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Ermita de la virgen de Avella

Ermita de la virgen de AvellaAndrés Palomo / IPE talavera

Cómo evangelizar a un 'millennial' con obras de arte de hace 800 años

Convertir el arte sacro en una atracción turística para veraneantes y curiosos provoca una pérdida del sentido evangelizador de cada pieza... pero también es una ocasión para anunciar a Dios. Así lo explican desde la asociación Piedras Vivas

Cada vez son más los museos, galerías e incluso espacios de culto desacralizados que muestran piezas de arte sacro como reclamo turístico, aunque ocultan toda referencia a sus claves evangelizadoras. Y aunque la exposición de piezas religiosas en museos y galerías seculares, fuera del contexto para el que fueron creadas, altera profundamente el mensaje trascendente que encierran estas piezas, «también puede propiciar una oportunidad de evangelización incipiente». Así lo destacan desde la asociación Piedras Vivas, un grupo de voluntarios católicos expertos en arte, que dedican parte de sus vacaciones a ofrecerse como guías turísticos capaces de ofrecer criterios no solo históricos o estéticos, sino también catequéticos.

La revista gratuita de la Asociación Católica de Propagandistas La Antorcha ha dedicado, precisamente, un reportaje sobre Piedras Vivas en su último número, para explicar cómo cambia el impacto que puede alcanzarnos una obra de arte sacro cuando la vemos fuera de todo contexto o cuando la contemplamos desde sus claves más profundas.

Como las fotos del salón

«Piensa en las fotos que tienes en casa –escriben para La Antorcha–. La de tus abuelos sobre el aparador del salón, o la de tus hijos en la mesilla de noche. Ahora, imagina que alguien, dentro de unos siglos, cogiera esas fotografías y se las llevara a un museo para exponerlas junto con otros cientos de imágenes. ¿Entenderían los lazos que unen a quienes salen en la imagen?».

A partir de este ejemplo, desde Piedras Vivas recuerdan cómo «nadie hace esta pregunta cuando pensamos en el arte sacro, aunque sea igual de pertinente», porque «miles de obras religiosas han salido de sus hogares originales para terminar en espacios donde cientos de visitantes las contemplan cada día, llenando sus ojos y corazones con la belleza de las piezas» pero sin tener en cuenta que, «cuando se saca una obra religiosa del lugar para el que se pensó, cuando se descontextualiza, algo se pierde».

Las tres rupturas

En concreto, cuando vemos una obra de arte sacro en una galería o en un museo se producen, explican estos expertos, tres grandes rupturas. «La primera ruptura se produce en cómo miramos la obra. En un museo, un cuadro religioso es un objeto artístico que se explica desde una época, un estilo, una técnica... Pero el arte sacro es en esencia una oración», afirman.

De hecho, abundando en su experiencia como guías turísticos voluntarios, los responsables de la asociación aseguran que «cuando mostramos una iglesia, nos gusta decir que es como invitar a los visitantes a nuestro salón y enseñarles nuestras fotos y hablarles de nuestra familia. El arte sagrado tiene ese carácter íntimo: el artista expone su experiencia de Dios».

Algo que ilustran con dos reconocibles ejemplos: «La mano que alza el candil en El beso de Judas de Caravaggio es de un realismo impecable. Pero la pintura cobra sentido al darnos cuenta de que es el propio pintor quien sostiene la luz, y que lo que hace es buscar en la oscuridad el rostro de Cristo. El arte es a la vez una herramienta que ayuda a crear un vínculo con el espectador y lo invita a rezar y a conocer mejor al Padre. Contemplando a la Virgen de la Ternura de Vladímir uno se siente abrazado y querido».

El contexto importa

Sin embargo, tener en cuenta el contexto es esencial para que pueda darse ese encuentro que mueva a la oración. «Pensemos en el Oratorio de San Jerónimo Penitente. Hoy lo vemos en el Museo del Prado, pero ¿cómo se sentiría su dueño, preparándose a rezar frente a san Jerónimo, arrodillado como él en una salita dedicada al encuentro con Dios? He aquí la segunda ruptura: lejos del templo y de la capilla, estamos menos preparados para acercarnos a Dios a través del arte».

La tercera ruptura, explican desde Piedras Vivas, «se produce al retirar una obra de su lugar sin entender que la ubicación y la composición están llenos de sentido. ¿Es posible imaginar separado el Políptico de Gante, donde todas las figuras están en presencia de Dios y alaban al Cordero? ¿Qué aspecto tendría el retablo de Doña María de Aragón, de El Greco, reunido en el seminario para el que se concibió?».

Arte sacro en un mundo secularizado

No obstante, «para dejar de entender las obras hoy no hace falta siquiera separarlas de los espacios sagrados para los que fueron creadas, porque aún estando en ellos pierden sentido», alertan.

Y lanzan una pregunta que impacta de lleno en tantas visitas turísticas que se producen durante las vacaciones de verano, y en las que turistas y curiosos se pasean por templos y catedrales como si estuviesen contemplando un museo civil: «¿Cuántas veces vamos a una iglesia bonita y salimos sin haber tenido la experiencia de algo nuevo, de habernos acercado a Dios? Antes, el arte sagrado explicaba la Escritura. Ahora, el mundo se ha secularizado y las obras ya no nos hablan de Dios, porque ya no se habla de Dios, y esa fisura es mucho más difícil de salvar», apuntan desde la entidad para La Antorcha.

Oportunidad para evangelizar

Sin embargo, este mismo aspecto puede ser una ocasión para la evangelización. «Hay un punto en el que la salida de las obras religiosas de los templos supone una oportunidad: el arte (y los cristianos) no pueden únicamente encerrarse en los templos. Deben salir a anunciar la Buena Noticia, y el encuentro vendrá después», señalan. Y «si, observando el cuadro de un santo en el museo, alguien piensa: 'es bonito, llevaré una copia a mi casa para contemplarla', ya está un paso más cerca de Dios de lo que estaba antes».

Porque, como recuerdan desde Piedras Vivas siguiendo su ejemplo inicial, «en cualquier caso, si alguien ve esos cuadros o nuestras fotos en un museo dentro de varios siglos, quizá no entienda los lazos que encerraba la instantánea, pero sabrá, vagamente, que allí había gente que se amaba».

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