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Los gritos no son efectivos para educar

Padres e hijos

Así afectan los gritos al cerebro de un niño

Cuando reciben órdenes chilladas su cerebro libera cortisol, la hormona del estrés, que les pone en situación de alerta y les prepara para huir o pelear, no para obedecer

Cuando se grita a un niño, para el padre aflora una sensación de autoridad sobre el hijo, y puede que el pequeño obedezca, pero no por respeto a la figura paternal. El miedo y el pánico es la respuesta neuronal del niño, que hará caso a la orden chillada, pero sin cambios duraderos en su comportamiento, es decir, que si la situación se repite no habrá aprendido de la vez anterior.

Diversos estudios neurológicos con niños han venido a demostrar que los gritos dañan, algo que los neuropsicólogos también avalan. Una investigación de la Universidad de Nueva York, publicada en Current Biology en el año 2015, concluyó que los gritos «tienen una propiedad sonora única» porque «impacta y activa el centro neuronal del miedo, que está en la amígdala».

Otro análisis posterior, realizado en conjunto por las universidades de Pittsburg y Michigan que fue publicada en Child Development, demostró que «los efectos de esta violencia verbal provocan problemas de conducta en los menores», haciendo que se metan en más discusiones o peleas con sus compañeros, pero también provocando una bajada del rendimiento escolar, mentiras a sus padres o síntomas de tristeza repentina y depresión.

En la misma línea de investigación, la escuela médica de Harvard encabezó un estudio ya en 2013, en el que mostraron que los gritos, la violencia verbal y la humillación o la combinación de los tres, «alteran de forma permanente la estructura cerebral infantil».

Con una muestra de 50 niños con problemas psiquiátricos, se analizaron las diferencias entre los que habían sufrido malos tratos en casa y los que no. El resultado fue que los que habían vivido ambientes hostiles en el hogar familiar mostraban una reducción en el cuerpo calloso del cerebro –la parte que conecta ambos hemisferios–. Los autores del estudio concluyeron entonces que esos comportamientos de los padres –gritos, abuso verbal y humillación– hace que los hemisferios de sus hijos estén más desconectados entre sí –por esa disminución del tejido calloso– y que puedan presentar cambios de personalidad más bruscos y repentinos.

Como acto natural, el hecho de gritar implica el aviso de un peligro. En una situación de alerta, el cerebro humano manda liberar cortisol, la hormona del estrés, y pone al organismo en situación para salir corriendo o pelear. Por ello, cuando se le chilla a un niño de manera constante su cerebro se bloquea, no le permite pensar con claridad, y si obedece lo hará por miedo y no por educación.