Martínez Guisasola es profesor en la Facultad de Teología y autor de varios ensayos

Martínez Guisasola es profesor en la Facultad de Teología y autor de varios ensayosCedida

Entrevista al autor de 'Neomarxismo: feminismo, marxismo y género'

Martínez Guisasola: «La familia es un obstáculo para la creación de un nuevo orden, por eso la atacan»

«El progresismo globalista busca transformar el sistema axiológico y para ello ha fomentado una guerra entre hombres y mujeres, que hasta ahora habían cooperado para la supervivencia de la especie»

José Manuel Martínez Guisasola, doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y profesor titular en la Facultad de Teología san Isidoro de Sevilla, defiende que el marxismo clásico ha evolucionado hacia un conglomerado de reivindicaciones de minorías que obedecen al llamado progresismo globalista.
En su obra 'Neomarxismo: feminismo, marxismo y género' (Sekotia, Editorial Almuzara), ofrece una explicación a la actual convulsión social que atraviesa Occidente a causa de una convergencia entre el movimiento feminista actual y las denominadas minorías sexuales que intentan, mediante la llamada ideología de género, imponer un nuevo orden mundial.
–¿En qué momento el marxismo clásico evolucionó a lo que hoy conocemos como neomarxismo?
–El tránsito se produjo a mediados de siglo XX aunque previamente ya algunos autores como Antonio Gramsci habían planteado esta necesidad. Realmente, los que lo materializaron fueron los autores de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse). Y ya en un sentido más fáctico, en la década de los años 80 el filósofo Ernesto Laclau, con su obra ‘Hegemonía y estrategia socialista’ que fue el que vio que el marxismo clásico estaba a punto de desaparecer y no le faltaba razón –como posteriormente demostrarían la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética–y planteó un cambio de estrategia. Además, a finales de siglo el marxismo ya había perdido a la clase obrera como sujeto revolucionario.
–Ese nuevo marxismo deja de interesarse tanto por la batalla económica y pasa a dar la batalla cultural…
–Marx entiende que la sociedad está basada en dos plantas, la baja, que alberga la estructura, donde colocó los sistemas económicos de producción, y la superior, la supraestructura, donde se colocaban los valores y las creencias. Él estaba convencido de que cambiando los sistemas económicos, es decir, la estructura, el modo de pensar del pueblo cambiaría. Eso estuvo vigente hasta la Revolución Cultural China (1966-1976) y el maoísmo, que concluyó que el modo de pensar del pueblo chino solo cambiaría si se incidía sobre la supraestructura.
–Como curiosidad, defiende que el que era el mayor enemigo del marxismo, los Estados Unidos, ha albergado el desarrollo del neomarxismo…
–Sin duda. Los teóricos de Escuela de Frankfurt eran todos judíos que abandonaron Alemania ante el auge del nazismo y son acogidos por Estados Unidos y sus grandes universidades. Será aquí, a partir de los 50, cuando el país, inmerso en plena Guerra Fría, se dé cuenta que las opciones son intentar atacar al enemigo frontalmente…o intentar domesticarlo. Así que ya que tenían al enemigo dentro de casa, en referencia a ese grupo de pensadores marxistas dentro de sus instituciones académicas, se propone reconducir la situación. De ahí surge la conocida reunión del Club Bilderberg que intenta desde 1954 contrarrestar en un primer momento el sentimiento de antiamericanismo que había en Europa y a partir de 1970, con la colaboración del polaco Zbigniew Brzezinski –considerado uno de los grandes ideólogos al servicio de la plutocracia globalista–cuando ya se planteará la necesidad de un nuevo orden mundial pero empleando la metodología marxista y su concepción universalista. Al final, liberalismo capitalista y marxismo acabaron fusionándose al compartir un mismo fin.

La Iglesia católica debería dar la batalla cultural y no lo está haciendo

–Una de las características más llamativas de este neomarxismo globalista es la deshumanización del varón y la propuesta del enfrentamiento directo entre el hombre y la mujer, dos seres que hasta ahora habían colaborado
–La intención es crear un nuevo orden mundial y para ello hay que acabar con los elementos que lo impidan. Uno de ellos es la familia tradicional, que a su vez se apoya en una institución previa: el matrimonio heterosexual monogámico. Por ello se busca transformar por completo el sistema axiológico (aquel que implica la noción de elección del ser humanos por los valores morales, éticos y espirituales) que imperaba en Occidente rompiendo por completo la cadena de transmisión. Para una Revolución Cultural el gran enemigo es siempre la tradición cultural, que vive en esa cadena de transmisión. Para romperla se ha fomentado una guerra de sexos donde hombres y mujeres no puedan convivir. Es la estrategia de la nueva política, la de crear microconflictos que permitan estar permanentemente generando confrontación.
–De todos los efectos que denuncia en la obra, ¿cuál es el que más le preocupa?
–De las consecuencias que se plantean, creo que el de la destrucción de la familia es el más importante. Ya lo sabían los marxistas. Ocurrió en la Rusia de Lenin durante la revolución sexual y fue el mismo gobierno ruso de Stalin el que luego tuvo que reactivar la contrarrevolución sexual viendo las nefastas consecuencias para el tejido social de la nación rusa. No hay ninguna sociedad que pueda perdurar sin la familia.
–El problema de denunciar la ideología de género es que hoy en día es fácil ser tachado de machista y homófobo…
–Reivindico un feminismo interesante que es ese primer feminismo de corte liberal y que no tiene nada que ver con el feminismo actual. El feminismo de la complementariedad busca que hombres y mujeres se unan para la supervivencia del grupo. Los estudios antropológicos que en la obra se citan plantean precisamente como la cooperación entre hombres y mujeres ha permitido salvaguardar al grupo y que esto se rompe en el siglo XVIII cuando se relega a la mujer a un segundo plano y surge ese feminismo para reivindicar los derechos que se le habían quitado a la mujer.

La estrategia de la nueva política es la de crear microconflictos que permitan estar generando confrontación

–¿Por qué está tan interesado este progresismo globalista en la promoción del aborto? España está siendo un claro ejemplo de ello
–En España ocurre lo mismo que en el resto de Occidente. El nuevo orden mundial que se está implantando ha colocado a una serie de políticos que solo son marionetas en manos de los poderes supranacionales. Hemos pasado de una democracia representativa a una democracia participativa donde los que mueven los hilos son unos burócratas que nadie ha votado, pero diseñan la hoja de ruta a seguir. La dicotomía derecha-izquierda ya no tiene ningún sentido y ambas bailan al mismo son, como en el tema del aborto, implantado por la agenda política para el control demográfico.
–¿La Iglesia está siendo una institución útil para combatir el neomarxismo?
–Sinceramente, no, y como sacerdote me duele reconocerlo. La Iglesia católica debería dar la batalla cultural y no lo está haciendo. Para ello hay que presentarse en el campo de batalla pero también hay que darse cuenta de que el sistema axiológico esta mutando y sospecho que la institución no lo ha hecho. Confío en estar aún a tiempo.
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