Fundado en 1910

21 de septiembre de 2024

Una de las imágenes recogidas durante la elaboración del documental Refugio

Una de las imágenes recogidas durante la elaboración del documental RefugioManuel González

El documentalista que captó la voz de los refugiados en Uganda

Charlamos en la redacción de El Debate con Manuel González, autor del documental «Refugio»

Polvo. Un polvo rojizo que se adhiere al pelo, la cara, los ojos. Un polvo que se filtra por las ópticas de la cámara, que se mete por las dobleces de los pantalones y calcetines. Un polvo en suspensión que tamiza un sol encapotado que martillea y tuesta a los que están matando el tiempo, rezumando vapor humano, bajo las lonas que cubren los chamizos de los campos de Rwamwanja y Bidibidi.

La constante inestabilidad de Sudán del Sur y República Democrática del Congo han convertido a Uganda en el tercer país del mundo, solamente por detrás de Turquía y Pakistán, que más refugiados acoge. Más de 1.400.000 personas malviven en espacios minúsculos, atosigados por la falta de perspectivas de futuro, por la malnutrición, la malaria y la corrupción de los campos y sus gobernantes. Huyen de la guerrilla que asola tribus enteras para hacerse con las tierras y explotar los minerales de la zona, de los niños soldados, de las violaciones indiscriminadas, de la esclavitud o de la propia muerte, que se juega a los dados, por puro divertimento, por aquellos que rigen la ley del machete en África.

A propósito de Refugio, el último trabajo del documentalista Manuel González –disponible en las plataformas de Amazon Prime Videos y Filmin–, le preguntamos por las historias de aquellos abocados a morir sin que se sepan sus vivencias, donde la esperanza, a pesar de todo, se abre paso ante lo más sórdido de la vida. 

Tráiler del documental Refugio

–¿Qué es lo más chocante que te encuentras al llegar a Bidibidi o Rwamwanja?

– Lo primero que llama la atención cuando te estás acercando a un campo de refugiados en Uganda es que no sabes que has llegado.  Es lo que cuento en la primera secuencia del documental. No hay vallas. Tampoco muros ni garitas con guardias vigilando a personas que tratan de escapar. La gente que llega allí ya ha escapado del infierno. No pueden encontrarse con nada peor que lo que les han obligado a ver. Te hablo de familias destrozadas, de mujeres obligadas a ver la muerte y violación de sus hijos e hijas mientras los van mutilando. 

–¿Cómo es el día a día en un campo de refugiados en África?

Depende. Para los que llegan de primeras –hay que recordar que según las cifras registradas en 2018, Uganda está recibiendo en torno a 1.800 refugiados al día, de ahí que el gobierno tenga un ministerio para gestionar este permanente movimiento migratorio–, deben inscribirse y esperar varios días, prácticamente acinados, hasta que se les concede el permiso para vivir en el campo. Al principio se les da una pequeña parcela, de unos 20 metros cuadrados y el packing que ellos llaman, que, básicamente, consiste en unas cuantas estacas de madera, algo de adobe, una lona y un poco de comida y agua. Respecto a los que ya llevan un tiempo allí, hay un poco de todo. Los más jóvenes se mueven, porque tienen libertad de movimiento, y pueden ir a trabajar a Kampala o por los alrededores del campo. Siempre, claro está, haciendo trabajos sin contrato y por salarios absolutamente irrisorios y en unas condiciones de explotación brutal. Luego están los voluntarios, los propios migrantes que ayudan en el campo, que perciben algo más de la cesta mínima para subsistir. Por otro lado, los más mayores o los que llegan lisiados de sus países de origen. Estos lo tienen más complicado, por no decir imposible, para poder ganarse la vida. Y entre los últimos, los albinos. Tenían que estar al lado de la administración porque a los niños se los podían llevar para hacer sacrificios o cortarles partes del cuerpo que luego vendían.

Dos niños albinos, estigmatizados por el color de su piel, en un fotograma del documental

Dos niños albinos, estigmatizados por su color, en un fotograma del documentalM. González

–¿Agua corriente o electricidad?

Cero. Nada. Hay algunos pozos. Pero no siempre tienen agua para todo el mundo o están muy lejos. He llegado a ver a muchos tirarse a las charcas insalubres que quedan después del monzón, bebiendo con la boca en la tierra de ahí para quitarse la sed.

