Anuncio de Navidad de Chevrolet
El Debate de las ideas
Chesterton: la familia resiste
«Sin la familia estamos indefensos ante el Estado», afirmaba Chesterton, no sólo como bastión de fuerza o faro de luz, sino como continuidad per natura de la especie humana ante esas nuevas propuestas o formulaciones que, por lo visto, ya apuntaban maneras en los inicios del pasado siglo
Es más que probable que recientemente hayas visto el último anuncio de la marca Chevrolet con motivo de las inminentes Navidades y justo antes de que comience el runrún y se alcen voces malsonantes con la cansina cantinela por su celebración y lo «hiriente» que, para algunas pieles y almas sensibles, puede resultar el nacimiento del Niño Dios. Ya sabes, lo de todos los años en la previa de la Natividad del Señor. Si aún no has visto el anuncio, te invito a ello. Una vez leído este artículo, entenderás la razón de esta recomendación y, si eres de lágrima fácil, no olvides tener un pañuelo de papel a mano.
Sin entrar en detalles, el propósito del fabricante de automóviles es, en buena lógica, exponer y vender sus vehículos a través de un modelo vintage de 1987, el casi centenario Suburban; abrir el baúl de recuerdos, sentimientos o emociones en forma de flashback y, finalmente, rendir un tributo —valiente— al concepto de una familia tradicional que, de manera paradójica, afronta un viaje de ida y vuelta en un único trayecto a bordo de la fiabilidad, perdurabilidad y resistencia del sempiterno modelo de la marca americana, un viejo rockero que surca caminos y carreteras desde 1934. Ahí es nada.
Y efectivamente llama la atención el hecho de que sólo haya un recorrido con punto de partida y destino; de un hogar antiguo, el paternal, a uno nuevo: el filial. Es ahí donde contemplamos el final del viaje de unos padres que, por Navidad, van al reencuentro de sus hijos al mismo tiempo que, durante el trayecto, recuperan y comentan momentos especiales en viajes pretéritos con los otrora niños, esos que, hoy, son adultos emancipados disfrutando de la visita de los ahora recién llegados y de la alegría de sus pequeños tras la llegada de sus padres, los empty nesters, desde el nido en el que nacieron y crecieron. Un retrato de la vida misma acompañada por el implacable paso del tiempo en los desgastados asientos del vehículo, los preparativos de las viandas antes de emprender la marcha y las emotivas retinas del matrimonio protagonista.
El anuncio, sin duda, es una reivindicación de la buena salud y poderosa resistencia del auto en cuestión, de la confianza de esa familia a lo largo de los años a pesar de que la idea del cambio de coche sobrevolara la mente del progenitor y, también, la permanencia de las costumbres y tradiciones entre miembros de un mismo núcleo familiar para quienes las vicisitudes del presente —pérfidas modas o tendencias incluidas— han pasado de largo sin llamar a su puerta o, en ese antagónico objetivo, menoscabar el arraigo y la identidad de sus relaciones interpersonales. Como escuchábamos hace unos años en un famoso anuncio televisivo respecto a una vajilla de origen francés: la familia resiste; Arcopal, también.
Y no queda otra: resistencia, permanencia y confrontación frente a las presiones del Estado como, hace más de un siglo, abordaba Gilbert Keith Chesterton desde su perspectiva visionaria y la realidad de las transformaciones sociales de su época, de esas —y otro tipo de cambios— de las que no se nos ha eximido en este primer cuarto del siglo XXI a punto de expirar. Más de cien años han sido testigo de aquellas tentativas que, haciendo uso de diferentes disfraces, siguen percutiendo en nuestro más rabioso e incierto presente.
Afirmaba el bueno de Chesterton —no sin contundencia— que «sin la familia estamos indefensos ante el Estado» y en la rotundidad de su discurso, aparte de no dejar títere con cabeza, se incluía la función esencial que toda unidad familiar ha de cumplir como célula o componente de una sociedad asediada por ideologías varias cuyo poder e insinuaciones han de chocar y perecer ante la fortaleza, confianza o durabilidad —como el Chevrolet del anuncio— de un firme baluarte: la familia.
Ese concepto tradicional que Chesterton otorgaba a la familia no sólo era bastión de fuerza o faro de luz, sino la continuidad per natura de la especie humana ante esas nuevas propuestas o formulaciones que, por lo visto, ya apuntaban maneras en los inicios del pasado siglo. Dentro de la familia se hallaba calor, amor, comprensión o cualquier otro valor o necesidad en desuso dentro del ámbito social más próximo. Era tabla de salvación, salvavidas en el naufragio colectivo y generalizado de una civilización que, peor aún, no deja de tender puentes hacia la deshumanización y el mundo virtual.
Presencia, eficiencia y notoriedad de la familia eran capaces de elevar al máximo un rol necesario contra políticas e ideas no ajenas a la fracción, encargadas de proyectar ataques constantes contra la viabilidad y representación de ese núcleo en el marco de sociedades cada vez más modernas, pero con infinitas lagunas y precariedad en su funcionamiento cuando sus soportes existenciales se tambalean ante la proliferación y convulsión de tanto tsunami. Si, además, el punto de mira se focaliza en objetivos como el orden y la justicia, ancha es Castilla.
No se equivocaba Chesterton, pues, en esas puntas de iceberg que fue capaz de atisbar entre las profundidades de la sociedad occidental de aquel momento con alarmantes síntomas de división física a través de una mayor movilidad y la progresiva urbanización, propiciando el distanciamiento de las raíces y, ¡cómo no!, la separación de los abuelos ahora que, por estos lares, nos acordamos de la «España vaciada» con inusitada frecuencia. Así, el debilitamiento estructural en cuestiones de crianza y logística era cuestión de años o décadas como hemos venido viendo y sufriendo.
Por otra parte, el ataque directo de la revolución sexual. Ahí, a la línea de flotación de un ámbito familiar y una identidad que, en la efervescencia del caos y confusión que vivimos con sexos, géneros y acrónimos de tanta consonante, no ha hecho más que corroborar su predicción sobre la moralidad sexual arruinada por la diversificación de placeres y el empuje de una libertad sexual con mayor fuerza y durabilidad que la de la Revolución Bolchevique, como se atrevía a decir el propio Chesterton.
Por eso, el anuncio publicitario de Chevrolet, si cabe, cobra mayor resonancia en estos tiempos de zozobra ante infinitas muestras de decadencia social. Su implícito mensaje es músculo para mostrar evidencias que, además de reforzar fortalezas, desvían a la familia tradicional del victimismo, del señalamiento y la continua erosión que sufre en una sociedad presente carente de retornos encauzados a recuperar los pilares que tradicionalmente han sostenido y puesto en práctica valores como la familia, el orden o la justicia.