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¿Al muñeco o a la persona?

La reacción del sanchismo a la performance de los cachorros de Nochevieja pone de manifiesto su nula capacidad para aceptar la crítica y su vocación claramente inquisitorial

Actualizada 05:00

Que el PSOE sanchista no desaprovecha ningún balón de los que Vox o sus adláteres le dejan botando para rematar a puerta, es tan cierto como reiterada es la oportunidad que no deja pasar el Gobierno de la mentira para desviar la atención de otros temas de verdadero calado como la delicada situación económica, la amnistía de Puigdemont o la entrega de Pamplona a Bildu. El PSOE de Sánchez ha transmutado en reaccionario al entregarse a esa obsesión de prohibir todo aquello que no le gusta con el objetivo último de censurar a quienes se alejen de los postulados que consideran de obligado cumplimiento. Lo último ha sido el esperpento de esa «incitación al magnicidio» denunciada a la Fiscalía por el apaleamiento a un muñeco de larga nariz la Nochevieja ante la sede de Ferraz.
Que seis ministros, los portavoces parlamentarios y un sin fin de papagayos del coro mediático sanchista saltaran al unísono, escandalizados por lo que llaman incitación al odio, injurias y amenazas graves al Gobierno, al presidente, incluso al propio PSOE y a sus militantes, «con el agravante de discriminacion ideológica e incitación a la violencia y al magnicidio» solo pone de manifiesto la nula capacidad sanchista para la crítica sobre unos hechos que se descalifican por sí solos y que todo el mundo repudia por su mal gusto. El mismo rechazo que toda la gente de bien expresó cuando cercaban el Parlamento andaluz acusando de fascismo la investidura de Juanma Moreno en su primer mandato. O cuando se rodeaba el Congreso porque se investía a Rajoy. O cuando Cristina Cifuentes hubo de refugiarse en un bar ante el acoso de quienes distribuían «jarabe democrático». O cuando Rita Barbera no podía salir de su casa sin ser atropellada su dignidad, o la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría era asediada en su propio domicilio con su bebé en brazos.
Porque, realmente, la diferencia entre la conducta de los agraviados ahora y los que lo fueron antes lo que pone de manifiesto es el distinto talante de unos y otros, su concepto de la dignidad y del respeto a las normas de la democracia. Aquellos aguantaron pacientemente las protestas fuera de tono de los energúmenos, estos resucitan la censura y ponen en marcha el principio franquista excluyente que coloque al otro lado del muro a quienes no piensan como ellos. A los políticos de su cuerda se les perdona todo, se les indultan sus fechorías e incluso se compran los votos de los golpistas para mantener el poder, pero a quien disienta socialmente de sus desvaríos y apalee un muñeco de larga nariz, por muy de mal gusto que sea el espectáculo, se les persigue como autores de los más repudiables delitos. Algo así como si ese atrevimiento se lo hubieran hecho a Franco redivivo.
La cuestión es tan trivial, resulta tan expresiva del verdadero espíritu intervencionista y sectario del sanchismo, que solo cabe preguntarse sobre quien merece más atención, si los muñecos o las personas. Porque muñecos han sido maltratados muchos: los que simbolizaban al rey Juan Carlos o al rey Felipe quemados en la hoguera de los amigos del sanchismo, los separatistas catalanes y los bilduetarras vascos y navarros. Y no digamos las balas simbólicas contra Diaz Ayuso o la guillotina para acabar con Rajoy. Todo esto han sido episodios padecidos por personajes públicos que no son socialistas ni de izquierdas y que la sociedad ha lamentado de la forma que procede en democracia: con su repudio social y la dignidad personal de los ofendidos.
La reacción del sanchismo a la performance de los cachorros de Nochevieja pone de manifiesto su nula capacidad para aceptar la crítica y su vocación claramente inquisitorial, que explica el temor de Sánchez al contacto con la calle y las medidas de seguridad que adopta y que rememoran viejos tiempos del franquismo. Y una sociedad perpleja se pregunta a qué nivel llegaría la reacción gubernamental si se hubiera pasado del muñeco a la persona, porque no olvidemos que Rajoy, siendo presidente del Gobierno, fue agredido físicamente. Y en esta tesitura, el ciudadano se pregunta: si usted le pega a un presidente del Gobierno en la cara y le rompen las gafas, el autor ha sido un simple gamberro. Pero si le da un sopapo a un muñeco de larga nariz, estamos ante un delincuente potencial que injuria y alienta el magnicidio. ¿Es lógica esta desmesura? ¿Qué hubiera pasado si en vez de a un muñeco, en un descuido de Sánchez (difícil porque no suele circular entre la gente) alguien le hubiera rozado superficialmente la cara? Mejor es no pensarlo porque algunos serían capaces de volver a hablar de juicios rápidos y otras aberraciones.
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