–¿Hay corrupción dentro del sistema de acogida a estas personas?

Sí, claro. En todos los estratos. ACNUR denunció hace unos años y el propio gobierno ugandés lo reconoció, que se habían defraudado más de 100 millones de dólares de donativos internacionales. Y en los campos… Pues tienes a los propios trabajadores que se quedan con parte de los alimentos para luego introducirlos en el mercado negro.

Imagen de centenares de personas esperando a que confirmen su paso al campo

Imagen de centenares de personas esperando a que confirmen su paso al campoManuel González

–¿Qué trabajo hacen las instituciones cristianas allí?

Ayudan a resolver los conflictos. Son un sostén para que aquello no termine de reventar. Los feligreses, los que dirigen a sus comunidades y están comprometidos con alguna Iglesia, católica o luterana, ayudan con sus principios y valores a que haya una mejor convivencia.

–¿Qué posibilidades tiene un refugiado de salir de allí y poder mejorar su vida?

Por no decirte ninguna, te diré que muy pocas. Tal vez, como decíamos antes, los más jóvenes pueden conseguir alguna beca para estudiar. Pero claro, los que tienen formación son una minoría.

M. González preparando una de las tomas de Refugio

M. González preparando una de las tomas de RefugioManuel González

–Háblanos de Roger.

Bueno. Es un voluntario que conocí allí. Me ayudó mucho, haciéndome de traductor y abriéndome paso entre las personas del campo. Hablaba 7 idiomas y había estudiado enfermería en el Congo. Estaba intentando optar a una beca en Uganda, pero no se la concedían. Y después de algunas gestiones, consiguió que le aceptaran en la Universidad Autónoma de Barcelona con un programa de ayuda al refugiado. Y… Bueno. Ahora está aquí estudiando diplomacia.

–¿Cómo ha sido para él el paso de un campo a una ciudad europea?

Pues ha sido un choque tremendo. Desde la comida y la forma que tenemos de relacionarnos entre nosotros, que festejemos los cumpleaños, hasta el orden, los semáforos, el metro, las farolas o las fuentes públicas. No podía creer que esa agua fuera decorativa. Decía que era como si viviera en una fantasía la primera vez que salimos a pasear por Las Ramblas.

Manuel González en la redacción de El Debate

Manuel González en la redacción de El DebateR.M.

–¿Qué te cambió tras rodar el documental, después de escuchar una y otra vez las historias de los refugiados en Uganda?

–El ser humano es capaz de hacerse casi a cualquier circunstancia y superarlo prácticamente todo. Esto me encontré, con esto me quedo. Eso y la bondad. Hasta en los peores momentos, veías a hombres, mujeres y niños que vivían por y para el otro, que ayudaban al que lo necesitase y que no se priorizaban.

–¿Qué fue lo mejor que te pasó estando allí?

– Estaba con un colaborador, que me ayudaba con las cámaras y demás, a 6 kilómetros de dónde íbamos a dormir aquella noche. De pronto cayó una tormenta increíble. No veíamos casi nada. Nos refugiamos en la cornisa de lo que parecía una letrina. Estábamos ahí esperando a que escampara cuando, como a unos cincuenta metros, había una choza donde dos niñas, desde un ventanuco, los miraban y se reían, yo creo que pensando «qué hacen esos dos blancos ahí, chupando agua». Al cabo de un rato, nos empezaron a decir que fuéramos con ellas. Y al llegar era una familia de siete hijas, la más pequeña de unos 2 años y la mayor de diecisiete. Solamente estaba la madre, que no pasaría de los cuarenta. Y no sé cómo, nos pusimos a jugar con ellas, a cantar, a bailar haciendo un corro, casi tocando las paredes porque la casa, que era de una sola estancia, no tendría más de seis metros de superficie. A la madre la veíamos muy triste, con lágrimas. Le preguntamos que qué le pasaba y nos decía que le daba mucho apuro no tener nada de comer pero que, si queríamos, si no teníamos donde dormir, nos podíamos quedar aquella noche allí. Nosotros llevábamos seis plátanos y nos sentamos con ellas, comiendo, hasta que se fue la lluvia. Creo que ese fue el momento más conmovedor y alegre durante mi estancia en Uganda. 

Manuel González, director de El Refugio

Manuel González, director de El RefugioR.M.

Comentarios
tracking