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El académico de la RAE Juan Luis Cebrián

El académico de la RAE Juan Luis CebriánEuropa Press

Juan Luis Cebrián llama «mentiroso» y «traidor» a Sánchez en un artículo sobre el ataque a la RAE

Desde su columna en The Objective Juan Luis Cebrián denuncia el ataque del Instituto Cervantes a la RAE

Ni un solo puente sin destruir. Ni una sola nave sin quemar. El gobierno de coalición PSOE-Sumar con su presidente Pedro Sánchez a la cabeza ha logrado envenenar prácticamente todas las instituciones y organismos de España.

Y pretende sembrar esa misma cizaña en la RAE, empleando para ello como palanca al Instituto Cervantes, dependiente del Ministerio de Exteriores.

El reciente ataque de su director, Luis García Montero, al de la Academia, Santiago Muñoz Machado, parece esconder una estrategia de erosión de cara a las próximas elecciones de la RAE, previstas para diciembre de 2026.

El burdo ataque es tan escandaloso que ya hay voces internas de la RAE (unas anónimas, otras públicas sin reparo) posicionándose contra García Montero, el Cervantes y el gobierno por este ataque y el desprestigio que ello conlleva para la imagen de España.

El académico Arturo Pérez-Reverte fue muy duro al denunciar el intento de Exteriores de colonizar la RAE «a través de su mediocre y paniaguado director del Cervantes».

Ahora ha sido otro académico, que además estuvo cerca de ser nombrado director de la RAE, y que para más señas fue director del diario El País y presidente del Grupo Prisa, Juan Luis Cebrián, el que ha alzado la voz contra el intento del Cervantes y del gobierno de erosionar la RAE para a saber qué objetivos espurios.

En su columna del diario The Objective, Juan Luis Cebrián lamenta que el Congreso Internacional de la Lengua Española de Arequipa se haya convertido «en un semillero de disputas y un sembradero de intrigas».

Y, lo que es peor, que haya sido incitado «por una dependencia del Estado gobernada y dirigida por el Ministerio de Asuntos Exteriores, al alimón con el de Cultura», esto es, el Instituto Cervantes.

Al igual que hizo Pérez-Reverte, Cebrián destaca en su columna, titulada «Contra la sociedad civil», el fracaso de la política exterior española en los países de la América hispana, lo que se traduce a una «ausencia progresiva de la política española en Hispanoamérica». Frente a ello, es «la presencia de las Academias, las universidades y el mundo empresarial (…) (las que) han mantenido la influencia y potenciado el hermanamiento entre nuestros países».

La labor de la RAE y las demás academias del español, de la que el Diccionario Histórico del Español presentado en Arequipa es el ejemplo más reciente, muestra «cómo nuestra sociedad civil da permanentes lecciones a un oficialismo descabella y descabezado en el que priman los intereses económicos de unos pocos y los ensueños infundados de algunos mequetrefes», apunta Cebrián en su artículo en The Objective.

Y subraya: «Frente a la insensatez, la voracidad y el arbitrismo de quienes gobiernan, la RAE ha mantenido siempre un comportamiento insobornable».

Recuerda también cómo la RAE resistió a los intentos del franquismo para que destituyeran a seis académicos y cómo mantuvo vacía la silla de Salvador de Madariaga, cuyo discurso de ingreso pronunciado en 1976, cuarenta años más tarde de su elección como académico, fue uno de los pilares de la reconciliación entre españoles durante la Transición.

«Aquella reconciliación», denuncia Cebrián, «está siendo asaltada por la ambición y la estulticia del poder y el oscuro colaboracionismo de la oposición». En ese sentido, responsabiliza a unos y a otros de «dividir a los españoles entre buenos y malos, sin ofrecerles un proyecto de nación ni lugar de encuentro alguno».

Y añade: «Todo ello adobado con la mentira del presidente, su traición a las promesas electorales y el destrozo causado a la militancia de su partido, su antigua dirigencia, su electorado y la paz social».

En ese sentido, advierte que «los esperpentos políticos» «no pueden trasladarse a las instituciones culturales de la nación». Además, reprocha a Sánchez que esté dispuesto «a gobernar sin el Parlamento y sin presupuestos». «Ahora parece empeñado en hacerlo igualmente sin la sociedad civil, incluso contra ella».

Frente a ello, «todavía quedan científicos, trabajadores, empresarios, artistas, comerciantes, escritores, profesionales y hasta periodistas capaces de resistir la oleada egoísta e irracional de quienes en nuestra clase política han dado la espalda a la excelencia intelectual y ética».

Termina Juan Luis Cebrián señalando que «los caciques y los aprendices de autócratas lo primero que emprenden para saciar sus apetitos es destruir las instituciones. Hasta que se dan cuenta de que les basta con apropiarse de ellas».

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