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Jardines de la isla de MainauPeter Allgaier

La desconocida isla europea donde los Nobel pasean entre jardines plantados por un príncipe desterrado

En el corazón del lago Constanza, Mainau deslumbra con un millón de flores y una historia escrita por los cruzados y un príncipe sueco que dejó la corte por amor y convirtió la isla en un paraíso

Mientras los influencers buscan la luz perfecta en Mykonos, bailan hasta el amanecer en Ibiza, alquilan una lancha en Formentera o pasean con una limonada en la mano por Capri, hay otra isla, minúscula, perdida en el sur de Alemania, donde la cámara del móvil y los cuerpos esculpidos son lo menos importante. Una isla de tan solo 45 hectáreas, menos de la mitad del madrileño parque del Retiro, que cada año visitan más de un millón de personas y cada verano concentra más inteligencia por metro cuadrado que cualquier otro punto del planeta. Entre rosas de mil colores, mariposas exóticas y la luz plateada del lago Constanza, han paseado por esta minúscula isla personalidades cuyos nombres seguramente ignoramos pero a los que todos les debemos algo: la batería del móvil y del coche eléctrico, las vacunas que nos devolvieron los abrazos tras la pandemia, las tijeras moleculares que ya curan enfermedades, los microscopios que ven lo invisible, la información cuántica que prepara la próxima revolución tecnológica.

Desde hace más de setenta años, la isla de Mainau pone el broche de oro a las jornadas que reúnen cada verano a un buen número de premios Nobel en la vecina localidad de Lindau. Se trata de un día especial, parte del programa oficial, que pone fin a intensas jornadas de conferencias y debates con una excursión en barco hasta la cercana isla: un respiro de belleza y naturaleza tras días de ciencia. Allí, cada año, numerosos Nobel de Física, Química y Medicina se mezclan con jóvenes investigadores de todo el mundo; y cada tres años también se dan cita los Nobel de Economía. La despedida concluye siempre entre rosales, mariposas y la calma del lago. Y es precisamente esta semana cuando más de treinta premios Nobel de Economía escribirán ese último capítulo: la foto de familia de las mentes más brillantes del planeta de esta disciplina con el escenario de un jardín de cuento. Por unas horas, los laureados sustituirán paneles y cifras por secuoyas centenarias, setos que imitan pavos reales, patos y otros animales, un soplo de belleza y fantasía. Este año, sus debates se centran en la fragilidad de los sistemas financieros y en la cooperación climática internacional.

Verwendungszweck: Nutzung nur mit schriftlicher Einwilligung durch die Mainau GmbH (z.B. Pressereferat, www.mainau.de); BU: Dahliengarten und Schwedenturm auf der Insel Mainau. Copyright: Insel Mainau/Peter Allgaier

Jardines de la isla de MainauPeter Allgaier

Y sin duda, en un mundo enredado en crisis y tensiones, les sentará bien pasear por este lugar tan particular, donde el aire es suave gracias a la inmensa masa de agua que lo rodea, los reflejos plateados del lago Constanza dibujan un horizonte cambiante, y cada sendero se abre entre flores, palmeras y buganvillas que nos llevan al Mediterráneo en pleno corazón de Centroeuropa o a un lugar sin coordenadas más propio del reino de la fantasía.

Pero la isla de Mainau, conocida hoy como la isla de las flores, guarda una historia que va mucho más allá de sus jardines de cuento y de las jornadas anuales de los Lindau Nobel Laureate Meetings. En la Edad Media fue sede de la poderosa Orden Teutónica, que en 1272 levantó allí una iglesia y una fortaleza defensiva para administrar sus dominios en la región, origen de los edificios barrocos que tras sucesivas reformas pueden verse hoy en la isla. Tras la secularización impuesta por Napoleón, en 1806 Mainau pasó al Gran Ducado de Baden, cuyo gran duque Federico I impulsó el arboreto con especies exóticas y plantó en 1862 el célebre tilo Victoria, uno de los árboles más insignes, para celebrar el nacimiento de su hija. Esa misma princesa, al casarse con Gustavo V de Suecia en 1881, llevó por vía hereditaria la isla a manos de la Casa Real sueca, y terminó finalmente en manos de uno de los nietos del Rey Gustavo, el príncipe Lennart Bernadotte, personaje central de esta historia.

