Y Francia despidió a Nadal mejor que España...

Siempre decimos que en España se entierra bien. Lo decía entre otros Alfredo Pérez Rubalcaba, que además lo pudo comprobar. El histórico socialista pasó de urdir el «Pásalo», que reventó la jornada de reflexión de las elecciones de 2004, a ser velado como un grandioso estadista, con colas que daban la vuelta al Congreso. Hay un refrán que explica muy bien esto: «Alguien vendrá que bueno te hará». Al lado de Sánchez, Cerdán y Ábalos, el viejo Rubalcaba parecía Winston Churchill.

Por cosas como esta me molesta especialmente que Francia haya despedido mejor a Rafa Nadal de lo que conseguimos hacerlo nosotros en su momento. Hagamos memoria: el último partido profesional del manacorí fueron las finales de la Copa Davis, que en nuestro caso fueron cuartos de final porque nos vacunaron los holandeses contra todo pronóstico. Nos llegó la hora y no teníamos prácticamente nada para poner encima de la mesa. El caso es que el deportista más importante de nuestra historia se despidió en una televisión de pago, en la madrugada de un miércoles y con buena parte del país durmiendo.

El partido en cuestión se jugaba en Málaga, donde al día siguiente había una profunda sensación de pérdida. De la noche al día desapareció la reventa. También los famosetes que pedían entradas para la final, imbuidos por el cuento de la lechera de ver a Nadal yéndose del tenis mordiendo metal como tantas otras veces. Al día siguiente en el pabellón Martín Carpena olía mucho a palomitas de maíz, pero sobre todo a desencanto. Vale que Nadal no quería grandes ceremonias, vale que casi nadie contaba con perder ante Países Bajos, pero tampoco creo que este fin de semana haya volado a París obligado y con una venda en los ojos, como si fuera una despedida de soltero. Allí destaparon su huella en la arena de la central de París y, con ella, un poquito de nuestras vergüenzas como nación.

Estamos a tiempo, todo es hablarlo. Él mismo reconoció que lo de Málaga, en ese momento, «ni tuvo sentido ni estuvo bien». Me sabe mal por Feliciano López, que estaba al frente de aquello y es un buen tipo, pero ese adiós fue más frío que el abrazo de una exnovia. Tenemos el problema de que vamos ya por detrás de Francia y que cualquier cosa que le hagamos parecerá pequeña. Seguro que merecería un autobús descapotable recorriendo España desde la Diagonal de Barcelona hasta la Gran Vía de Madrid. Quizás poner su perfil (o su antebrazo) en las monedas de 50 céntimos. No se dejaría, pero algo habrá que hacer. En París estaba el exministro Rodríguez Uribes, responsable último de nuestro deporte. A ver si se le ocurre algo en el tiempo libre que le dejan las inscripciones a deshora del FC Barcelona.