Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Decreced y diezmaos, vaciad la tierra

Actualizada 05:00

Constatamos que lo dirimente, de la OMS al FMI, pasando por la herejía woke, el «ecologismo» o esa «autoridad científica» que invocan camelistas y crédulos, es trampantojo, que la codicia mece el mundo, que una sola empresa como BlackRock, al controlar masas impúdicas de dólares, condiciona más del 10% de la economía planetaria, superando en poderío a Alemania, Reino Unido y Francia juntas. Enumeremos, ya en España, el arsenal de fraudes oficiales: timo climático, lucro pandémico, planes de dieta entomofágica, disforias inducidas, asimetrías feministas, espolique gubernativo a la okupación ilegal, destrucción de pantanos, genuflexión ante Marruecos, acato «davosiano» o trapicheo electoral: el alibí «progresista» ceba un sucio negocio de tamaño estratosférico. ¿Extraña que los corruptos al timón se esmeren en «salvarnos» como sea? ¿Que Ursula von der Leyen --de nítida genealogía derechista-- mime con ecuánime ternura a Sánchez y Feijóo, al lobo y al poni? ¿O que Unai Sordo y José Manuel García-Margallo descalifiquen al unísono a los agricultores y ganaderos que defienden la supervivencia del oficio? «Son empresarios», dispara contra ellos el gerifalte rojo. «Está firmado», tercia el exministro, declarando irrevocable su condena.
Indiferentes al amaño, los «compañeros de viaje» de la casta pastan. La retaguardia lanar. Mientras, nodrizas globalistas tal la risueña banquera enchufan al hijo en organismos extranjeros regados antes con dinero del contribuyente, o privatizan pro domo sua el parné público en comandita con el padre y el esposo. Donde haya familiar fiable, que se quite el testaferro. Y si el presidente del Instituto Nacional de Estadística publica datos reales y no miente a la carta, ¡hala, a fulminarlo! Pues no se marcan volatines tipo Holiday on Ice algunos fiscales. Colas hay de palmeros para agradar al que maneja el cofre del tesoro, rebosante de confiscaciones. Nada nuevo bajo el sol. Si Vespasiano, el de «pecunia non olet», sabía cómo tornar la orina en oro, qué no sabrán los fondos de inversión y sus chachas ambidextras extraer del CO2. Rivalizan el rojo y el azul por arrancarle una carantoña a los que mueven hilos. El consenso «institucional» reúne lo peor de cada casa. Qué réditos sabrosos no dará su desvergüenza.
Pero caben más ángulos de visión. Vías aparte para entender el presente. No todo es rapiña, coima. Median apetitos peores que la afición al vil metal. Como los extravíos que pueblan las tripas y molleras del olimpo neroniano, pirados plutócratas que operan a la luz del día, sin que ello alerte al palurdo abonado a los telediarios. Lo que estimula y da alas a los opulentos, ¿es engordar aún más su patrimonio? Demasiado banal. Búsquese móvil más imaginativo. Otro acicate, nacido del tedio y la arrogancia, es el cesáreo pasatiempo de truncar vidas ajenas. ¿Acaso es inmune el poderoso a lo que excita las entrañas del truhan: las ansias de dominio, el afán de humillar, la pose de epulón, la tirria al virtuoso, la autoafirmación? Fieles al rencor incrustado en sus corazones, el apetito de letalidad es idéntico. Un endemismo de la especie.
Malthus es, cuenta la demonología, el nombre de un conde del Infierno, amo de veintiséis legiones satánicas y un tipo que, según apuntan, gasta voz ronca. Pero también es, en el siglo, el apellido de un clérigo anglicano llamado Thomas Robert, nacido en 1766, autor de obras de economía política y conocido por la estulta doctrina del malthusianismo. Aunque las facultades de Economía siguen prestando atención al segundo, en especial desde poltronas socialistas, estamos ante uno de los majaras más necios y perniciosos que pariera madre. Desde que soltase su aporte al furor apocalíptico, señalando que la población mundial se dobla cada 25 años, pero que los alimentos disponibles apenas crecen en ese lapso unos pocos puntos porcentuales, el impacto de sus erradas profecías ha sido atroz. Sus adeptos no han parado de avivar alarmas infundadas, justificando políticas inclementes, atropellos impíos y vastas campañas de carnicería industrial.
Discípula y admiradora de Malthus era Margaret Sanger, una enfermera apasionada por la eugenesia. Seguidora de Nietzsche, amiga de Mussolini, promiscua patológica, amante de Havelock Ellis, su manía fue reducir la población mundial. Era racista, como fue su norte exterminar a los seres «inferiores», sobre todo los negros, amén de otros humanos «inservibles». Su gran batalla fue el aborto entre los seres por ella despreciados, siguiendo la noción malthusiana de que sobraba gente a mansalva. Confesaba su repugnancia a que esas madres de baja categoría quisieran tener hijos y, para colmo, sintieran el instinto de cuidarlos. Por eso fundó en 1916 Planned Parenthood, que un siglo después es la mayor multinacional abortista del mundo. Solo en Estados Unidos posee unas 600 clínicas, que perpetran más de 300.000 abortos al año, obteniendo beneficios superiores a los 1.500 millones de dólares por ejercicio. Aun así, y pese a la nueva legislación limitante, el número de casos en ese país sobrepasa el millón anual de vidas segadas, al haberse impuesto el aborto farmacológico como método más común. En España, por comparar, se realizan un mínimo de 100.000 abortos por año.
El 9 de mayo de 2003, el famoso periodista y comentarista Bill Moyers publicó una extensa entrevista con Bill Gates. En uno de sus párrafos, el magnate globalista confiesa: «Cuando yo era muy joven, mis padres andaban siempre volcados en los proyectos voluntarios que auspiciaban. Mi papá era el jefe de Planned Parenthood. Y desde luego resultaba controvertido dedicarse a eso. Así que era algo fascinante. Sentados a la mesa durante las comidas, mis padres tenían a gala compartir con nosotros cuanto hacían. Y nos trataban prácticamente como a adultos, hablándonos sin tapujos.» Por tanto, no cabe la menor duda de que los Gates siempre hallaron placer en impulsar el malthusianismo de Sanger, amiga de la familia, quien en su revista Birth Control Review había abogado por el eugenismo nazi y el supremacismo blanco, afirmando: «El gesto más misericordioso que una familia numerosa puede tener con cualquier nuevo miembro es matarlo.»
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