Bodensee, Frühling auf der Insel Mainau, an der Brunnenarena

Jardines de la isla de MainauPeter Allgaier

El que podríamos considerar un «príncipe Harry a la sueca», renunció a los privilegios palaciegos y a los derechos dinásticos por amor -se enamoró de una plebeya- y en 1923 se «exilió» a esta posesión familiar en Alemania, aunque su historia terminó con mucha menos polémica y, desde luego, infinitamente más florida que la del hijo del Rey Carlos III y Diana Spencer. En la diminuta isla de Mainau, el príncipe Lennart descubrió su proyecto vital: unir botánica, estética y hospitalidad en un jardín abierto a todos. Transformó el antiguo dominio aristocrático en un Edén vivo, trazó parterres geométricos que hoy reúnen más de 1.200 variedades de rosas, diseñó avenidas de tulipanes, creó terrazas mediterráneas donde crecen palmeras y buganvillas, y levantó el mariposario tropical, uno de los mayores de Europa.

Conocido como el príncipe jardinero, abrió la isla al público y en 1974 fundó la Lennart-Bernadotte-Stiftung para garantizar que cualquiera pudiera seguir disfrutando de ese universo de flores y mariposas más allá de su vida. Fallecido en 2004, su huella sigue presente no solo en cada sendero y en cada rincón cuidado con precisión, sino también en la memoria del lugar: en los jardines de Mainau hay un busto de Lennart Bernadotte que lo recuerda como el hombre que, lejos de un trono, eligió reinar sobre un paraíso de flor. Vivió en el palacio barroco de la isla donde hoy reside su hijo, cuya presencia en la isla se revela con la bandera ondeante de la Casa Real sueca en la parte privada de un palacio que se abre al visitante como parte del recorrido por este escenario único de historia, naturaleza y linaje.

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Vista de la isla de MainauPeter Allgaier

La isla de Mainau se levanta en el lago Constanza, un enclave único que comparten Alemania, Suiza y Austria. Aunque el lago une tres países, la isla pertenece a Alemania y se integra en el Land de Baden-Württemberg. Se accede fácilmente a pie por un puente peatonal que la une al continente, dejando el coche en los aparcamientos de la orilla, o bien en barco desde la cercana ciudad de Constanza, célebre por el Concilio que en el siglo XV resolvió el gran Cisma de Occidente. En primavera y verano la isla recibe su mayor número de visitantes, atraídos por sus jardines en flor y por la posibilidad de combinar el paseo entre rosaledas y mariposas tropicales con excursiones a pueblos ribereños, castillos medievales como el de Meersburg o joyas barrocas como la iglesia de Birnau, que miran hacia los Alpes. La ribera alemana del lago Constanza, más serena y con predominio de turismo nacional, guarda dos vínculos curiosos con España. En Überlingen nació en 1953 la clínica madre Buchinger Wilhelmi, hoy referente del ayuno terapéutico, que abriría una segunda clínica en Marbella.

A pocos kilómetros, en Salem, el internado Schule Schloss Salem formó en su adolescencia a la Reina Sofía y también pasó por sus aulas su primo, el joven duque de Edimburgo. Su impulsor, Kurt Hahn, de origen judío, emigró después al Reino Unido y promovió la red educativa que cristalizó en UWC Atlantic College, el mismo centro galés donde la infanta Sofía acaba de graduarse. En la orilla de este lago, el hilo que une a las dos Sofías de la Casa Real española se anuda a historias de príncipes de cuento y a la silenciosa procesión de Nobel entre jardines y mariposas, mentes que aún pueden cambiarnos la vida, y nos invita a descubrir una Alemania tan fascinante como desconocida.

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