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19 de abril de 2024

Carles Puigdemont

Cinco años de una declaración que duró 8 segundos  Puigdemont decidió suspender la aplicación de la independencia porque creyó que había mediación desde Bruselas

El expresidente de la Generalitat declaró ante cientos de medios de comunicación de todo el mundo y, a continuación, tuvo que retroceder ante la presión del Presidente del Consejo Europeo

Martes 10 de octubre de 2017. En el Parlament de Cataluña hay convocado un pleno para implementar el resultado del referéndum ilegal celebrado diez días antes y declarar el nacimiento de la república catalana. La noche del 1 de octubre, los consejeros de la Generalitat Jordi Turull, Oriol Junqueras y Raúl Romeva comparecen en un estudio de TV montado por Jaume Roures, de Mediapro, para presentar los resultados en un simulacro de falsa noche electoral.
El pleno que se celebrará el día 10 por la tarde pondrá en marcha, por tanto, la creación de la República catalana mediante la entrada en vigor de las llamadas leyes de transitoriedad aprobadas el 6 y 7 de septiembre y que abren la puerta a la redacción de una nueva constitución catalana mediante un sistema asambleario muy parecido al Bolivariano.
El inicio de la sesión se retrasa porque el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, realiza una llamada a Carles Puigdemont por encargo de Moncloa cuando el presidente de la Generalitat ya se disponía a abandonar el Palau para dirigirse en coche hasta el Parlament de Cataluña. A la conversación telefónica realizada desde Bruselas asiste el comisario español y persona de confianza de Mariano Rajoy, Miguel Arias Cañete.
El objetivo de Tusk es persuadir a Puigdemont de que no declare la independencia esa tarde y ofrece una difusa y poco concreta intermediación. La llamada a Puigdemont es el último intento del gobierno central de evitar lo que parece imparable y Madrid ha pedido a Tusk que realice la gestión dado que desconfían del Presidente de la Comisión, el luxemburgués Jean Claude Juncker, quien el 1 de octubre y en días posteriores había manifestado una cierta inclinación a que la Unión Europa llevara a cabo una mediación entre el Gobierno regional díscolo y el legítimo Gobierno de España.

La llamada de Donald Tusk a Puigdemont era el último intento del Gobierno central para evitar lo que parece imparable

Puigdemont disfruta de la conversación. Poco antes era el alcalde de Gerona, y jamás habría soñado presidir la Generalitat. No obstante, había conseguido ocupar un lugar de bulto en la lista electoral de su partido y tenía al Presidente del Consejo Europeo al teléfono suplicándole que no consumara la separación mientras centenares de medios de comunicación de los cinco continentes esperaban en el Parlamento catalán a que se consumase la secesión. Desde la fundación de las instituciones europeas, jamás un territorio que forma parte de un estado miembro había planteado un desafío de este nivel.
En los aledaños del Parlament miles de personas miembros de Òmnium, la Asamblea Nacional Catalana y militantes de ERC, la CUP y Junts esperan el inicio del pleno cual seguidores de un equipo de fútbol en una fun zone de una final de la Champions League. A los concentrados les da igual la demora, tienen la convicción de que esa tarde será la de la separación y el ambiente es festivo y de euforia desatada.
Finalmente, ante una nube de periodistas que conforman una torre de Babel, Puigdemont empieza su discurso: «Asumo presentarles los resultados del referéndum, el mandato del pueblo de que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república», pero Puigdemont hace un silencio y dice «proponemos suspender durante unas semanas la declaración de independencia para entrar en una etapa de diálogo».

En estado de shock

La prensa internacional, poco acostumbrada a lo que en política catalana es tal habitual y que se llama «la puta i la ramoneta» (el sí, pero no), no sabe cómo interpretar el discurso, pero el público de la calle sí, y se pasa de la celebración a la decepción en 8 segundos. La gente que instantes antes se abrazaba se marcha rápidamente hacia sus casas en estado de shock.

¿Qué sucedió para que Puigdemont diera este paso en falso?

Puigdemont se sintió muy complacido con las atenciones que le dispensó Tusk, quien en su conversación le insinuó algún tipo de negociación en la que intervendrían las instituciones europeas. El independentismo era consciente de que su mayor 'talón de Aquiles' era, que en caso de declaración unilateral de independencia (DUI), a pesar de que ellos lo negaban, Cataluña quedaba fuera de la UE, y todo lo que ello supondría a nivel económico.
El 6 de octubre, los consejos de administración de CaixaBank y el Banco Sabadell habían acordado el traslado de sus sedes a Valencia y Alicante, respectivamente, para no quedar fuera de la zona Euro, y miles de catalanes, ante la posibilidad de una separación real, habían movido sus cuentas de ahorro a oficinas en el resto de España. Puigdemont veía en la conversación con Tusk la posibilidad de revertir esa situación.
El presidente de la Generalitat, un hombre de carácter dubitativo –solo hay que recordar que en la segunda declaración de independencia que se produciría 17 días más tarde vaciló entre llevar a cabo dicha declaración o convocar elecciones autonómicas, como le llego a pedir el mismísimo lendakari Urkullu, erigido en mediador autorizado por Rajoy– quedó muy impresionado por la movilización popular de 48 horas antes en contra de la independencia que reunió a cerca de un millón de catalanes.
El independentismo no contó jamás con una reacción popular de los catalanes no independentistas. Además, Moncloa había dado garantías a los dirigentes de la Generalitat de que en ningún caso agitaría las aguas del conflicto civil. En realidad, los días previos a la celebración de la masiva manifestación, Moncloa presionó a los organizadores para desconvocar la movilización, alegando el riesgo de conflicto en las calles, y se dieron instrucciones a RTVE para que ese día no hubiera imágenes aéreas de la manifestación.
Lo cierto, es que el PP no creyó que los catalanes no independentistas tuvieran capacidad de convocatoria y de organización. Muchas de las personalidades que asistieron a la concentración, que fue desde Plaza Urquinaona hasta las puertas del Parlament, decidieron asistir el día antes a última hora. La presidencia del Gobierno, ante lo que se vislumbraba como un éxito, finalmente, abrió la mano y permitió que asistieran tanto líderes políticos como sociales. Se subió al carro del éxito.
El hecho es que la imagen de miles y miles de catalanes no independentistas, que TV3 presentó como «militantes de Vox y la Falange llegados a Barcelona desde muchos lugares de España en autobuses y en AVE», impactó a los dirigentes independentistas, que jamás habían visto una manifestación de tal calibre en contra de sus postulados.
Tuvieron que pasar 17 días más hasta que Rajoy convocara al Senado y tomara una doble decisión: la aplicación del artículo 155 de la Constitución, por la que el Estado asumía las competencias de la Generalitat, y la convocatoria inmediata de elecciones autonómicas para diciembre de ese mismo año.
Tres días más tarde, Puigdemont huía a Bruselas. Su oportunidad había sido el día 10. Hoy, cinco años más tarde, Puigdemont vive en un creciente olvido en Waterloo, en una cuenta atrás con la justicia y con el calendario electoral europeo. Ni Donald Tusk, ni Urkullu, ni siquiera su propio partido hoy estarían una hora con él al teléfono.
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