Un agente de la Unidad Pegaso de la Guardia Civil en una actuación en Barcelona
Reportaje
Los silenciosos guardianes del cielo: así trabaja la Unidad Pegaso de la Guardia Civil en Barcelona
El año pasado interpuso 261 denuncias por vuelos irregulares de drones, sobre todo en zonas turísticas
A simple vista, el cielo de Barcelona parece un espacio abierto, inmenso, libre. Pero ahí arriba convive un tráfico tan intenso como el de sus calles: aviones comerciales que despegan y aterrizan cada pocos minutos, helicópteros sanitarios, vuelos turísticos, aeronaves ligeras, globos aerostáticos… y, cada vez más, drones. En medio de ese rompecabezas aéreo opera una unidad pequeña, discreta y casi desconocida para la mayoría: el Equipo Pegaso de la Guardia Civil.
Nació en 2020, coincidiendo con el auge de los drones en España, y desde entonces se ha convertido en un actor esencial para mantener la seguridad aérea en la provincia de Barcelona. Desde su base en el aeropuerto Josep Tarradellas–El Prat, un grupo de agentes vigilan un cielo que nunca descansa. Uno de ellos, el guardia civil David Álvarez, reconoce lo importante del desafío: «los componentes de la unidad estamos muy especializados. Y te aseguro que trabajo no falta».
Su labor diaria se divide entre dos mundos: el del pilotaje y el de la interdicción aérea. Con sus drones equipados con cámara térmica, apoyan a unidades de investigación, rescates nocturnos o búsquedas de personas en zonas boscosas. «De noche, cuando alguien está perdido en la montaña, nuestra cámara térmica es la diferencia entre verlo o no verlo», explica. «La satisfacción de encontrar a alguien a tiempo… eso no se olvida».
Pero el otro aspecto de su trabajo es la detección de vuelos irregulares. La explosión de drones recreativos ha convertido a Barcelona en un escenario habitual de imprudencias, especialmente en zonas icónicas, turísticas. «Hay gente que cree que por ser turista la normativa no va con ellos», lamenta Álvarez. «Nos hemos encontrado pilotos que vuelan a 400 o 500 metros sobre la Sagrada Familia para grabar un vídeo para Instagram. No son conscientes del peligro: allí pasan helicópteros de verdad».
Agentes de la Unidad Pegaso
Hay que tener en cuenta que, en España, como regla general, la altura máxima permitida para un dron son 120 metros en un entorno urbano. En un ámbito aeroportuario, aún se reduce más esta altura, que estaría sobre los 45 metros, como máximo.
Para identificar estas aeronaves, la unidad utiliza tecnología avanzada capaz de localizar drones a varios kilómetros, registrando su trayectoria, su número de serie y hasta la posición exacta de quien los maneja. Uno de estos detectores permanece fijo en el aeropuerto; otro viaja dentro del coche patrulla. «Cuando suena el sistema, ya sabemos que habrá que correr», cuenta el agente. «Nos marca dónde está el piloto. Ahí empieza la parte humana: hablar con él, ver si está formado, si tiene permisos… A veces es ignorancia, a veces, temeridad».
Cuando se confirma una infracción, llega el turno del expediente. Las sanciones, dependiendo del caso, pueden ser significativas. «La gente se sorprende muchísimo cuando les explicas que un vuelo recreativo indebido puede acabar en 60 o 100 euros, pero que una operación profesional sin permisos, o hacerlo en un espacio prohibido, puede elevarse a miles», explica Álvarez. Para operaciones profesionales mal realizadas, la ley prevé multas que pueden alcanzar los 225.000 euros. «No es por recaudar, es que un dron donde no toca puede causar un accidente muy serio». Eso sí, solo cuando se comprueba que un vuelo no está autorizado o que incumple la normativa, se formula la correspondiente denuncia ante la autoridad competente.
El material con el que trabaja la Unidad Pegaso: radares, inhibidor y drones. El más pequeño pesa algo menos de 250 gramos
En situaciones extremas, la unidad dispone de un arma peculiar que parece sacada de una película de ciencia ficción: un fusil inhibidor capaz de desconectar un dron en pleno vuelo. Funciona emitiendo una potente señal de radiofrecuencia que rompe la comunicación piloto–aeronave. «Es un recurso de seguridad», aclara. «Lo utilizamos solo si el dron supone un riesgo real. Y siempre con autorización. Por suerte, en Barcelona todavía no hemos tenido que usarlo».
Aeródromos y campos de vuelo
El trabajo del Equipo Pegaso no se limita a los drones. También inspeccionan los doce aeródromos y campos de vuelo de la provincia para verificar licencias, seguros y documentación de aeronaves ligeras. «El cielo no es de nadie, pero la responsabilidad, sí», explica Álvarez mientras enumera avionetas, helicópteros, globos y hasta parapentes. «Todo eso convive ahí arriba. Si algo falla, las consecuencias pueden ser muy serias».
La coordinación con los otros cuerpos policiales, como los Mossos de Esquadra, la Policía Nacional, y los operadores del aeropuerto, también es parte del día a día. «Aquí nadie compite con nadie», afirma. «Cuando hablamos de seguridad aérea, trabajamos todos a una. El cielo es demasiado grande para andar discutiendo».
A pesar de operar en un ámbito tan técnico, su labor tiene momentos muy humanos. Como aquel día en que localizaron a un dron que estaba sobrevolando la Barceloneta a baja altura. El piloto era un joven extranjero que, sin maldad, solo quería grabar un vídeo del atardecer. «Cuando le explicas los riesgos, ves cómo cambia la cara», cuenta Álvarez. «Ahí te das cuenta de que la prevención vale más que una sanción».
La Unidad Pegaso trabaja en silencio, atenta a señales invisibles que cruzan el aire. Mientras la tecnología avanza y los drones se multiplican, su misión se vuelve cada vez más esencial: preservar la seguridad en un cielo donde conviven miles de vuelos y un número creciente de dispositivos capaces de convertir en riesgo, lo que muchos consideran un simple entretenimiento. «Nosotros estamos aquí para que ese riesgo no llegue nunca a convertirse en noticia», concluye Álvarez. «Si nadie habla de nosotros, significa que todo está funcionando bien».
Hay que tener en cuenta que esta unidad, el año pasado, interpuso 261 denuncias en Barcelona por incumplimiento de la normativa de vuelo con drones implicados. Y, hasta mediado de este año, ya se habían abierto más de un centenar de actas de infracción. En las zonas turísticas de la ciudad, como la Sagrada Familia, el Parque Güell, Montjuic o la Barceloneta, es donde se concentran la mayoría de vuelos irregulares.