Fundado en 1910

Por qué el PSOE seguirá perdiendo elecciones en 2026

Para muchas familias, hacer la compra semanal se ha convertido en una prueba constante de que algo no está funcionando. No se trata de ideología, sino de una experiencia cotidiana y real

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, participa en el acto de cierre de campaña electoral en ExtremaduraEuropa Press

Las democracias modernas funcionan con una lógica más simple de lo que piensan los analistas políticos. Por muy sofisticados que sean los discursos, por muy intensas que resulten las batallas culturales o por muy polarizado que esté el debate público, hay un factor que termina imponiéndose: la economía. Cuando la capacidad de los ciudadanos para mantener su nivel de vida se erosiona, la paciencia se agota, y el castigo electoral se vuelve inevitable.

España se encuentra hoy en ese punto. El problema no es solo político. Es, sobre todo, económico. Y cuando la economía cotidiana falla —cuando llenar la cesta de la compra cuesta cada vez más, cuando el alquiler absorbe una parte creciente del salario, cuando se pide un crédito para veranear y cuando el ahorro se vuelve imposible— los votantes dejan de escuchar explicaciones y buscan responsables.

Cuando el coste de la vida se convierte en voto de castigo

La situación de muchos hogares y de jóvenes españoles no es buena. Los precios siguen subiendo, incluso cuando esas alzas se moderan en términos interanuales. Se trata de un empobrecimiento silencioso que afecta sobre todo a las clases medias y a las rentas más bajas.

El enfado, en democracia, se expresa votando contra el que gobierna

Los alimentos han sido uno de los ámbitos donde el problema se ha hecho más visible. Productos básicos (como el aceite, las frutas, el pescado, los huevos, la carne o los lácteos) han registrado fuertes subidas de precio, alcanzando máximos históricos que no siempre han sido compensados por los aumentos salariales. Para muchas familias, hacer la compra semanal se ha convertido en una prueba constante de que algo no está funcionando. No se trata de ideología, sino de una experiencia cotidiana y real.

Este fenómeno penaliza más a quienes destinan una mayor parte de su renta al consumo. Cuando esa presión se prolonga en el tiempo, el descontento se transforma en enfado. Y el enfado, en democracia, se expresa votando contra el que gobierna.

El voto como válvula de escape

La inflación también se nota en la vivienda. El alquiler se ha convertido en uno de los principales focos de frustración en España. Precios elevados, oferta escasa, inseguridad jurídica y políticas que, lejos de aliviar el problema, lo han agravado.

Para amplias capas de la población —jóvenes, trabajadores urbanos, familias con ingresos medios— acceder a una vivienda digna en alquiler consume una proporción desmesurada del salario. Cuando una persona dedica más del 40 o 50 % de su renta a pagar un techo, cualquier discurso político pierde credibilidad.

Las intervenciones mal diseñadas en el mercado del alquiler han tenido efectos previsibles: retirada de oferta y aumento de precios. El resultado es un mercado más pequeño, más caro y hostil para quienes buscan vivienda. Y, de nuevo, el responsable percibido por el votante es el Gobierno.

La historia demuestra que los electorados castigan a los gobiernos cuando la economía cotidiana se deteriora. Ocurre en democracias consolidadas y en contextos muy distintos. Cuando la frustración se acumula, el voto o la abstención se convierte en una válvula de escape.

Cuando una persona dedica más del 40 o 50 % de su renta a pagar un techo, cualquier discurso político pierde credibilidad

En España, ese proceso ya está en marcha. Las elecciones generales y autonómicas han mostrado un patrón claro: desgaste del partido en el gobierno y avance de la oposición. No se trata necesariamente de entusiasmo por otros partidos, sino de rechazo a las políticas de Sánchez. El voto deja de ser adhesión y se transforma en castigo.

Sánchez y el PSOE se enfrentan así a un problema estructural, no coyuntural. Cambiar el relato, intensificar la polarización puede movilizar a una parte del electorado, pero no resuelve el núcleo del malestar. Mientras el coste de la vida siga siendo percibido como insoportable, cualquier estrategia tendrá un techo muy bajo.

Paciencia agotada

La pérdida de paciencia de los votantes no se produce de un día para otro. Es un proceso gradual, que avanza casi sin ruido hasta que se manifiesta en las urnas. En este contexto, resulta difícil imaginar que el PSOE pueda revertir la tendencia sin un giro profundo en su política económica. Harían falta reformas estructurales orientadas a la estabilidad de los precios y al aumento de la oferta de vivienda. Sin olvidar el aumento de los salarios para lo cual se necesitaría aumentar la productividad.

Por eso, el escenario más probable en 2026 es el de mantener un castigo electoral continuado. Cuando el bienestar material de los ciudadanos se deteriora de forma persistente, el poder cambia de manos. No porque los ciudadanos se hayan vuelto más radicales o más volátiles, sino porque han dejado de ser pacientes (Cuando los votantes pierden la paciencia, Pampillón, Rafael, McGraw Hill, 2022). Como dijo Bill Clinton en las elecciones presidenciales de 1992, «es la economía, estúpido».

  • Rafael Pampillón Olmedo es catedrático en la Universidad CEU San Pablo y de la Universidad Villanueva.