Calle de Malasaña
Crónicas castizas
La profesora Margarita y la conquista de alumnos
Decía Álvaro de Diego, hablando del extinto El Rotativo, que la Universidad no es sólo cuestión de ir a clase, sino de generar un espíritu universitario que aquel periódico tuvo
Cuando me dio el jamacuco, poco después, la Universidad me envió a una chica a preguntarme cuál era mi secreto para lograr tanta adhesión entre los estudiantes, que ellos decían comprobar como se evidenció en mi desgracia. Me fue difícil explicarlo, especialmente porque ella esperaba la piedra filosofal, una solución instantánea tan fácil de aplicar como una suma de dos dígitos. No es así, no es magia ni un truco brillante. Le dije que tenías que olvidar que eras su profesor sin que lo olvidaran ellos, que la relación tenía que ser sincera y cuando tocaban Rolex, pues a recoger relojes y setas, pues hongos. Creo que perdió el interés cuando supo que no era un toque mágico, al menos yo no lo conozco.
Me fue más fácil hablarlo con Margarita; charlamos de forma breve de la necesidad de magnetizar a los alumnos para poder formarlos. Aunque la matemática sea foránea, me entiende mejor, y conversamos mientras nos pelamos de frío bajo los balcones de mi casa, quizás, con todo, añorando ella otro clima aún más riguroso que el tornadizo invierno de Madrid. Margarita está sentada en la puerta de Mercadona, con su pelo rubio y rucio, suelto y corto, viendo pasar las riadas de gente que inundan la calle Fuencarral, de Bilbao a la Gran Vía y la hacen intransitable a pie y a caballo. Pero a ella no le importa eso, pues está sentada en una diminuta silla infantil que soporta su mole de mujer holgada y más que madura, un peñasco firme en medio del oleaje humano que transita. Sujeta sin fe y atisbos de esperanza un letrero blanco plastificado donde figura su nombre, anuncia que es profesora de matemáticas a la búsqueda de un quehacer y exhibe la bandera de Ucrania sólo en colores, para los entendidos. No dice, y yo no se lo he preguntado, si es una refugiada económica, si huyó del país cuando comenzó la persecución gubernamental de los rusoparlantes o fue ante el empuje de las unidades militares de Vladimir Putin.
Margarita está ahí todos los días, con gesto de austeridad, que es como llamaban a la pobreza en Castilla, considera inapropiado sonreír, una chanza hiriente para los esforzados que desgranan nuevos episodios de sus vidas a miles de kilómetros de sus hogares natales.
Ella sí me entiende cuando la explico que los estudiantes requieren atención, que los escuches sin interrumpirles, intercalando experiencias propias: tampoco las ocultes, pero no seas tú el hablador principal. Viendo todas las fotos del móvil que quieran enseñar, las bromas relajan el ambiente con ellos, pero también alejan y frivolizan la relación genuina. Hay que estar para ellos sin agobiarlos, pero tampoco dejarles sin tarea, nos confesamos ella y yo, de experiencias tan dispares en la geografía y la cultura.
Decía Álvaro de Diego, hablando del extinto El Rotativo, que la Universidad no es sólo cuestión de ir a clase, sino de generar un espíritu universitario que aquel periódico tuvo, añado: convertirlo en una experiencia hacia la que volverse en el invierno de nuestras vidas a la postre, un punto de encuentro de la manera de amar que tiene la inteligencia, el compañerismo y por qué no, la celebración de la juventud. La base de una vida profesional, productiva, dice Margarita, agitándose en su silla inestable.