El paso repentino al calzado cerrado puede provocar fascitis plantar, tendinitis, rozaduras o uñas encarnadasGrok (X)

Cómo preparar los pies para el invierno: las ocho reglas clave de los podólogos

El paso repentino al calzado cerrado puede provocar fascitis plantar, tendinitis, rozaduras o uñas encarnadas

Las temperaturas templadas que se mantienen en gran parte del país en este arranque de otoño están retrasando el momento en que muchos españoles dejan atrás el calzado veraniego para volver a usar zapatos cerrados o botas. Esta demora en el cambio, unida a un previsible descenso brusco de las temperaturas, puede traducirse en una transición repentina que incremente el riesgo de molestias o lesiones en los pies.

Así lo advierte el Colegio Profesional de Podólogos de Andalucía (COPOAN), que alerta de que este proceso de adaptación no debe subestimarse. Según explican, el paso de un calzado veraniego –más plano, ligero y sin sujeción– a uno cerrado y rígido representa una modificación significativa en la manera de caminar, en la distribución del peso corporal y en la movilidad del pie. «Durante el verano se usa calzado más plano, flexible o sin sujeción, lo que hace que la musculatura intrínseca del pie trabaje de forma distinta y el arco plantar soporte las cargas de manera menos uniforme. Cuando pasamos de golpe a un zapato cerrado y más rígido, los tejidos pueden resentirse», afirma Rosario Correa, presidenta del COPOAN.

Ante esta situación, los podólogos recomiendan aprovechar las semanas previas al descenso acusado de las temperaturas para realizar un cambio progresivo en el tipo de calzado. Esta adaptación gradual permite que músculos, tendones y ligamentos del pie recuperen su tono y elasticidad habituales tras un verano de menor amortiguación y estabilidad. De este modo, se reduce el riesgo de sufrir sobrecargas, rozaduras o dolencias más severas.

Entre las lesiones más comunes detectadas por los profesionales en este periodo destacan la fascitis plantar, una inflamación dolorosa de la planta del pie que suele surgir al modificar el tipo de apoyo; la tendinitis del tendón de Aquiles, también provocada por cambios en la pisada; así como ampollas o rozaduras derivadas del roce con materiales más cerrados y rígidos. Igualmente, pueden intensificarse molestias en juanetes preexistentes o aparecer uñas encarnadas a causa de la presión ejercida por zapatos de puntera estrecha.

El uso habitual de chanclas o sandalias durante los meses estivales, sin sujeción ni protección adecuadas, contribuye también a debilitar la piel del pie, que puede presentar sequedad, deshidratación o pequeñas durezas. En este contexto, introducir de forma brusca un zapato cerrado aumenta las probabilidades de sufrir molestias o lesiones por falta de adaptación.

«Los pies soportan nuestro peso a diario, y cualquier alteración en su apoyo repercute no solo en el pie, sino también en rodillas, caderas o espalda. Cuidarlos, hidratarlos y usar el calzado correcto es una inversión en salud», subraya Rosario Correa, poniendo de relieve la importancia de una buena salud podológica para el bienestar general.

Ocho recomendaciones

Desde el COPOAN se ha elaborado un conjunto de recomendaciones para facilitar el paso del calzado abierto al cerrado con el menor impacto posible sobre la salud de los pies:

  1. Adaptación progresiva: Alternar calzado abierto y cerrado durante varios días permite una transición más suave para los tejidos del pie.
  2. Uso de calcetines finos y transpirables: Facilitan la ventilación y evitan las rozaduras en las primeras jornadas con calzado cerrado.
  3. Higiene y secado riguroso: Es fundamental mantener los pies limpios y secos, especialmente entre los dedos, para prevenir infecciones por hongos.
  4. Revisión del calzado antiguo: Comprobar el estado de las suelas y plantillas ayuda a detectar deformaciones que puedan alterar la pisada.
  5. Calzado de buena calidad: Debe contar con suelas antideslizantes, materiales flexibles, espacio suficiente para los dedos y ausencia de costuras internas agresivas.
  6. Evitar extremos en la altura de la suela: Se recomienda un tacón moderado (entre dos y cuatro cm) que respete la curvatura natural del pie.
  7. Hidratación diaria: Aplicar crema hidratante en talones y plantas ayuda a mantener la elasticidad de la piel y evitar grietas.
  8. Consulta profesional ante molestias: Cualquier dolor, dureza o molestia persistente debe ser valorado por un podólogo para prevenir complicaciones.

Desde el COPOAN insisten en que una buena elección del calzado, un cuidado regular de los pies y la atención temprana a cualquier señal de alerta son pilares esenciales para evitar que pequeñas molestias deriven en lesiones crónicas. «La prevención es la mejor herramienta para mantener la salud podológica y evitar problemas que, si no se tratan a tiempo, pueden agravarse», concluyen.