Un cuento de verano de 'Las mil y una noches'
Descansemos de nuestra crispada realidad con una fábula de pura evasión, que nada tiene que ver con el tiempo presente
Mucha tropa está ya de vacaciones. En la dispersión estival la mente se relaja e impera el entretenimiento. En esa línea, vamos a contar un cuento de verano, como se hacía a veces en los periódicos de antaño. Nada tiene que ver con la realidad del tiempo presente, por supuesto. Nuestra fábula dice así:
Cavando en el desierto, en una zona donde las leyendas rumoreaban que podría existir un efímero manantial, un zahorí beduino se encuentra un cofre de mucho empaque. Es de fina madera, con exquisitos adornos de orfebrería en sus esquinas y su cerradura.
Tras varios intentos, el beduino logra al fin abrirlo. Pero al destaparse el interior se queda decepcionado. Solo hay unos añejos papiros, cubiertos por la abigarrada letra de un escriba árabe de un tiempo remoto. Sin saber muy bien qué hacer, el zahorí lleva los escritos a un anciano local que goza de merecida fama de erudito. El viejo le dice que le deje estudiar el texto con calma y regrese al anochecer.
Cuando el zahorí retorna, se encuentra al sabio totalmente conmovido. Con la mirada humedecida por la emoción, le explica lo siguiente: «El manuscrito que has encontrado tiene un valor incalculable, pues recoge un cuento perdido de los que la legendaria Sherezade le contaba al sultán Schahriar cada noche, a fin de mantenerlo en vilo con sus historias y evitar así ser decapitada».
«Es una historia desconocida y muy curiosa de los comienzos de uno de nuestros visires», le dice el erudito al zahorí, y pasa a relatársela:
Dos hermanos de una familia de pastores se van a la ciudad en busca de una vida mejor. Son muchachos espabilados, de una pillería innata, y se van introduciendo en el mundillo subterráneo de los mercaderes que se mueven en el difuso linde entre lo aceptable y lo inaceptable. Al final, logran abrir varios lupanares y salas de baños de vapor turco, en los que el cuidado de la piel y los beneficios de la sudoración son en realidad asuntos secundarios, pues allí se va a lo que se va.
Los dos hermanos prosperan. Se hacen con un patrimonio muy notable. La hija de uno de ellos, que tiene pajaritos en la cabeza y ha desdeñado la posibilidad de estudiar, se casa con un apuesto zagal de una familia capitalina de bastantes posibles, al que le han pagado una cara formación en las mejores madrasas privadas del sultanato.
Los dos jóvenes se casan, pero económicamente el matrimonio no acaba de arrancar por sus propios medios. Para echar una mano, el patriarca le sufraga a su hija un piso para que viva en él la pareja. La vivienda se costea con el dinero del lenocinio y el vapor lujurioso de los establecimientos.
El yerno, aunque alberga un elevadísimo concepto de sí mismo, no termina de hacerse un hueco interesante en el mercado laboral. A la vista de que no espabila, su suegro le echa una mano para mantenerlo ocupado y entretenido. De manera informal, le encomienda que vaya encargándose de la contabilidad de sus establecimientos, dado que al parecer el joven ha estudiado temáticas contables.
Pasa el tiempo y por fin un buen día el suegro respira aliviado. En un banquete con sus amigos, les cuenta alborozado que un hombre público, al que conoce del mundillo de sus negocios, va a echar una mano para que su yerno deje la contabilidad de las empresas familiares y empiece a asomar la patita en la política del califato…
Y así comienza esta fábula inédita del universo imaginario de Las Mil y una Noches.
(Continuará… si es menester).