Mario de las Heras
Mario de las Heras

El apagón en Toledo: cuando la ciudad milenaria volvió a ser medieval en el XXI

La crónica de un día, o más bien la tarde, que fue escrita sin luz y sin internet a medida que se desarrollaban los hechos (o más bien el caos) el lunes 28 de abril, cuando (casi) todo se paró en la capital castellanomanchega

Toledo Actualizada 04:30

Anochecer en Toledo

Anochecer en ToledoLi Taipo

Si no fuera por los autobuses eléctricos o por los coches, Toledo volvería a ser este lunes 28 de abril una verdadera ciudad medieval. Hace buen día. La gente está en la calle, al sol, a la luz, hoy además porque es peor estar a la oscuridad de los locales, bares, restaurantes, hoteles y comercios como cuevas.

Cuando no se oye el ruido de ningún motor, cualquiera puede imaginarse la ciudad en el XII o XIII entre las calles del casco histórico, sin iluminación en los interiores. La ropa de los transeúntes delata la época verdadera, pero en las cuestas y callejones estrechos y solitarios, sin atisbo de vida eléctrica en sus casas, se siente casi el viaje completo en el tiempo.

No hay luz, ni internet, ni teléfono

Hace un momento, es la una y cuarto de la tarde, uno estaba conectado por medio del teléfono como router para trabajar, pero ya tampoco se puede. La incomunicación es la máquina del tiempo. Y más allá. A uno, periodista, le gustaría poder salir de esta oficina y ver para contar lo que está pasando, pero está solo en este momento, la entrada del edificio es automática y si sale no sabe cuándo va a poder entrar.

La oficina está en un viejo edificio toledano. Hace un frío de monasterio. No hay calefacción. La bomba de calor no funciona. Por la ventana se ve el Alcázar y a la gente pasar caminando mientras intenta que su teléfono, su pequeña gran ventana al mundo habitual, funcione, pero sin éxito. La conexión viene y va y hay en los gestos, en las miradas fijas y ceñudas a las pequeñas pantallas caprichosas un símbolo del caos moderno.

Desde la oficina, se espera el fin de las «tinieblas»

No hay casi nada que no se pueda hacer en una ciudad como Toledo en un día radiante a pesar del apagón eléctrico, pero sin embargo este parece actuar como un apagón también de los sentidos. Desde las ventanas de la oficina, desde este encierro sobrevenido e incierto, mientras se espera el fin de las «tinieblas», se ve cada vez a menos gente pasar en una realidad inquietante.

Las personas parecen haberse parado también como la luz, como la red, como si los seres humanos funcionaran ya también con electricidad. Tampoco se oye a nadie hablar en el exterior en una zona normalmente bulliciosa por el turismo que parece haberse vaciado de forma fantástica. Un ruido constante, una señal, una alarma lejana, sin embargo, parece avisar del peligro. De la anormalidad.

Solo funcionan los autobuses

Por un mínimo resquicio de una ventana se ve un pequeño tumulto de gente alrededor de un aparcamiento que no debe de poder levantar sus barreras. No se puede entrar y salir. Parece que hay muchos que quieren irse, pero ¿adónde? Toda España, según las pocas noticias que llegan casi a capricho, está sin luz e incomunicada.

Toledo es ahora mismo una hermosa ciudad medieval de verdad y algunos parecen aterrados de que así sea por unas horas que no se sabe cuando van a acabar. Un periodista encerrado es poco periodista, con apenas unos rectángulos de visión a una pequeña parte del mundo. Pero está esperando. Apenas pasa alguien por los alrededores. Tan solo los autobuses de línea, mecánicos y vacíos, con su combustible independiente.

Se oye alguna sirena y no se puede evitar pensar que vienen esos bomberos a quemar los libros

Ha avisado el Ayuntamiento que el transporte público va a funcionar con normalidad entre la rareza. Parecen los autobuses vacíos los únicos seres vivos de la ciudad de otra época que parece más bien muerta de repente. Solo funcionan ellos. Un hombre de rasgos orientales con sombrero de pesca, justo debajo de la ventana, sostiene su teléfono delante de los ojos, como implorándole que le diga algo, mientras la que debe de ser su mujer, a su lado, parece echarle la culpa de la situación, al mismo tiempo que sostiene un medieval mapa de papel.

Se oye a alguien decir: «¿Qué hacemos?» Es la mujer de una pareja joven que mira alrededor como si en él estuviera la respuesta. Él lleva gorra y gafas de sol, pero su expresión es de cierto aturdimiento. El ambiente se parece al de la Fahrenheit de Truffaut. Se oye alguna sirena y no se puede evitar pensar que vienen esos bomberos a quemar los libros. Los pocos transeúntes que se ven parecen varados, sin rumbo, como zombis. Este periodista ha decidido salir de su encierro inútil. La luz no llega y no parece que lo vaya a hacer en breve.

El Ayuntamiento suspende sus actos

Tampoco hay internet. Y tampoco se pueden hacer llamadas. Coge sus cosas y sale al medievo sobrevenido. Efectivamente, la puerta se ha cerrado y la tarjeta no abre. Hay gente en las pocas terrazas abiertas tomando bebidas y platos fríos. Hay tiendas cerradas y otras abiertas, oscuras, insondables. Es la imagen de la incertidumbre. El consistorio ha anunciado la suspensión de todas sus actividades. El ambiente recuerda malamente al de los primeros días de la pandemia: se recomienda evitar los desplazamientos. No funcionan los semáforos. No hay luz, no hay información. No hay teléfono.

El casco histórico parece un pueblo el último día de fiestas a última hora. Los bares y restaurantes están semicerrados. Los camareros esperan a la puerta un milagro. Hay carteles en las ventanas: «Only cash», «Water, 2 euros. Only cash»: es el negocio de urgencia. En Zocodover la gente se mira. No se mueve. Espera. Son las cuatro de la tarde y la luz no va a empezar a regresar a Toledo hasta cuatro horas más tarde. Otras cuatro aún más allá el alcalde, Carlos Velázquez, comunicaba en la media noche que la normalidad había llegado casi por completo.

Turistas desconcertados

Mucho antes, por la tarde, sus palabras parecían muy lejanas (al final no lo fueron tanto) porque los turistas estaban ahí en el centro histórico, pero en realidad su esencia parecía haberse ido con el fluido eléctrico. No parecían poder ir a ninguna parte, a pesar de poder ir a muchas partes. La civilización se había ido para desconcertarles y solo permitirles adquirir alguna bebida con dinero contante y sonante, se diría que con maravedíes.

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