La actriz Lupe Mateo y el cineasta Manuel Martín Cuenca, en la 68ª edición de la Seminci

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Entrevista

Manuel Martín Cuenca: «Retrato a los adolescentes como creo que son, no como me los cuentan las series»

El cineasta almeriense recibe en Barcelona el Premio Familia por su película 'El amor de Andrea'

Manuel Martín Cuenca (El Ejido, 1964) está harto del morbo que caracteriza las películas y series protagonizadas por adolescentes. Fruto de su desconexión con esta narrativa nació El amor de Andrea una película estrenada en octubre del año pasado y que este sábado recibirá en Barcelona el Premio Familia.

Hasta la capital catalana viajará el cineasta almeriense para recibir el homenaje a una película que destaca por su luminosidad –está rodada al sol de Cádiz– en una filmografía poblada por películas incómodas, de atmósfera inquietante, desde Caníbal hasta La hija o El autor. Martín Cuenca atiende a El Debate para hablar de la ausencia paterna, el poder de las plataformas de streaming o qué tienen en común el cine y la escultura.

–Este sábado viaja a Barcelona para recibir el Premio Familia de CinemaNet por El amor de Andrea. ¿Qué supone para ud. el galardón?

–Me hace mucha ilusión. Es un premio que me toca el corazón por lo que significa, y me hace ilusión que se lo hayan dado a esta película, porque habla de eso, de lo importante, del núcleo. De lo que es la familia, sea lo que sea y cómo cada uno quiera vivirla. En este sentido, es un premio sobre lo que yo realmente quería hablar, y eso me parece hermoso.

–En la gala estará también la profesora María Calvo, y hay cierto eco entre sus análisis sobre el borrado de la figura paterna y su película, protagonizada por una joven a la que le falta su padre.

–A mí me interesa mucho la psicología a nivel personal, pero no como cineasta. Yo trato de contar lo hechos y que cada uno saque sus conclusiones. No sé qué significa la ausencia del padre, y tengo la sensación de que cada familia es un caso y de que no hay dos seres humanos iguales. Por eso no me atrevo a categorizar, se lo dejo a otros. Me parece muy interesante que lo hagan, pero yo quería contar la historia concreta de una persona, y tratar de entender cómo podría sentirse esa niña, Andrea, frente a un hecho que, por otro lado, es bastante más común de lo que parece.

Es una película sobre adolescentes, pero no vemos en ella los extremos habituales en otras obras audiovisuales recientes sobre gente joven, como la serie Euphoria. ¿Es una decisión premeditada?

–Es que la mayoría de adolescentes no son así. En El amor de Andrea hay una apuesta clarísima, en cierto sentido ideológica, por defender un punto de vista. Quería retratar una adolescencia como la que tuve yo y la que tuvo mi co-guionista, Lola Mayo: chavales preocupados por los afectos, por cómo te quieren tus padres… Y cuando empezamos a escribir, y a hacer el casting, nos dimos cuenta de que efectivamente los adolescentes están preocupados por quién les quiere. Y que si un día uno se vuelve loco y se emborracha o se droga, esos son síntomas de un problema más profundo. Yo quería hacer una película muy sencilla, muy directa, que tocara el corazón y retratara a los adolescentes como creo que son, no como me los cuentan en las series.

En este sentido, la película va a contracorriente…

–Te contaré una anécdota: para esta película no conseguimos financiación de ninguna plataforma, al contrario que para mis anteriores películas. Y la vieron todas. Pero me decían que no era para su público, que les interesaba el otro relato. Una persona incluso me dijo: «Me ha gustado mucho, pero hace un retrato de los jóvenes muy extraño, porque no salen cortándose las venas». Y no entró ninguna, aunque por suerte conseguimos financiación por otras fuentes y pudimos hacer la película como yo la había pensado.

–Ha ejercido como co-productor de varias de sus películas, ¿cuánta influencia tienen actualmente las plataformas a la hora de definir cómo será una obra?

–Cada vez influyen más, y desde mi punto de vista no es para bien. Se está arrinconando toda una serie de miradas, porque las plataformas marcan el punto de vista o la perspectiva de los productos que quieren que se vean en ellas… Y son quien tiene más dinero, son una fuente de financiación importante. Así que sí, cada vez nos condicionan más

El amor de Andrea es una película que, aunque retrata un drama, se siente más luminosa que algunas de sus obras anteriores, como La hija o Caníbal. ¿A qué se debe el cambio?

–Para mí es un cambio natural. Tengo otras películas que exploran la naturaleza marginal del ser humano, lo más turbio que todo ser humano tiene. Me parecía importante agitar conciencias, perturbar al espectador, cuestionar moralmente las cosas… pero también son películas que hablan del mismo tema que esta: el amor. Como en Caníbal: el amor de un monstruo que se humaniza cuando empieza a sentir empatía por esa persona a la que tiene que matar pero no puede.

En El amor de Andrea también hay partes oscuras, en el mundo de los adultos, pero no pongo ahí la cámara. De todas maneras, uno tiene que evolucionar como cineasta y yo siempre había querido hacer una película con este tono. Además, aunque parece muy sencilla, no creo que hubiera sabido hacerla con 30 años.

En alguna entrevista ha comparado su labor como cineasta con la de un escultor, ¿en qué sentido?

–Cualquier película es un proceso dinámico. Los planos del avión no son el avión, y una vez que te pones a volar empiezas a ajustar. El guion es un mapa, y la película evoluciona, igual que los personajes cambian según los actores. Si eres inteligente, te adaptas a la película buena según se va descubriendo, no a la que tenías en tu cabeza hace dos años. La película no existe hasta que la terminas y te das cuenta de cómo es. Por eso eres como una especie de escultor: ves que dentro de esa piedra hay una figura, y la tienes que descubrir.

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