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El ojo inquietoGonzalo Figar

El asesinato de Charlie Kirk y la demencia de la izquierda

Y, dado que eres el malo, entonces tus palabras ya no son ideas; son discursos de odio. Tus argumentos ya no son razonables; son peligrosos. Tus actos ya no son discrepancia; son violencia. Y, por tanto, hay que censurarte, aislarte, señalarte. Hay que silenciarte. O, llegado el caso, eliminarte

Hace dos semanas, asesinaron a Charlie Kirk en Estados Unidos. Charlie era un muy hábil, muy popular activista conservador. Mientras hablaba delante de miles de personas, un chaval, supuestamente radicalizado online, le disparó con un rifle. Charlie se desangró en el mismo sitio, delante de todos los asistentes y de sus dos hijos pequeños.

Charlie tenía 31 años. Era conservador, cristiano, patriota, trumpista. Firme en sus valores, claro en sus ideas, pero siempre respetuoso. No era un incendiario, ni un provocador. Su actividad era ir a universidades a debatir con quienes no pensaban como él. No insultaba ni despreciaba. Buscaba discutir. Discutir con argumentos. Preguntar. Responder. Confrontar ideas. Acercarse al otro lado.

Y lo mataron por eso. Por tener ideas, y por saber defenderlas con éxito. Y si su asesinato produce ira, las reacciones de parte de la izquierda producen asco.

Miles de usuarios en redes, periodistas, activistas y comentaristas han reaccionado al asesinato con una mezcla de cinismo, euforia y justificación encubierta. Algunos, los que más asco dan, lo celebran directamente. Otros condenan la violencia con la boca pequeña. «Era un extremista». «Defendía ideas peligrosas». «Incitaba al odio». «No hay que matar a nadie, pero…» Siempre hay un «pero».

Pero es que no hay «peros». No los hay. A un tipo lo han matado por pensar distinto. Punto.

Esto es una barbaridad. Una degeneración moral. Y lo más grave es que era previsible. Era cuestión de tiempo. Porque lo que le ha pasado a Charlie Kirk no es una sorpresa, sino la consecuencia lógica de años y años de degradación de la izquierda.

La izquierda ya no discute, ya no argumenta, ya no razona. Hace años que abandonó el terreno de la lógica y se lanzó de cabeza a la emoción. Todo lo que dice, lo dice para tocar una fibra, para hacerte sentir algo, para intentar colocarse en el lado de la superioridad moral, no para convencer con razones.

Lo que hace la izquierda no es debatir. Es manipular emocionalmente. Chantajear. Construir un relato donde siempre hay un opresor y un oprimido, una víctima y un verdugo, el bueno y el malo. Un relato fácil, rápido, digerible. Sin matices, sin complejidad, sin pensar. Y en ese relato, ellos siempre son los buenos. Siempre. Da igual lo que hagan, lo que digan o lo que callen; el bien les pertenece por definición.

Y si tú no estás con ellos, entonces eres el malo. No eres alguien que piense diferente. No eres alguien con otro punto de vista, ni un rival político. No. Eres el malo. Eres el problema. Eres un obstáculo a la justicia social (lo que sea que eso signifique).

Y, dado que eres el malo, entonces tus palabras ya no son ideas; son discursos de odio. Tus argumentos ya no son razonables; son peligrosos. Tus actos ya no son discrepancia; son violencia. Y, por tanto, hay que censurarte, aislarte, señalarte. Hay que silenciarte. O, llegado el caso, eliminarte.

Ése es el salto brutal que ha dado la izquierda. De la razón al sentimiento. Del argumento al dogma. De la política al chantajismo. Cuando no hay argumentos sino simples emociones, pues no tienes que debatir con el otro, sino gritarle, censurarle, odiarle. Y cuando el odio se convierte en norma, entonces todo se vuelve aceptable.

Y cuando eso se hace durante años, cuando eso se repite una y otra vez desde los medios, desde las universidades, desde los partidos, pasa lo que ha pasado con Charlie Kirk. Que alguien da un paso más. Que un loco, ya sin filtro, ya sin límites, aprieta el gatillo. Porque le han enseñado que matar a un «nazi» no es un crimen; es un acto de justicia.

Lo de Charlie quizás parezca lejano a los españoles, pero es que lo mismo podría pasar aquí. No tengo ninguna duda de que hay sectores en España donde más de uno celebraría, por ejemplo, si a Santiago Abascal le pegan un tiro. Y lo digo con toda la seriedad del mundo. No porque sean asesinos, sino porque ya se han tragado el mismo discurso: que Abascal o cualquiera de Vox, o del PP (recuerden que hace dos telediarios los fascistas eran Aznar, Rajoy, Aguirre, Ayuso) no son un adversario político, sino un monstruo. Un enemigo del pueblo. Un incitador al odio. Alguien que debe ser callado.

Y no tengo ninguna duda de que si eso pasase, veríamos exactamente la misma reacción: condena tibia por parte de algunos medios, silencio cobarde por parte de ciertos políticos, y muchas justificaciones disfrazadas de análisis. Vamos, estoy imaginándome ya los titulares de Lo País y Lo Ser, y las ganas de vomitar que me producirían.

Para mí, estos últimos son contra los que hay que combatir a largo plazo, no solamente contra ese chalao que aprieta el gatillo. Hay que combatir a toda esa legión de políticos mediocres que juegan a la división y al odio para rascar votos. A esos tertulianos de saldo que no sirven ni para mamporreros y que solo saben insultar en la tele para ganarse la nómina. A esos periodistas vendidos que repiten como loros la consigna del día y llaman ultra, nazi o fascista a cualquiera que piense distinto, con tal de no quedarse sin micrófono. Toda esta gente no está chalada. Saben lo que hacen. Tienen estudios, voz y poder. Y han creado el clima para que unos odien a otros, visceralmente.

Ya basta.