Participantes de La isla de las tentaciones

Participantes de La isla de las tentacionesLa Voz

De los programas del corazón

La premisa del programa es introducir en una isla tropical un puñado de parejas, muy plásticas ellas, muy musculados ellos. Todos desequilibrados y un poco burros...

Por suerte para mí y mi sano desarrollo, en mi casa nunca se ha puesto Telecinco. Como persona ajena al mundo del famoseo y la prensa rosa mi máximo referente es Belén Esteban, ese ente etéreo que ocupa en el imaginario de gente como yo, el espacio y concepto mental de «programas del corazón».

Nunca he visto un reality, no por despreciarlos, sino porque no me entretienen, a pesar de su popularidad. Recuerdo cuando en el patio del colegio se hablaba de Gran Hermano, nunca me he molestado en saber de qué trata ni quién participa. Nunca he visto La Voz, ni Máster Chef, ni cualesquiera otros; pero esta temporada —por cariño y promesa— estoy viendo La Isla de las Tentaciones junto a mi pareja.

La premisa del programa es introducir en una isla tropical un puñado de parejas, muy plásticas ellas, muy musculados ellos. Todos desequilibrados y un poco burros, con el solo objeto de verlos hacer lo que harían en su día a día pero en una isla con un clima infernal y una humedad relativa demencial: discutir y ponerse la cornamenta. Pues mire, no me ha parecido para nada detestable el programa en que estas personas postulan para ser tratadas como ratones de laboratorio. Tampoco le quita nada de mística que todo esté perfectamente guionizado y medido, cualquiera que lo viere notaría enseguida que nada ocurre por casualidad.

Tampoco me afecta en demasía que esto sea el pasatiempo de tanta gente, no hay tantas almas puras y refinadas por ahí pululando, ni podemos generalizar —a pesar de lo divertido que resulta—. De todo se saca algo, y lo que yo saco de aquí es el placer de observar con el ojo clínico del que le importa un bledo lo que ocurra a estos sujetos.

Las personas que se convierten en iconos pop a través de estos medios dicen más de la audiencia que de ellos mismos. Al final cambia el argumento o el formato, pero el espíritu es el mismo; desde que el mundo es mundo y desde que algún lumbrera tuvo la millonaria idea de torturar psicológicamente a estos cabestros. Lo que esta gente nos viene a mostrar no deja de ser el comportamiento más elemental de la persona. Ese espíritu sombrío y siniestro que nos susurra al oído una retahíla de maldades o animaladas que podemos o deseamos cumplir, pero que nuestro ego y superyo freudiano —aunque el pobre haya quedado académicamente desactualizado— reprimen para que nos comportemos como animales racionales .

Y ya recordarán ustedes aquel monólogo de Krahe en la canción Eros y civilización; cuando uno ve pasar a un espécimen femenino sexualmente deseable y, en lugar de abalanzarse sobre él, se limita a mirarlo de reojo, sólo entonces, florece un cajero automático en la acera de enfrente.

…Aunque he sentido al verte, un cataclismo…

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