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TribunaJosep Maria Aguiló

Me enamoré de una 'robota'

Con todo, la fuerza y la magia del personaje de Rachael no hubiera sido la misma sin el rostro y la presencia de Sean Young, una gran y temperamental actriz que, años después, demostraría en diversas ocasiones que también tenía algo de mujer fatal fuera de la gran pantalla

Hace unos días, pensaba en lo difícil que me está resultando poder cumplir mi viejo sueño de llegar a vivir algún día una historia de pasión devoradora con una auténtica femme fatale, que además debería de estar empadronada en Palma –mi ciudad natal y de residencia–, pues ya saben ustedes que yo no he sido nunca de mucho viajar o salir.

En ese sentido, creo que mi propia trayectoria laboral tampoco ha ayudado demasiado en la consecución de mi licencioso propósito, pues antes de empezar a ejercer como periodista, desempeñé desde muy joven algunos trabajos a priori bastante alejados del glamur pecaminoso, como por ejemplo desoldador de estaño, instalador de antenas de televisión UHF o captador de clientes en la calle para una empresa de compra de oro, joyas y papeletas de empeño.

Aun así, a lo mejor todo podría haber quizás cambiado si me hubieran contratado como detective en una agencia especializada que descubrí en aquellos años en el centro de Palma. Allí dejé lleno de ilusión mi currículum, pero al final no me cogieron. Como devoto admirador del cine negro y de la novela del mismo color, siempre había soñado con llegar a ser investigador privado, a la manera de un Philip Marlowe o de un Sam Spade, para verme arrastrado hacia la perdición más absoluta por perversas mujeres fatales, siempre elegantísimas y glamurosas por supuesto.

Es posible que mi visión de ese trabajo estuviera tal vez algo distorsionada, algo que corroboré cuando el director de aquella agencia me explicó que Palma no era ni Beverly Hills ni Nueva York. «Ser detective aquí es un trabajo rutinario, en el que sólo se investigan posibles adulterios, bajas laborales fraudulentas o estafas de poca monta», me dijo entonces. Probablemente a raíz de esa pequeña decepción personal, cuando años después empecé a trabajar en la prensa, quería ser un intrépido periodista de investigación, que sería lo más parecido a ser un intrépido detective de aluvión, pero casi siempre me encargaron sólo reportajes de interés humano, que no resultaron ser los más adecuados para poder entrar en contacto con vampiresas más o menos armadas y peligrosas.

Cuando estaba ya a punto de tirar la toalla, hace unos días volví a ver Blade Runner por casualidad, llegando a la conclusión de que quizás sea más fácil llegar a conocer antes a una replicante fatal que a una mujer fatal isleña más o menos cercana a mi casa. En principio, no lo veo algo del todo descabellado, pues con los continuos y espectaculares avances que hay hoy en robótica y en inteligencia artificial, es bastante plausible que al final llegue a ser efectivamente así. De momento, tenemos ya a Alexa, así como también al robot aspirador, el coche híbrido, la freidora de aire o la Thermomix.

Por suerte para mí, las posibles diferencias entre una mujer fatal y una replicante fatal serían además seguramente mínimas, tal como pudimos constatar ya en su momento cuando vimos por vez primera la citada película de Ridley Scott. Tan solo sería necesario que en lugar de vivir en ciudades como Los Ángeles, alguna hipotética replicante fatal decidiera instalarse de manera definitiva y permanente en Mallorca.

En mi opinión, Rachael (Sean Young) cumplía en Blade Runner casi todos los requisitos de una mujer fatal canónica, por lo que no resultaba nada sorprendente la fascinación que el agente Rick Deckard (Harrison Ford) sentía por ella. Rachael era reservada y poco dada a hablar de sí misma, aunque en su mirada melancólica y algo atormentada era posible vislumbrar algún gran secreto personal, que en su caso intuíamos que podía ser no sólo de carácter amoroso o pecaminoso, sino también domótico o cibernético.

En cuanto a su manera de vestir, era siempre muy elegante y sensual, idéntica a la de las mujeres fatales cinematográficas de los años cuarenta, mis favoritas. Como ellas, Rachael llevaba también los labios pintados siempre de rojo, portaba unos tacones infinitos y fumaba con sumo refinamiento, lo que contribuía a darle un halo de misterio y de seducción aún mayor.

Con todo, la fuerza y la magia del personaje de Rachael no hubiera sido la misma sin el rostro y la presencia de Sean Young, una gran y temperamental actriz que, años después, demostraría en diversas ocasiones que también tenía algo de mujer fatal fuera de la gran pantalla.

Sin entrar ahora en muchos detalles, seguro que muchos de ustedes aún recordarán que tras haber mantenido una breve relación sentimental con el actor James Woods a finales de los años ochenta, Sean Young habría decidido enviarle a él y a su novia de entonces fotos de cadáveres humanos y de animales mutilados, así como también pisotear las flores del jardín de la mansión familiar de Woods y dejar una muñeca decapitada en la entrada de aquella casa. En fin, lo normal en Hollywood tras una pequeña decepción amorosa, una situación que, por fortuna, se acabaría reconduciendo poco después con un amigable acuerdo extrajudicial.

Con todos estos antecedentes, pensaba que Young aparecería en el excelente monográfico especial de la revista Fotogramas titulado 'Vampiresas, mujeres fatales y otras chicas malas del cine', editado en 2005, pero me equivoqué. En ese número salían Mae West, Marlene Dietrich, Bette Davis, Lauren Bacall, Barbara Stanwyck, Rita Hayworth, Gene Tierney, Lana Turner, María Félix, Sara Montiel, Catherine Deneuve, Glenn Close, Nicole Kidman o Sharon Stone, entre otras grandes vampiresas cinematográficas. Pero no había ni rastro de Sean Young.

Mi amada –y algo olvidada– Rachael volvería a aparecer fugazmente en Blade Runner 2049, de Denis Villeneuve, estrenada treinta y cinco años después de la Blade Runner originaria. Habían pasado, pues, casi cuatro décadas desde su primera aparición sofisticada y modélica, pero no me importó, pues para mí Rachael era y seguirá siendo siempre la replicante fatal perfecta.

Josep Maria Aguiló es periodista