Page reclama elecciones a Sánchez pero tendría un modo de propiciarlas
El equilibrio del líder socialista castellanomanchego está en un momento delicado y culminante, casi, aunque no en el mismo sentido y forma, que el del presidente del Gobierno

El presidente de Castilla La Mancha, Emiliano García-Page, en la Conferencia de Presidentes el 6 de junio
Casi España entera podría decirse que mira ansiosa el palco del presidente Page mientras mueve sus pañuelos blancos para que este conceda las orejas de Sánchez con sus ocho diputados en el Congreso.
El presidente castellanomanchego se lo piensa. A veces amaga o simplemente parece, quizá por las mayoritarias ganas de estos tendidos, que va a sacar el pañuelo, al menos uno, pero aún es esa una tarde gloriosa que no se ha visto.
Ahí abajo esos toreros de la oposición se afanan en aprovechar este toro que repite en la muleta de la corrupción una y otra vez. Casi se diría que él mismo dibuja los naturales por el matador. Él y sus subalternos, porque en este caso también el toro tiene subalternos.
Y de qué calidad. El padre de José Luis Ábalos fue novillero. «Carbonerito» le llamaban. El hijo no siguió los pasos del torero sino de un toro de indulto y amnistías y de lo que haga falta, Sánchez, que salió un día a la plaza casi como sobrero y todavía no ha habido figura que le saque de ella.
No lo parecía, pero ya venía toreado y allí, sobre el albero, sigue siete años después destruyendo la Fiesta, a España y embistiendo y llevándose por delante a cuántos se han puesto con el capote y sin él por delante.
Feijóo y Abascal continúan en la lidia. Y nunca antes estos dos sobresalientes han estado tan cerca de sacarle al fin del ruedo político y de cortarle las orejas. Arriba, en el palco, el presidente Page no se decide a conceder los trofeos después de la gran faena que se ha ido haciendo a sí mismo Sánchez, o incluso mejor «Castejón» que es más nombre de cornúpeta, ayudado por el hijo de Carbonerito, por Koldo, por Cerdán y otros, en vez de bomberos, incendiarios toreros.
Pero ¿por qué Page, «el presidente de la plaza», se resiste a conceder las orejas de Sánchez, el toro que ya no tiene más recorrido? El equilibrio de este presidente está en un momento delicado y culminante, casi, aunque no en el mismo sentido y forma, que el del presidente del Gobierno.
Abascal le ha pedido que apoye una moción de censura, algo impensable que pueda suceder en principio por el rechazo frontal y público del líder regional a Vox. Un rechazo habitual, aunque la situación de degradación política es inhabitual como para poder tomar o requerirse medidas o decisiones extraordinarias.
Del mismo modo que Abascal le ha pedido que apoye la moción, Page no le ha pedido nunca a sus diputados en el Congreso que apoyen dicha moción. Lo podía haber hecho en el pasado y no lo hizo. Sánchez pudo no ser presidente en 2023 y lo es. La disciplina de partido, por ejemplo, ya no parece una razón o impedimento tan válida, sobre todo teniendo en cuenta los sabidos desencuentros entre ambos políticos y la gravedad de los delitos que asoman.
El supuesto desafío al partido que supondría la «rebelión» de los diputados castellanomanchegos no sería tanto, ni en calidad, ni a tenor de las consecuencias para Page, debido a la figura estropeada de Sánchez: un secreto a voces que es el mismísimo retrato de Dorian Gray, cuya imagen guardada en el búnker de la Moncloa solo debe de conocer él como el personaje inmoral de Oscar Wilde.
Sería un hecho histórico que algunos entenderían como una traición y otros como una heroicidad por España, que está un poco en vilo ante el silencio de ayer y de hoy del normalmente locuaz en estos casos (este no es cualquier caso) presidente de Castilla-La Mancha. El mundo, España, se divide hoy entre los traidores y los héroes casi como se divide entre los taurinos y los no taurinos.
Y una cosa más, casi dirigida directamente al protagonista de esta coyuntura: romper con este PSOE no sería romper con el PSOE socialdemócrata que reivindica el mismo Page, sino quizá refundarlo, y quién sabe si con el presidente castellanomanchego, habiendo al fin sacado los dos pañuelos para cortar la orejas de Sánchez, fuera de Toledo como cuando Felipe II trasladó su corte a Madrid.