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20 de abril de 2024

Anna Netrebko durante su actuación el pasado lunes en el Teatro Real

Anna Netrebko durante su actuación el pasado lunes en el Teatro Real

Anna Netrebko, triunfo en el Teatro Real y protesta en la calle

Un grupo de manifestantes pro-ucranianos denuncian la complicidad de la soprano con Putin a la salida del concierto de la soprano en el coliseo madrileño

Durante las dos horas largas que duró el concierto que Anna Netrebko y Yusif Eyvazov ofrecieron para el público del Teatro Real, el mundo y sus cuitas parecieron detenerse por unos instantes convirtiendo en belleza la sordidez que, querámoslo o no, acompaña nuestras vidas tiñéndolas casi siempre de gris.
Afortunadamente nadie se cuestionó la presencia en el programa de Chaicovski, uno de los compositores que mejor supieron interpretar (como Mussorsgky, Dostoievski, Tolstoi o Pushkin) eso que se ha dado en denominar el «alma rusa», y la diva de Krasnoyarsk fue muy bien recibida por los asistentes, poco o nada preocupados por la opinión que la cantante pueda tener de su benefactor, Vladimir Putin.

Protestas a la salida

Sólo a la salida, a la noche cálida de la Plaza de Oriente, con ese bullicio estival, un baño de realidad quebró el embelesamiento de los asistentes devolviéndolos como por asalto a algunas de esas incómodas verdades de nuestra acuciante realidad. Un grupo de ciudadanos, se supone que ucranianos, o al menos partidarios de su causa, los sacaron súbitamente de su dicha con sus sonoras protestas en contra de los partidarios de Putin.
Se supone que la destinataria principal de sus denuncias, coreadas con un fuerte acento que delataba su origen, era la protagonista de la velada, la misma Netrebko que ha condenado la guerra pero no ha dicho ni pío sobre su principal instigador, el sátrapa Putin, y quizá de rebote quienes acudimos a disfrutar del arte de una de las mejores cantantes de ahora mismo, para muchos la número uno indiscutible, como sus presuntos cómplices.

Si hablamos solo del acontecimiento artístico, la comparecencia de Netrebko y su esposo se ha saldado con un éxito rotundo

Quizá todos deberíamos relajarnos un poco y dejar que los teatros se conviertan durante este tiempo en remansos de paz, concordia y civilización. «Donde hay música no puede haber nada malo», prescribía el Quijote. Pero los enconamientos que producen situaciones tan injustas como la invasión de Ucrania tienen estos efectos colaterales, que también es preciso entender y valorar. Si algún ciudadano de ese país tilda de hipócrita la actitud de la soprano por condenar el conflicto con la boca pequeña, y cree que es necesario cerrarle las puertas de nuestros templos de cultura como se ha hecho estos días en Stuttgart, o de manera permanente en Nueva York, quiénes somos nosotros para ignorar, y no tratar al menos de comprender, su rabia.
Anna Netrebko en su recital del pasado lunes en el Teatro Real

Anna Netrebko se inclina ante el público del Teatro Real

Si hablamos solo del acontecimiento artístico, y más del social, la comparecencia de Netrebko y su esposo se ha saldado con un éxito rotundo, bien que el Real no pusiera el cartel de no hay entradas: con esos precios es muy difícil no ya crear afición si no permitir que los aficionados habituales puedan acudir a la cita con una de las escasas estrellas actuales de la ópera; sobre todo cuando algunas de las localidades principales son ocupadas por «celebrities» invitadas sin oficio ni beneficio que lo mismo acuden a aplaudir a esta cantante que a un ídolo ya declinante del pop porque lo importante es simplemente estar, que los vean.

