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En primera líneaMiguel Rumayor

El nefasto relato de la autopercepción

De ahí brotan las joyas de la ley del 'solo sí es sí' y de la ley trans. La primera convierte la mera palabra femenina casi en una sentencia, y la segunda permite a un joven menor de edad, que ayer jugaba con la Play, y solo por su autopercepción, hormonarse sin permiso de sus padres

No somos jamás, de manera acabada, lo que decimos o pensamos de nosotros mismos. Aunque con eso pasa como con el ombligo: cada persona tiene uno para observar. El problema, como sucede hoy, aparece cuando la autopercepción condiciona la convivencia en un marco insufrible.

Marmi

Veamos algunos ejemplos: Leire Díez se siente periodista de investigación y no ha publicado ni en la hoja parroquial. Begoña Gómez se entendía a sí misma como catedrática y tenía menos títulos académicos que una liebre. Ábalos, con su fajo de billetes atado con una goma de pollo, se consideraba feminista y acudía a las mancebías más que el chico de Deliveroo. Óscar Puente se sueña simpático y la gracia le huye como a los gatos el agua. Óscar López se contempla en el espejo como líder político y, allí donde pisa, solo florecen bostezos y derrotas. Bolaños se vislumbra como justo y ataca a la Justicia. Marlaska se autodefine como adalid del humanismo y no parece importarle la suerte de los emigrantes sin papeles que vagan por las calles de España. A estas alturas, con Sánchez nadie tiene claro lo que piensa de sí mismo, salvo que está enamorado y que come tarde.

Como explica Charles Taylor en Las fuentes del yo, fue Descartes, con el cogito, ergo sum –«pienso, luego existo»–, quien ensalzó la idea previa de san Agustín sobre la importancia del autoconocimiento. Pero el filósofo francés le dio la vuelta como a un calcetín, convirtiéndola en un principio absoluto para el conocimiento de toda la realidad. Sin embargo, el obispo de Hipona hablaba solo de la importancia de la reflexión sobre la propia intimidad como un instrumento inicial para llegar a la verdad. Se refería al insondable misterio que se halla dentro de cada persona, aquel que, por el bien de la propia felicidad y con la ayuda de los otros, a cada uno le corresponde tratar de descubrir. La verdad, o la falta de ella, se asoma en cada uno de nuestros actos libres, comparece en nuestros modos y, sobre todo, aletea en la limpieza o turbiedad de nuestra mirada.

He aquí que la izquierda radical, con más ocurrencias que un sastre en carnaval, ha elevado la autopercepción a categoría de sacramento jurídico. De ahí brotan las joyas de la ley del 'solo sí es sí' y de la ley trans. La primera convierte la mera palabra femenina casi en una sentencia, y la segunda permite a un joven menor de edad, que ayer jugaba con la Play, y solo por su autopercepción, hormonarse sin permiso de sus padres.

Como el pontífice de la Moncloa carece de credo político y de un proyecto de desarrollo y convivencia para España, ha encargado al wokismo que actúe como inquisición para controlar las autopercepciones ajenas. El zurderío que bulle en los parlamentos y se cuece en la parrilla de la Televisión Engañosa oscila siempre entre el victimismo lacrimógeno y la prepotencia faltona, según convenga. Sus artífices van ataviados de cursilería socialdemócrata; a veces susurran obviedades y explican a todo el mundo la ortodoxa interpretación de lo que dicen y sus tremendas implicaciones. Para eso, usan el triste catecismo de las verdades irrefutables y los debates clausurados. Si eres liberal, eres facha. Si eres conservador o te consideras de derechas, eres un troglodita. Si te callas porque pasas de política, guardas un equidistante silencio y estás fomentando el cacareado discurso del odio. Y si al final hablas, o quieres matizar alguna compleja situación social o internacional, eres cómplice de las atrocidades que suceden en las guerras.

Como afirma Aristóteles en la Retórica, lo que a la larga es realmente eficaz para llegar a los otros y mejorar las cosas no es solo contar cómo te sientes, sino usar la objetividad, el deseo de mostrar la realidad y hacerlo de forma verosímil. Si queremos construir algo, necesitamos gente que desee encontrar la verdad y la ponga en el centro de todos los debates, porque, como dice Leonardo Polo, esta no tiene sustituto útil. Habrá que hacerlo con valentía, inteligencia, educación y respeto a los adversarios. Quien quiera, legítimamente, podrá criticar el contenido de las ideas de Charlie Kirk, pero lo que no se puede despreciar es su apelación al uso de la palabra como única arma para el debate y para construir un mundo mejor: prove me wrong –«demuestra que estoy equivocado»–, decía su lema. Ojalá eso nunca muera.

  • Miguel Rumayor es investigador en filosofía de la educación y diputado de la Asamblea de Madrid