Mosaico de san José Oriol en Barcelona

Detalle de un mosaico en la basílica de san José Oriol, en BarcelonaWikimedia

Leyendas de Cataluña

Los milagros del «padre pan y agua» que hizo arrodillarse a un río ante el poder de Dios

Cuentan que San José Oriol realizó al menos dos milagros en Cardedeu

Uno de los santos más populares de Cataluña es san José Oriol (1650-1702), quien pasó en una ocasión por Cardedeu (Barcelona) para recuperar su deteriorada salud. Conocido como «mossen pa i aigua» («padre pan y agua») por su austera vida, los ayunos y las privaciones que fueron el primer paso para el reconocimiento de su santidad.

Los milagros también ayudaron. Aunque sus biógrafos pasan por alto cualquier acto sobrenatural durante su estancia en Cardedeu, la tradición popular guarda un par de eventos que se pueden calificar de milagrosos.

El primero se refiere al momento que las aguas del arroyo bajaron su caudal cuando san José Oriol se puso a rezar de rodillas. En el otro margen había unos campesinos llegados de Granollers. Éstos necesitaban cruzar el arroyo. La ausencia de un puente impedía el paso ante la considerable riada que crecía por momentos. Según la tradición, pocos minutos después cruzaban el arroyo sin mayores inconvenientes.

El segundo milagro

Pues bien, ahora nos referiremos al segundo milagro que llevó a cabo en Cardedeu. Era mediodía de un caluroso verano. Había que batir el trigo y no se movía ni una sola hoja. En la masía Diumer los campesinos se esforzaban trabajando. El viento era el ingrediente preciso para separar el grano de la paja.

San José Oriol se acercó a los campesinos. Aquellos hombres rojizos y robustos, tocados con faja negra y rudos modos, se sintieron cohibidos. Se entabló un diálogo peculiar. Los campesinos se lamentaron de que hacía días que el viento no soplaba, que el trabajo era ingrato y de escasos resultados.

Imagen de san José Oriol

Imagen de san José OriolWikimedia

Eran otros tiempos. Las palabras «fe» y «oración» tenían un sentido que algunos hoy no entienden. San José Oriol les indicó que quizás a través de la oración se obtuvieran las brisas que tanto necesitaban. Con un sol radiante como testigo, un murmullo fue tomando fuerza. La sotana del reverendo era una vela llenada por el viento.

Los hombres se arrodillaron. El silencio era absoluto. Cuando levantaron la vista el santo era una figura a lo lejos. Sin palabras, con una alegría desconocida, los hombres tomaron sus herramientas. Soplaba el viento deseado. ¿Era fruto de una acción, de una circunstancia, de una coincidencia? ¿Quizás un milagro?

La muerte de san José Oriol

San José Oriol fue beatificado en 1806 y canonizado por Pío X en 1909. Nació en Barcelona en 1650 y murió en la misma ciudad a los cincuenta y dos años, tras profetizar su propia muerte. Pidió una habitación en la calle Dagueria donde pasar los últimos días. Desahuciado por los médicos, recibidos los Santos Sacramentos con gran consolación espiritual, rodeado de buena gente del barrio, de amigos sacerdotes y seglares, asistido por su confesor, expiró a las primeras horas del día 23 de marzo de 1702.

Poco antes de morir, el santo legó a Tomás Milans, maestro de capilla del Palacio de la Condesa y sobrino suyo, el manto de chamelote, la prenda de su vestuario más lujosa, como recuerdo. Asimismo le pidió a Milans, para dar más calor a su cariñosa expiración con la memoria de la tormentosa pasión de Cristo crucificado y de su dolorosa Madre, que le cantaran en voz baja el himno Stabat Mater Dolorosa cuatro monaguillos del Palacio de la Condesa, a los que acompañó Milans con un arpa.

Milans fue uno de los compositores más excepcionales que tuvo Cataluña durante la primera mitad del siglo XVIII, junto con Benet Buscarons y Pere Joan Llonell. Desgraciadamente su nombre está olvidado y su música sigue sin ser interpretada. El día que se decida exhumar la música escrita en Cataluña durante la primera mitad del siglo XVIII, Tomàs Milans adquirirá el nombre y el respeto que merece, y que de momento no tiene.

La capilla del Santo Cristo

También en Cardedeu se encuentra la capilla del Santo Cristo de Can Ribes. En su interior, a pesar de la poca luz, se puede ver a través de una reja de madera un pequeño altar y un bello mural de cerámica enmarcada que contiene escenas bíblicas. Sobre esa capilla se explica otra leyenda.

La capilla del Santo Cristo de Cardedeu, en una imagen de archivo

La capilla del Santo Cristo de Cardedeu, en una imagen de archivoWikimedia

Según cuentan, todo sucedió después de una dura jornada de trabajo cuando, vencidos por el cansancio, volvían al hogar dos campesinos tirando de sus carros cargados de las viandas cosechadas en las huertas. Eran hombres sin escrúpulos y poco dados a las creencias religiosas. Ambos solían burlarse de todo lo que tuviera que ver con cosas de misa.

Cuando pasaban por delante del Santo Cristo de Can Ribes se pararon. Uno de ellos se aproximó hasta situarse frente al rostro del Santo Cristo. Sonrió a la imagen y le arrojó la colilla del puro a la cara. Acto seguido ambos se marcharon hacia sus respectivas casas. Al llegar las mujeres ya tenían preparada la cena.

Fue en ese momento cuando, el que le había arrojado la colilla al Santo Cristo, se vio imposibilitado de abrir la boca. Todos le miraban expectantes. La situación era insólita ya que hasta ese día no habían visto lágrimas en el rostro de ese hombre. Se levantó y se fue a la habitación. Rezó con devoción: «Me arrepiento de haberte ofendido. Perdóname Señor. Desde hoy voy a ser el más fiel de tus devotos».

Al volver a la mesa, cuál no sería su sorpresa, al comprobar que empezaba a comer y hablar con toda normalidad. Desde ese día el campesino arrepentido sufrió una profunda transformación espiritual. Cada vez que pasaba por delante del Santo Cristo de Can Ribes paraba la carreta y se acercaba respetuosamente hasta la imagen. Contemplaba la cara con fervor. Dicen que creía adivinar una leve sonrisa en la cara del Santo Cristo.

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