1285: cuando Aragón venció a Francia en el Collado de las Panizas
La batalla fue el desenlace de uno de los conflictos más decisivos de la Baja Edad Media. El enfrentamiento entre el Imperio Romano Germánico y el Papado estaba en su apogeo y el reino de Sicilia era la presa más disputada
En la Divina Comedia, Dante sitúa en el infierno al Rey Felipe III de Francia, por su violencia y por haber deshonrado a las lises por su cobardía ante Pedro III de Aragón en la batalla del Coll de Panissars o Collado de las Panizas.
Fue el desenlace de uno de los conflictos más decisivos de la Baja Edad Media. El enfrentamiento entre el Imperio Romano Germánico y le Papado estaba en su apogeo y el reino de Sicilia era la presa más disputada. Considerada un feudo de la Santa Sede, el Papa Clemente IV decidió destronar al Rey Manfredo, hijo bastardo del emperador Federico II, y coronar a Carlos de Anjou. Fue una jugarreta que jamás hubiese admitido su hermano Luis IX de Francia, San Luis, que odiaba los enfrentamientos entre cristianos.
El ambicioso Felipe III decidió apoyar con un importante ejército la empresa de su tío, que derrotó al último de los Hohenstaufen que habían gobernado Alemania y Sicilia durante un siglo.
La imposición del feudalismo francés en el Sur de Italia se consideró una imposición extranjera que resultó sumamente impopular, especialmente en Sicilia, acostumbrada a un gobierno menos tiránico. El malestar estalló en Palermo en marzo de 1282, en las famosas «Vísperas Sicilianas». El odio acumulado se cebó con los franceses de la isla, que fueron pasados a cuchillo casi sin excepción.
Ante la previsible reacción de sus poderosos enemigos, los sicilianos, recurrieron al único poder que podía defenderles: el reino de Aragón. Reinaba entonces Pedro III, hijo de Jaime I el Conquistador, al que la posteridad conoce como «El Grande», casado con Constanza, hija y única heredera del asesinado Manfredo.
Pedro III demostró en aquel difícil momento que estaba a la altura de los mejores reyes de la historia española
Una embajada siciliana les propuso ocupar el trono de Palermo, a lo que accedieron sin demora. Pedro encabezó una flota y un ejército, que derrotaron decisivamente a los franceses que habían desembarcado para reinstaurar el poder angevino.
La corona de Aragón constituía entonces un pequeño Estado situado en el confín de Europa. Además, sufría considerables tensiones, tanto políticas como sociales y territoriales. De hecho, Pedro III tuvo que afrontar los últimos conflictos de la reconquista aragonesa y sucesivas sublevaciones de los levantiscos musulmanes. Para colmo, el Conquistador había debilitado la fortaleza de la corona al dividirla entre sus dos hijos, dejando al segundo el reino de Mallorca y el Rosellón.
La decisión de Pedro III constituía, por ello, un acto de inaudita valentía, pues significaba afrontar a las dos fuerzas más poderosas de la cristiandad: el papado y la monarquía francesa, cuya potencia conjunta superaba ampliamente las posibilidades del monarca aragonés. Rápidamente excomulgado y posteriormente depuesto de su corona, el Pontífice Martín IV se la ofreció al segundo hijo de Felipe III, Carlos de Valois. Poco después proclamó una cruzada contra Aragón que sería encabezada por el Rey francés.
La situación del aragonés en aquel momento era tremendamente desfavorable, ocupado en Sicilia y con multitud de turbulencias en el interior de sus reinos. El colosal ejército cruzado que se estaba formando al otro lado de los Pirineos parecía una amenaza difícilmente superable.
Pedro III demostró en aquel difícil momento que estaba a la altura de los mejores reyes de la historia española. Tras pacificar sus dominios con una envidiable maestría política, consiguió movilizar a sus súbditos para el enfrentamiento que se avecinaba y que inexorablemente se produjo en 1285.
Partiendo de las bases que les había proporcionado Jaime II de Mallorca en el Rosellón, los franceses ocuparon todo el norte de Cataluña, pero se estrellaron ante la enconada resistencia que se encontraron ante los muros de Gerona. No sería la última vez que Gerona afrontaría con denuedo una situación semejante. La ciudad caería finalmente tras casi tres meses de asedio, pero había conseguido retrasar fatalmente el avance del ejército francés. La derrota de los barcos franceses, que asolaban el litoral, por la llegada desde Sicilia de la flota aragonesa al mando del genial Roger de Lauria, complicó aún más la situación del ejército invasor, que vio cortada su ruta de abastecimientos, lo que le obligó a retirarse hacia el norte.
Pedro, que seguía en inferioridad numérica, desarrolló una estrategia de acoso que finalmente embotelló a su enemigo contra los pasos pirenaicos. Allí se libró la batalla de Coll de Panissars en la que parte del ejército cruzado fue aniquilado. El monarca de Aragón demostró una vez más su caballerosidad permitiendo que los restos derrotados se retiraran en paz, acompañando a su humillado monarca, que «huyó deshonrando las lises», en expresión de Dante.
La guerra continuó con sucesivos triunfos de las armas aragonesas hasta el tratado de Anagni en 1295 por el que Carlos de Anjou renunció definitivamente a sus pretensiones sobre Sicilia y el Papa levantó su excomunión. La corona de Aragón quedaba así consolidada como el poder dominante en el Mediterráneo Occidental, abriendo el camino a la futura preponderancia española.