opiniónLuis Marín Sicilia

Fanáticos fuera

Quienes juegan a la polarización buscan la adhesión incondicional y casi inconsciente

Actualizada 05:00

La FundeuRAE ha declarada «palabra del año» a la polarización. A quienes vienen luchando contra esta lacra de la confrontación política, nada les perturba más que comprobar cómo políticos irresponsables van arrastrando al conjunto de la sociedad a ese enfrentamiento primario que solo puede derivar en atraso, incultura y salvajismo. Porque seguimos pensando que los españoles no somos así, no somos como pretende una determinada clase política que basa su permanencia en el poder en una continua lucha contra enemigos irreconciliables. Para esos políticos no hay ya adversarios capaces de discrepar civilizadamente, contraponiendo planteamientos bien fundados para abordar los retos del país al que dicen servir. Para ellos se trata de despellejar al contrario, de no dar ni una sola oportunidad al debate razonado y fundamentado sino de servir en bandeja a los fieles seguidores, cada vez más fanatizados, los aspectos oscuros y descalificadores de los que no piensan como uno, a los que hay que situar al otro lado del muro. Un muro construido desde la aversión y el engaño, con el apoyo inestimable de los verdaderos enemigos de la convivencia, esos que no respetan a las instituciones ni a sus símbolos y a los que solo les interesa España para ordeñarla en beneficio propio.
Ha bastado conque el Rey, en su tradicional mensaje de Nochebuena, haya hecho una defensa sin ambages de la Constitución de 1978 para que queden perfectamente retratados los enemigos de la democracia los cuales, no solo han criticado sus palabras sino que han derramado insultos y ofensas al Jefe del Estado que reflejan su ruindad, su nulo respeto a las instituciones de las que cobran y su ausencia de voluntad conciliadora, ese argumentario falso que Sánchez utiliza como objetivo balsámico de su llamada «coalición progresista».
El argumentario sanchista de su pacto con el separatismo, el populismo y los herederos del terrorismo, cuya finalidad dice que es consolidar la convivencia, el consenso y la unidad, está resultando justamente lo contrario: un independentismo procesista catalán más salido de quicio, un desmadre de los bilduetarras que han festejado el regalo pamplonés que le ha hecho el PSOE al grito con el que los de ETA celebraban sus atentados («dando duro», - «jo ta ke» -) y un atracón de beneficios económicos para los rebeldes a costa del interés general. Todo ello no es sino preludio de un descontento que provocará crispación, desmesura y desobediencia de una sociedad harta de que se premie a los delincuentes y se persiga a quienes son leales al orden constitucional. Y es por ese camino amplio, por donde circulan los descontentos con las cesiones vergonzantes del sanchismo, por donde irá engrosándose la nueva mayoría social que se niega a la polarización pero que no se resigna a que los chantajistas jueguen con ventaja.
La obsesión de Sánchez y lo suyos por situar «al otro lado del muro» a lo que él llama la derecha y la ultraderecha, como si fueran ambas un paquete en oferta, cada vez engañará a menos gente que van percibiendo como el ventajismo de equiparar al PP con Vox sólo está en el imaginario sanchista, convencido de que sus mejores aliados son los exhabruptos con los que la derecha radical proclama determinados mensajes. La izquierda moderada está abandonada por Sánchez y sus pactos son intragables para cualquiera que tenga un mínimo de pudor y decencia. Unos lo dicen de manera explícita y abandonan la nave socialista. Otros se limitan, por ahora, a denunciar el estado de cosas, como ha hecho recientemente Javier Cercas que retrata a una cierta «clase política cínica, irresponsable y envenenada por el poder, que no trabaja para unirnos sino para separarnos, y que considera el engaño un instrumento legítimo, y pueril la mínima exigencia ética». Solo le falta que ponga nombre y apellidos a los políticos que así se conducen y que el común de los mortales ha tenido tiempo suficiente de saber de quien se trata pues raro es el día en que no somos víctimas de una nueva mentira de quien simplemente dice cambiar de opinión.
Quienes juegan a la polarización buscan la adhesión incondicional y casi inconsciente. Juegan al fanatismo de sus seguidores, al conmigo o contra mi, haga lo que haga y diga lo que diga el otro porque mi fe es ciega en el mío. Mientras crece la desafección a la política entre la ciudadanía responsable se fomenta por otro lado el clientelismo perfecto en los nuevos «holligan», los fanáticos que solo buscan el triunfo de los suyos, cualquiera que sea el precio a pagar. Es la polarización en estado puro, el muro que un presidente de Gobierno se permitió levantar en una sesión de investidura afrentosa y deprimente para una ciudadanía perpleja que ansía entendimiento y voluntad de concordia. Quien sepa interpretar esta voluntad que, aunque se piense otra cosa, subyace en la mayoría de los españoles, tendrá su respaldo mayoritario. Se trata sencillamente de saber desmarcarse nítidamente de los extremos. Los fanáticos llenarán las redes sociales sin descanso, manipularán las conciencias e intoxicarán las mentes con falsos mensajes y noticias manipuladas. Pero el ciudadano responsable terminará conociendo la verdad y dejará en su sitio a los ventajistas y manipuladores. Es la diferencia entre una sociedad libre y una sociedad aborregada. Fanáticos fuera.
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