; anuncios de perfumes surrealistas, comidas excesivas sin gusto ni tradición, solidaridad forzada llevada a cabo sin compromiso ni corazón…
La Navidad ha dejado de ser en muchos casos una celebración cristiana para convertirse en otra cosa. Y en numerosas ocasiones el sentido religioso de la fiesta queda embargado, suspendido o desaparecido por parte de las administraciones públicas que no escatiman en gastos lumínicos y estridentes pero que son cicateros a la hora de reconocer lo evidente: la Navidad conmemora el nacimiento de Jesús, a Dios hecho hombre en la Tierra. La venida del que será y es el salvador de los hombres. Algunos ayuntamientos ejercen esa censura hasta lo ridículo y, eso sí, con el dinero público de creyentes y no creyentes, de agnósticos y cristianos, porque al final todos pagan las costosas campañas navideñas pero solo a los que no han perdido la tradición ni la fe se les hurta el genuino y verdadero sentido de estas fiestas. En realidad, a todos, con esa nefasta obsesión ejercida en los últimos siglos y heredada en el actual XXI de querer matar a Dios, y que no ha traído un mundo más próspero como pudiera parecer sino más perdido y desesperanzado.
Afortunadamente el mensaje, el hecho, el misterio se repite cada año con la misma sencillez y humildad con la que el propio Jesús vino a este mundo. Por eso permanece y sigue iluminando los corazones de la gente de buena voluntad, esa que no podrán arrebatar las estrellas anodinas, los hombres vestidos de rojo, las americanadas excesivas ni los políticos arribistas, todos aquellos que se empeñan, año tras año, en vendernos una Navidad sin Jesús para que no se les descubra el truco de su falsedad.
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