Se cumplen siete años de la muerte de Ignacio Echevarría en los atentados de Londres

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Entrevista

Joaquín Echevarría: «Nos consuela que mi hijo Ignacio muriera haciendo el bien»

Este mes de junio se cumplen siete años desde que el 'héroe del monopatín' perdiera la vida en un atentado en Londres salvando la vida a una mujer

«Todos los hombres pueden ser criminales si se les tienta. Todos los hombres pueden ser héroes si se les inspira». G. K. Chesterton. Y así, el mundo se divide entre el mal y el bien, entre aquello que demuestra que el ser humano es capaz de lo peor, pero también la evidencia de que es el actor necesario para hacer lo bueno, lo bello y lo verdadero presente en el día a día. Lo primero parece que hace más ruido, ocupa las portadas e inunda las redes sociales; sin embargo, también hay buenos ejemplos de lo segundo, verdaderos héroes de la puerta de al lado –como diría el Papa Francisco, aunque él citando a los santos del siglo XXI–, que demuestran que aún hay motivos para la esperanza.

Ignacio Echevarría encarna bien a ese tipo de personas, cuyos actos dejan patente que la valentía, la generosidad y la coherencia son valores que si se viven con su pleno sentido pueden llegar a valer la propia vida. Su padre, Joaquín Echevarría, junto al resto de su familia, lo recuerdan como a un hijo, a un hermano, a un primo... Sin embargo, para la sociedad es mucho más, es el héroe del monopatín, que perdió la vida en un atentado en Londres al defender a una mujer que iba a ser apuñalada.

La familia Echevarría, al completo

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¿Cómo era Ignacio, qué destacaría de su hijo en el día a día?

—Ignacio era un hombre comprometido, que reaccionaba ante situaciones de injusticia o de abusos, lo cual lo metió en más de un lío. Sin embargo, normalmente todo se resolvía bien, porque las personas decididas suelen convencer a los abusones de que no vale la pena insistir. Cabe recordar que siempre daba un paso al frente en situaciones de peligro, como cuando dos bañistas estaban siendo arrastrados por la corriente de la ría de la Rabia, en la playa de Oyambre –donde ya se habían ahogado bastantes personas– y él se lanzó al agua a sujetarlos y tranquilizarlos… Por poco lo ahogan, hasta que llegó su amigo Alexis con una tabla de surf y entre los dos consiguieron auxiliar a estas dos personas.

Salvando las distancias, también se enfrentó a una profesora que estaba amedrentando a una compañera de clase, con 10 años, o a un catedrático en la Sorbona de París, que estaba explicando –en su criterio– el dogma marxista y eso le costó repetir el último curso de carrera. Son diferentes situaciones en las que dejó clara cómo era su personalidad.

Si algo llamó la atención en los días posteriores al atentado fue la serenidad con la que su familia afrontó esos durísimos momentos. Por ejemplo, la imagen de sus otros hijos atendiendo a los medios y recordando a Ignacio, con un gran agradecimiento por su vida y sin rastro de odio hacia los asesinos. ¿Cómo se consigue tener esa actitud ante un mundo que rezuma odio ante temas mucho más banales?

—Para nosotros fue muy dura la espera mientras no sabíamos dónde estaba Ignacio ni en qué condiciones, conocer que había muerto nos hizo –por lo menos a mí– pensar que ya no sufría y, por tanto, me quitó la gran preocupación de cómo se encontraba. Por otro lado, la muerte es parte del proceso de la vida y a todos nos va a llegar, por ello hay que entender que lo doloroso es el sufrimiento de las personas en vida. Ignacio murió bien, su muerte nos apena porque no lo vamos a ver más, pero nos consuela que muriera haciendo el bien.

A lo largo de todos estos años ha recibido numerosos reconocimientos en distintas partes del mundo, ¿cuál les ha hecho más ilusión?

—Todos los reconocimientos que recibió Ignacio, y fueron muchos, nos han dado la alegría de pensar que aquellos que organizan estos actos perciben y sienten la acción de Ignacio como algo bueno y eso, sin duda, los hace mejores. Pensar que la muerte de Ignacio hace mejores a muchas personas nos da una gran satisfacción, es difícil hacer un ranking de reconocimientos. Tal vez, el homenaje de nuestros vecinos de Las Rozas sea el que más me emociona a mí.

Una instantánea de Ignacio con sus hermanos y padres, de vacaciones

Una instantánea de Ignacio con sus hermanos y padres, de vacacionesCedida

La fe católica fue uno de los pilares en la vida de Ignacio, fruto de la educación recibida por parte de ustedes. ¿Cómo les ha ayudado esta fe para asumir la muerte de su hijo e incluso afrontarla con cierta paz?

—Cuando murió Ignacio, yo estaba apartado de los sacramentos, aunque acompañaba en los últimos tiempos a mi mujer a misa, porque ella había estado yendo con Ignacio y, al no estar él, de algún modo lo sustituí. Pero cuando supe que había muerto, yo sentí una paz interior. Luego, al ver su cadáver, vi un gesto sereno y pensé que no había muerto desesperado, murió haciendo el bien y, por tanto, está en el Cielo. Todo esto me hizo valorar mi fe y, a través de un proceso no corto en el tiempo, volví a los sacramentos. Ese efecto tuvo la muerte de Ignacio sobre mí, me ha hecho mejor.

Ha comentado que varias personas le han transmitido que se han encomendado a Ignacio en determinadas circunstancias y han sentido su intercesión. ¿Podría ser el padre de un santo?

—Yo estoy seguro de que Ignacio está en el Cielo, tan seguro como puedo estar de algo que no sé con toda certeza. Por tanto, es un santo, como miles de millones de almas que allí moran. Otra cosa es que la Iglesia Católica lo acepte en el camino de santidad y que Dios otorgue milagros a personas que se encomienden a él, que de eso tampoco nadie puede estar seguro.

—A comienzos de año se presentó la Asociación Ignacio Echeverría, ¿qué objetivos tiene dicha asociación?

—Por sugerencia de Monseñor Martínez Camino hemos creado una asociación eclesiástica, cuyo único objetivo es dar una oportunidad a que se inicie la causa de posible canonización de Ignacio.

Por otro lado, yo sé que los valores de Ignacio son de toda la sociedad, con independencia de las creencias, de las tendencias políticas, etc. Y en esa línea de pensamiento llegué a la conclusión de que la asociación eclesiástica se quedaba estrecha para fomentar los valores en nuestra sociedad, por eso creamos una asociación aconfesional, para intentar fomentar nuestros valores –los de todos–, que Ignacio tan bien representaba. Creo que Ignacio puede ser un modelo para todos, no solo para los católicos, aunque fuera una persona muy devota.

¿Qué mensaje les daría a los jóvenes, en recuerdo a la gesta de su hijo?

—Ignacio exhibió unos valores en su muerte y a lo largo de su vida, que en mi opinión son ejemplares, pero Ignacio es una persona normal, no nació dotado de grandes habilidades en ninguna materia. Por eso, Ignacio es un buen modelo, porque cualquiera puede imitarlo, en su actitud de esforzarse por ser bueno, por perfeccionarse en cualquier materia, por supuesto en las habilidades profesionales, en el cuidado de los demás, en superar sus carencias y debilidades. El tesón de insistir en sobreponerse a los tropiezos y contrariedades, el aceptar el fracaso, como consecuencia de una carencia que había que superar, etc. pueden ayudar mucho a nuestra sociedad a ser mejor.

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