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San Antonio de Padua, de Claudio Coello

San Antonio de Padua, de Claudio CoelloMuseo Nacional del Prado

Portugués y casi mártir: curiosidades de la vida de san Antonio de Padua

Santo de las cosas perdidas es otro de sus apodos y le viene por una anécdota que Antonio vivió cuando estaba en Bolonia como profesor y uno de sus alumnos le robó su libro de Salmos

Se le conoce por ser Doctor de la Iglesia y patrono de los pobres, pero también por ser el santo casamentero y reconocido por sus milagros. Cada 13 de junio la Iglesia celebra a san Antonio de Padua, quien, a pesar de su sobrenombre, nació en Lisboa en el año 1195.

Los prodigios atribuidos al santo, por los que se le ha atribuido el título del mayor taumaturgo de la historia, son innumerables. De todos ellos, uno de los más famoso tuvo lugar en su ciudad de residencia en Italia. Un joven llamado Leonardo propinó una serie de patadas a su madre en un ataque de ira, y arrepentido confesó su falta a Antonio. Este le dijo: «El pie de aquel que patea a su propia madre merece ser cortado». El joven corrió a su casa y se cortó el pie. Al enterarse, el franciscano tomó el miembro amputado y lo reunió a la pierna de Leonardo milagrosamente.

El nombre real de san Antonio

Su nombre de nacimiento era en realidad Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo. No fue hasta los 25 años cuando lo cambió por Antonio en el año 1220 con su entrada en la Orden de los Frailes Menores. Sin embargo, antes de ser franciscano ya había pasado, en contra de los deseos de su familia, por la abadía agustina de San Vicente, a las afueras de Lisboa. Tenía entonces 15 años.

San Antonio de Padua pudo haber sido un mártir de la Iglesia católica. Su deseo al entrar en la orden franciscana era ir a predicar entre los sarracenos. Llegó a hacer una estancia en Marruecos, pero una enfermedad le obligó a volver a Europa. Además de los milagros, otro de sus fuertes era la predicación. Las fuentes de su época dicen que tenía una voz clara y fuerte, además de un gran conocimiento y muy buena memoria. Por ello, Gregorio IX llegó a llamarle «arca del Testamento».

Santo de las cosas perdidas es otro de sus apodos y le viene por una anécdota que Antonio vivió cuando estaba en Bolonia como profesor. Uno de sus alumnos le robó un libro de Salmos sin que se diese cuenta y rezó para encontrarlo sin saber si lo había perdido o se lo habían sustraído. Al final, el estudiante se lo devolvió –todavía se conserva hoy en el convento franciscano de esta ciudad italiana– y desde entonces se le reza a san Antonio para encontrar objetos extraviados.

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