Banderas hispanas

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Crónicas castizas

Cuando quisimos ser aliens

Antonio Machado, que no es monopolio de nadie, había escrito en Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena: «De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos antes que españoles desconfiad siempre, suelen ser españoles incompletos de quienes nada grande puede esperarse»

en la Transición esa de la que tan juiciosamente escribe el profesor Álvaro de Diego, anduvimos a pie de calle muchos y diversos buscando nuestro destino pero sin moto Harley. Era un tiempo errado en que bastantes queríamos ser identitarios ¿de qué?, de algo, lo que sea. Y envidiamos de forma temporal, al menos, y absurda, al máximo, a aquellos que nos parecían que tenían raíces. ¿Vascos o catalanes? Incluso aragoneses o valencianos. Ignorábamos que éramos más que ello, no un terruño sino un destino, una comunidad nacional inmersa en un proyecto sugestivo común.

También ignorábamos, era tanto lo que no sabíamos entonces, que Machado, Antonio, al que casi se quedan en propiedad exclusiva los otros, los del golpe de Estado del 34, había escrito en Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena: «De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos antes que españoles desconfiad siempre, suelen ser españoles incompletos de quienes nada grande puede esperarse». Tenía razón y la sigue teniendo. Por eso renunciaron a él, porque era un patriota.

Nosotros parecíamos no tener grupos armónicos que cantaran a nuestra tierra, ellos a: Serrat, La Bullonera, Labordeta, Patxi Andion… y una mística artificiosa para glorificarla montados sobre fábulas de saldo y baratillo, y diferenciarnos de esa manera fantasiosa distanciándonos así de los demás: pues el separatismo es «el narcisismo de las pequeñas diferencias» al decir de Freud. Creíamos estar camelados por el chistu o de la gaita o de la jota. Olvidando la música y armonía matemática de la lira, el clamor exacto del clarín, la movilización del tambor y de la caja cuando no se destempla. Nosotros teníamos y olvidábamos que eran nuestras Numancia en Soria, Sagunto en Valencia y el Toledo imperial de la España grande que también adornó el Siglo de Oro; la ciencia de Salamanca, «académica palanca»; la aspereza romana de Segovia, la mística de Ávila, los prohombres de Cuenca, las tierras y las voluntades de Murcia y Santander con Castilla… que algunos de los cantautores como Pablo Guerrero, extremeño o Joaquín Sabina, andaluz, vinieron a Madrid y se convirtieron en madrileños siguiendo al nicaragüense Rubén Darío.

La tontería suprema de esa Transición a nivel personal, que en otros fueron muchas, se produjo en 1978, y nos vacunó: fue la entrada de la delegación española en el estadio Lenin en la inauguración del Festival Internacional de la Juventud y los Estudiantes, en presencia de Fidel Castro y Santiago Carrillo y otros jerarcas que desconocíamos, al menos yo. Mientras la delegación de cada país entró en orden tras su bandera nacional y si acaso alguna solitaria bandera roja, como la delegación de Estados Unidos que desfiló ante la tribuna presidencial ondeando con manos negras y cobrizas la bandera de las barras y las estrellas, los españoles caminamos en desorden agitando un mar de enseñas: la bicrucífera del PNV, la cuatribarrada del Reino de Aragón, las ficticias de Extremadura y Andalucía con el verde de la casa del profeta Mahoma; la española, la tricolor, la azul de Asturias, la rojinegra, y otras de partido.

La indumentaria era aún más diversa. Mientras los holandeses vestían la misma camiseta, pedaleando en sus bicicletas a la par, tocados con un gorrito de paja, nosotros, los españoles éramos un pandemónium de gritos y colores con camisetas para casi todos los gustos reivindicando cada cual una cosa distinta en plan «qué hay de lo mío». Lo único que compartimos ese día fue la emoción de un momento que resultó no ser histórico pero lo parecía y entonces no lo sabíamos, tampoco eso ni más cosas.

Pero sí comprendimos que éramos españoles aunque unos fueran de las tierras donde cuece, otros de las de donde asan y muchos de allá donde se fríe como también así se explica España.

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