«Una diva como las de antes»

El programa, esta vez, era muy interesante, no como en su visita anterior. Todo concierto lírico tiene algo de batiburrillo, pero si se cuidan las esencias, como ahora (salvo en las piezas orquestales, poco imaginativas), el resultado en conjunto puede dar una idea cabal sobre el estado de un artista y sus auténticas posibilidades. La Netrebko, en estado de gracia, entró pisando fuerte, con un tocado que bien podía evocar a la princesa Turandot más que a la destronada Bolenna, a punto de perder su hermosa cabeza. Detalles sin importancia.
Bastó la primera frase, «Piangete voi?...», lanzada al aire más como afirmación que como pregunta, para darse cuenta de que allí había una diva como las de antes, con una personalidad que se afirma en cada gesto, en la manera de decir, de expresar con la voz y con el cuerpo. Cómo olvidar lo que la gran Mariella Devia nos legó en su despedida de este teatro en aquel concierto memorable y con esta misma pieza. Pero el arte tiene ese don, permite transitar por senderos distintos para suscitar en nosotros emociones parecidas, igualmente genuinas. Que en algunos momentos asoma un incómodo vibrato, que no se va al sobreagudo al final como hacía la Gruberova… qué mas da… lo importante es el resultado en conjunto, y esa manera de aportar sentido dramático a cada frase, de comunicar, se impone sobre cualquier minucia. La primera ovación estableció ya el tono triunfal de una velada sin reproches, en la a que la diva se la vio cómoda y agradecida.

Eyvazov, el «consorte»

Y llegó el marido, ese Yusif Eyvazov al que le niegan el pan y la sal por haberse casado con la estrella y beneficiarse seguramente de su condición de consorte para obtener contratos. Conozco a muy pocos artistas, desde los más discretitos hasta las luminarias, que no intenten, siempre que tienen oportunidad, colocar a un esposo, primo, amante o secretaria. Todos lo intentan, casi sin excepción, pero lógicamente unos tienen más poder que otros. El caso es que el denostado Eyvazov no es uno de esos «mantas» que otros colegas intentan colarte como prodigios. El material siempre ha sido importante, la voz corre que se las pela por todo el teatro, el agudo es firme y sólido,… Y bien, sí, es cierto, el fraseo no es un dechado de fantasía, pero algo ha mejorado desde sus inicios, lo cual indica que posee inteligencia y pundonor: a otro en su lugar le bastaría con lo mínimo, él se ve que algo estudia. Desde luego hay que echarle arrojo para salir y cantar, sin más, la célebre escena de Manrico con la «Pira» a doble vuelta y además a tono. Antes, en el «Ah si, ben mio», intentó algún matiz y echó mano de la versión que Pavarotti grabó con Mehta, y luego ha imitado a Gregory Kunde, interpolando un agudo no escrito antes del final. Fue braveado sin reservas, su gallardía lo mereció.

El enfrentamiento de Azizov con la Netrebko fue de alto voltaje dramático, en un «toma y daca» sin aliento de notable impacto

La primera parte contó además con dos dúos de gran impacto expresivo, el encuentro decisivo entre Leonora y Di Luna de «Trovatore» y la despedida de este valle de lágrimas de Aida y su amado Radamés, ambas creaciones verdianas. En la primera se contó con la colaboración de Elchin Azizov, al que lenguas viperinas atribuirán algún parentesco con Eyvazov, ya que ambos son de Azerbaiyán.
Poco conocido por estos predios, la carrera de este barítono se ha desarrollado fundamentalmente en el Bolshoi, que no es un teatro de provincias aunque a algunos les parezca tal. Por maneras recuerda a Yuri Mazurok, capaz de darlas todas aunque algo rudo de expresión en el repertorio italiano. Cuando se aborda al conde di Luna se suele olvidar que además de aristócrata está enamorado de Leonora, lo cual que no siempre tiene que parecer cabreadísimo. Azizov posee unos estimables medios de barítono con voz de tal, que ya es mucho en estos tiempos, aunque la nobleza no aparezca por ningún lado. En cualquier caso, su enfrentamiento con la Netrebko fue de alto voltaje dramático, en un «toma y daca» sin aliento de notable impacto. Muy celebrados ambos, como lo sería él mismo después, ya en solitario, en los célebres «couplets» de Escamillo, donde su naturaleza bravía casó muy bien con la chulería del enamorado de Carmen.

