Juan Pablo II sube al altar-escenario para oficiar la eucaristía en Toledo en 1982

Juan Pablo II sube al altar-escenario para oficiar la eucaristía en Toledo en 1982EFE

«¿Veremos l’Alcasar?»: cuando San Juan Pablo II recordó desde Toledo la heroica gesta que conmovió al mundo

Durante su visita a España en 1982, el Papa polaco evocó desde el aire la resistencia del Alcázar de Toledo, una historia que había seguido con fervor en su juventud y que marcó para siempre su visión del heroísmo cristiano

El 4 de noviembre de 1982, San Juan Pablo II sobrevolaba los cielos de Castilla rumbo a Toledo. A su lado, el cardenal primado Marcelo González Martín escuchaba cómo el Pontífice, con su característico acento polaco y un brillo de emoción en los ojos, le preguntaba: «¿Veremos l’Alcasar?... En mi país seguíamos cada día lo que pasaba en l’Alcasar y rezábamos para que fueran liberados los que estaban sitiados. Fue un hecho heroico».

Aquella escena, recogida por el canónigo Santiago Calvo Valencia y recordada años más tarde por el sacerdote Jorge López Teulón, resume la profunda admiración que Karol Wojtyła —ya convertido en San Juan Pablo II— sintió desde joven por la resistencia del Alcázar de Toledo durante la Guerra Civil española. Una historia que había cruzado fronteras y calado hondo en la conciencia católica de la Europa de los años treinta.

La gesta que conmovió al mundo

Corría el verano de 1936. El joven Wojtyła tenía apenas 16 años cuando escuchó hablar por primera vez del asedio del Alcázar: una fortaleza toledana donde guardias civiles, militares, voluntarios y civiles resistieron durante más de dos meses el cerco de las fuerzas del Frente Popular.

Dirigidos por el coronel José Moscardó, los defensores soportaron el hambre, los bombardeos y la falta de munición entre el 21 de julio y el 27 de septiembre, hasta que finalmente fueron liberados por una columna del general José Enrique Varela. Días después, Francisco Franco entraba en Toledo, poco antes de ser proclamado jefe del Estado.

El mundo entero siguió aquella resistencia casi imposible. Los periódicos internacionales la narraban día a día, y hasta en Estados Unidos se hablaba del Alcázar como símbolo de valor y fe. Décadas más tarde, el propio presidente Ronald Reagan confesó su asombro ante aquella epopeya al ministro español José Pedro Pérez-Llorca.

Pero en Polonia, donde la Iglesia sufría persecución y el comunismo se extendía con fuerza, el Alcázar se convirtió en algo más: un referente espiritual. Muchos católicos polacos —entre ellos, un joven Karol Wojtyła— rezaban por la liberación de los sitiados, conmovidos por la historia de hombres que resistieron sin odio y con fe.

Uno de ellos fue Antonio Rivera, conocido como El Ángel del Alcázar, miembro de Acción Católica que murió por las heridas sufridas en combate. A sus compañeros les repetía una frase que quedó grabada en la historia: «Tirad, pero tirad sin odio».

Un recuerdo que nunca se borró

Años más tarde, ya convertido en arzobispo de Cracovia, Wojtyła no había olvidado aquella historia. En octubre de 1978, apenas elegido Papa, se encontró por primera vez con el cardenal Marcelo González Martín. En el tradicional besamanos, el Pontífice le confesó su pesar por no haber visitado aún España: «Y Toledo… l’Alcasar de Toledo… ¿Se conserva l’Alcasar?»

Don Marcelo le explicó que, tras la guerra, la fortaleza había sido reconstruida piedra a piedra, renaciendo sobre sus ruinas como un símbolo de resistencia.

Cuando por fin pudo pisar la Ciudad Imperial, cuatro años después, el Papa no quiso perder la ocasión de sobrevolar aquel lugar que tanto había significado para él. «Ahora, Toledo… l’Alcasar de Toledo», exclamó con una mezcla de emoción y reverencia mientras el helicóptero se aproximaba a la ciudad.

Historia, fe y memoria en la Ciudad Imperial

Durante su primera visita apostólica a España, entre el 31 de octubre y el 9 de noviembre de 1982, San Juan Pablo II dejó huella en cada ciudad que visitó. Pero en Toledo, su paso tuvo un eco especial. La suya no fue solo una visita pastoral: fue también un reencuentro con una historia que había marcado su juventud y su visión del heroísmo cristiano.

«Fue un hecho heroico», insistió al cardenal González Martín mientras el helicóptero descendía sobre la Ciudad Imperial. Para el Papa polaco, el Alcázar no era solo un edificio; era un símbolo de fidelidad, de resistencia ante la desesperanza y de fe vivida hasta las últimas consecuencias.

La emoción de aquel momento quedó grabada en la memoria de quienes lo acompañaron. Santiago Calvo Valencia, canónigo de la catedral de Toledo, relató años más tarde que Don Marcelo solía repetir aquella conversación con ternura y orgullo. No era solo un recuerdo de su amistad con el Papa; era también una lección de cómo la historia puede inspirar a los pueblos más allá de sus fronteras.

El eco de «l’Alcasar»

Hoy, más de cuarenta años después de aquella visita, las palabras de San Juan Pablo II resuenan con fuerza en la memoria toledana.

El Alcázar, reconstruido y convertido en Museo del Ejército, sigue dominando la ciudad desde su altura majestuosa. Y cada piedra parece guardar el eco de aquella frase sencilla y poderosa que el Papa pronunció desde el cielo de Castilla: «¿Veremos l’Alcasar?». Lo veremos.

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