Ilustración del antiguo barrio del Born

Ilustración del antiguo barrio del BornBorn 1714. Memòria de Barcelona

Historias de Barcelona

Cómo morir en la Barcelona del siglo XVIII

De las epidemias a los cementerios: un recorrido por la Barcelona de 1700 y su relación con la muerte

En el siglo XVIII, Barcelona multiplicó su población por cuatro. Si en 1714 había unos 35.000 individuos, en 1832 ya la habitaban 117.000 personas. ¿A qué se debe ese aumento demográfico? En gran medida a la llegada de inmigrantes. Muchas personas decidieron dejar los pueblos para venir a la ciudad, donde había trabajo seguro.

A finales del siglo XVIII también llegaron muchos franceses que huían de la revolución de su país. Barcelona se convirtió en sede de la aristocracia y alta burguesía. Estas clases sociales impulsaron la creación de palacios, gobernaban la ciudad y organizaban actividades científicas y culturales.

La epidemia que más se temía en aquellos años era la peste. En 1589 hubo un brote: murieron 10.723 personas. Para curarlos se utilizaban purgantes, no comer ciertas verduras, beber azufre con vinagre de Roma, sangrías, e infusiones. Se consideraba que la peste era un proceso natural, de origen divino, que cada cierto tiempo se repetía. En los años 1629, 1631 y 1647 se repitieron nuevos brotes, este último desde Argel. Los brotes de 1720 y 1787 no llegaron a Cataluña.

Otra epidemia temida era la roséola, que tenía como síntomas ardor de boca, debilidad física, costras, color rojo en todo el cuerpo y una somnolencia constante. También se dilataban las venas y vías respiratorias. La roséola atacaba a todo el mundo sin excepción. También había casos de fiebres tercianas.

Otra enfermedad grave y contagiosa era la viruela. Un brote de esta enfermedad se detectó en Barcelona en 1791. Al enfermo le aparecían burbujas en la cara y en el cuerpo. La gripe era una de las enfermedades que afectaba a la sociedad barcelonesa, pudiendo evolucionar hacia la pulmonía. La muerte entre niños y ancianos era muy frecuente. Otra causa de muerte, entre las mujeres, era parir.

Alimentos en mal estado

Algunas infecciones eran consecuencia del mal estado de los alimentos por la picaresca. Los panaderos adulteraban el pan. Se utilizaba agua no potable, harina adulterada con semillas venenosas. A todo esto debe añadirse que no siempre quedaba bien cocido. El resultado eran infecciones gástricas. El vino tampoco se salvaba, ya que era bastante común mezclarlo con yeso. En otros sitios se adulteraba con plomo. También eran un foco de infecciones las letrinas, los pozos muertos y las cloacas.

El puerto de Barcelona, en un grabado francés del siglo XVIII

El puerto de Barcelona, en un grabado francés del siglo XVIIIWikimedia

La ciudad apestaba. Como no había servicio de recogida de basura, ni tuberías en las letrinas de los pisos, la gente echaba a la calle todos estos desechos. Los pozos muertos pocas veces se vaciaban. Las cloacas desembocaban en el mar. Barcelona vivía rodeada de una nube pestilente.

Algunos trabajos también eran muy peligrosos, como los de tintoreros, jaboneros o almidoneros. La insalubridad era muy elevada, pues con una ciudad amurallada era muy complicado que se renovara el aire. No es de extrañar que hubiera problemas respiratorios y que las clases nobles y aristocráticas pasaran temporadas fuera de la ciudad, para respirar aire puro.

En 1795 la Junta Sanitaria de Barcelona prohibió que se tiraran a la calle, tanto de día como de noche, aguas sucias y restos orgánicos. Además se empezó a retirar la suciedad de las calles. Y las calles no eran lo único sucio. La gente tampoco se limpiaba demasiado. La costumbre era tener limpias las manos y la cara. El resto, al no verse, quedaba tal cual. Oler bien e ir limpio era la excepción. Cuando la higiene, tanto personal como urbanística, fue la norma, muchas de estas enfermedades, epidemias e infecciones desaparecieron.

Niños y animales

Quienes más lo sufrieron fueron los niños. En el hospital de la Santa Cruz muchas familias pobres abandonaban bebés al no poderlo cuidar. Eran lo que se conoce como expósitos. También existe la variante catalana del apellido Déulofeu. Muchos estaban enfermos y desnutridos. Los que sobrevivían tenían su futuro marcado, pues trabajarían como enterradores o barrenderos.

La mortalidad de animales era bastante elevada. La gente no se dedicaba a enterrarlos, y los dejaban abandonados en la calle. Ante el peligro de infecciones, se creó un nuevo trabajo: el macho de la gatera. Un hombre iba sobre un carro tirado por un caballo y se encargaba de recoger a todos los animales muertos. Era un personaje muy popular. Después se encargaba de enterrarlos o quemarlos fuera de la ciudad.

Los cementerios, foco de enfermedades

Al lado de todas las iglesias de Barcelona estaba su cementerio. Por ejemplo, la actual plaza de San José Oriol era el cementerio de la iglesia del Pi. Los problemas de higiene y los riesgos de epidemias eran muy graves. Además el aumento de población y el elevado número de muertes colapsó estos lugares.

El sistema de entierro era sencillo. En el suelo el primer miembro de la familia. El segundo encima y así hasta llenar el agujero. Los vapores de la putrefacción subían hasta la superficie. Se dieron casos de enterrar, en poco tiempo, a tres o cuatro miembros de una misma familia. El último casi quedaba a nivel del suelo. El calor del verano hacía insoportable pasar por allí.

Actual fachada de la Catedral de Barcelona

Actual fachada de la Catedral de BarcelonaBruno Joseph / Pexels

Cuando llovía, los cementerios quedaban empantanados. El agua se mezclaba con los restos y la putrefacción provocaba un hedor insufrible. También se enterraba dentro de las iglesias. El claustro de la Catedral de Barcelona es un buen ejemplo de ello. El olor se hacía insoportable; de ahí la utilización del incienso para mermarlo. En la iglesia del Pi el olor era tan fuerte, sobre todo en verano, que era preciso dejar todas las puertas abiertas por la mañana. Con esto se conseguía que por la tarde el olor fuera tolerable.

Por todo ello, los consejeros de Barcelona, decidieron prohibir cualquier tipo de entierro en los cementerios e iglesias de la ciudad. A partir de entonces enterrarían a sus familiares fuera de las murallas. El primer cementerio construido, con este propósito, fuera de las murallas es el General de Barcelona, del Este, de Levante, Viejo, o del Poble Nou.

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