Difícil encontrar una Aida mejor

A «Aida» ambos parecen tenerle cogida la medida después de haberla interpretado juntos, por ejemplo, hace unos días en la Arena de Verona. Y Netrebko es el principal reclamo de la ópera verdiana en las funciones previstas por el Real en otoño, todo un acontecimiento de no perderse. El tenor comenzó intentando matizar, pero la cabra a veces tira al monte y rápidamente su cantó se volvió más y más estentóreo, aunque hizo algún intento por apianar, de modo no siempre canónico: la ausencia de una técnica sólida revela sus plebeyas costuras. Ella, en cambio, estuvo regia, imperial, con filados de primera clase, dejando el sonido flotar en el aire, y graves firmes como rocas, sin perder nunca ese sonido aterciopelado marca de la casa. Difícil encontrar una Aida mejor, capaz de medirse con las referenciales (la Stoyanova está ya algo mermada, veremos…).
Eyazov, netrebko

Yusif Eyvazov, Anna Netrebko y el director Michelangelo Mazza reciben la ovación del público del Teatro Real

Después del descanso el tarro de las esencias siguió desbordándose, sobre todo del lado de la diva, que legó una Juliette ideal: se necesita una voz como la suya para hacerle justicia a la madurez de la chica en sus instantes de mayor dramatismo. Desplegó frases de una intensidad poco común en nuestros días, dejándose la piel en cada nota. Fascinante. En cambio, estuvo bastante tosco Eyvazov en el aria de Edgardo, en las antípodas del héroe belcantista que hoy dibuja como nadie el tinerfeño Celso Albelo. Escaso de imaginación, sin embargo su interpretación posee ese encanto agreste, arrojado, de algunos tenores de antaño, como Filipeschi o Poggi (Di Stefano también, pero con esa voz se le permitía todo) que no se andaban por las ramas para desplegar sonidos poco pulidos pero de inmediato efectismo, veristas en forma y fondo, para suscitar el aplauso inmediato. No cualquiera tiene lo que hay que tener para hacerlo así, con esa valentía.

Con 'La Dama de Picas' tanto la Netrebko como Eyvazov echaron el resto en una interpretación de gran fuste que hizo saltar las lágrimas a más de un espectador

Lo mejor aún estaba por llegar. Qué poco se representa Chaicovski en España, cuando sus dos óperas mayores son obras maestras deslumbrantes que se nutren de su extraordinario talento de sinfonista afecto a la melodía, al sentido del drama para envolver sus partituras de una calidez, de una emoción auténticamente abrasiva. El encuentro entre Lisa y Hermann del final del primer acto de La Dama de Picas es un notable ejemplo. Y tanto la Netrebko como Eyvazov echaron aquí el resto en una interpretación de gran fuste que hizo saltar las lágrimas a más de un espectador. Qué intensidad, qué dominio de toda la gama expresiva sobre todo por parte de ella (aunque él no le fue a la zaga en los momentos de mayor desgarro). Aquí solo se echó en falta una mayor implicación del maestro, el antiguo violinista Michelangelo Mazza, hoy reconvertido en director: casi siempre acompañó con tino y atención a las voces, pero en ocasiones, como esta, sin lograr echar el resto para que la Sinfónica de Madrid se implicara en dotar de todo el fuego preciso a una escena de tanta enjundia. También aquí, convocada como colaboradora, la mezzo Gemma Coma-Alabert, como la abuela, sin llegar al ideal ni igualar a la pareja, estuvo algo más acertada que en una Amneris casi desapercibida.

Las propinas

Quedaban las propinas, lo menos interesante quizá, con Netrebko en su salsa cantando por Kalman la extravagancia sin complejos de «Heia, heia»; Eyvazov poniendo a prueba con sus exhibiciones de fiato a la orquesta en un Nessun dorma que hemos escuchado mejor cantado algunas veces, pero, como en todo el programa, pleno de arrojo y ganas de agradar, y un «Non ti scordar di me», con los cuatro protagonistas de la gala, para terminar de poner al público en pie, aunque para entonces algunos ya habían abandonado a toda prisa la platea sin saber que fuera les estaban aguardando los manifestantes. Ese inesperado regreso a la realidad resultó duro y amargo, pero en este mundo cada vez más interconectado los placeres se tornan efímeros: siempre hay alguien dispuesto a recordarte que tu recién adquirida felicidad puede hundir su raíz en algún suceso oscuro o condenable.
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