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GaleanaEdurne Uriarte

El rebaño sumiso de Greta Thunberg

La chica apenas ha acabado la escuela secundaria, pero hace años que firma libros sobre lo que deben hacer los gobiernos en materia de ecologismo

Actualizada 01:30

Hace unos días, el director de este periódico, Bieito Rubido, escribió un gran artículo sobre los fundamentos del buen periodismo, que son, decía, dos: la verdad y la concisión. Y lo son de toda la actividad intelectual, añadiría, actividad de la que el periodismo es una parte sustancial. Y, sin embargo, la verdad se ausenta de esa actividad intelectual aún más que la concisión. Por comodidad, por miedo, por comportamiento de rebaño, tan frecuente entre los intelectuales como entre el resto de los humanos, a pesar de la supuesta capacidad de liderazgo de los creadores de ideas. El fenómeno Greta Thunberg y la historia del tuit más exitoso de los últimos tiempos es un buen ejemplo.

He aquí que Thunberg ha batido esta semana récords de apoyo en Twitter con una de las frases más rancias, más vulgares, más retrógradas y más machistas que quepa imaginar, con encendidos apoyos de muchos activistas y medios de comunicación, y ni una sola crítica relevante. Que es la tónica en la respuesta a Greta desde que se convirtió en icono de la lucha contra el calentamiento global. Con ese rebaño sumiso en el que nadie se atreve a discrepar por miedo a los dictados de la corrección política.

El rebaño sumiso ha celebrado con entusiasmo que Greta Thunberg haya contestado a la provocación de un exitoso y más que cuestionable influencer, Andrew Tate, con la acusación de que tiene «un pene pequeño». Felices de que el icono mundial del ecologismo utilice uno de los insultos más machistas que quepa imaginar, o «hembristas», o como usted lo quiera llamar. Décadas de feminismo y de cuestionamiento de la tiranía del cuerpo sobre las mujeres para que Greta y su rebaño nos digan que lo importante en los hombres es el tamaño. Tremendo.

La lamentable anécdota viene de una larga historia en la que el rebaño sumiso siempre ha callado. En parte porque Greta representa una causa justa, cierto, la amenaza del calentamiento global sostenida por la mayoría de la comunidad científica. Pero a partir de ahí, Greta es al ecologismo lo que Irene Montero es a otra causa justa como el feminismo, una versión poco informada, radical y populista. A lo que hay que añadir los trastornos mentales diagnosticados a Greta y que extreman el miedo del rebaño a las exigencias de la corrección política. ¿Cómo entender, si no, que millones de personas hayan convertido a una jovencita sin conocimientos y con varios trastornos en su líder política y espiritual? La chica apenas ha acabado la escuela secundaria, pero hace años que firma libros sobre lo que deben hacer los gobiernos en materia de ecologismo. Con discursos puramente populistas como aquello de Naciones Unidas en 2019, riñendo a los líderes políticos, o lo de hace dos meses en Londres contra el «sistema capitalista, el colonialismo, el imperialismo, la opresión y el genocidio».

«Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado», escribió Ortega y Gasset en La rebelión de las masas. Se nos olvida demasiadas veces que el miedo a ser diferente, a ser eliminado, es tan fuerte entre los creadores de ideas como entre el resto de seres humanos.

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