Ana María Alcalde

Ana María AlcaldeCedida

Entrevista

La madre de Tomás, el bebé que vivió 17 minutos: «Lo volvería a hacer mil veces más»

La ginecóloga Ana María Alcalde eligió acompañar a su hijo, diagnosticado con Trisomía 18, hasta el último latido

Hay conversaciones que te transforman. Hablar por teléfono con Ana María Alcalde, ginecóloga, madre de cuatro hijos —sí, cuatro— y autora del libro Tomás, 17 minutos de eternidad, es adentrarse en una historia de amor brutal, de esa que duele y sana al mismo tiempo. Durante nuestra charla, Ana María se emociona, respira hondo, pero nunca deja de hablar de Tomás con una ternura que atraviesa el teléfono. Es valiente, es tierna, y en cada palabra late un acto de amor incondicional hacia su hijo.

Tomás vivió solo diecisiete minutos fuera del vientre de su madre, pero su paso por este mundo dejó una huella imborrable. Concebido y amado a pesar de su diagnóstico de Trisomía 18, que le predestinaba a una vida breve, sus padres eligieron acompañarlo hasta el final, celebrar su existencia y darle el lugar que merece.

Este libro no es solo el testimonio de una pérdida, sino también un canto a la vida, al amor incondicional y a la dignidad de cada ser humano, por efímera que sea su estancia en nuestro mundo.

— Este libro nace de una experiencia profundamente personal. ¿Qué te llevó a querer compartir la historia de Tomás con el mundo?

— Cuando me enteré de que Tomás tenía Trisomía 18, la fuerza que encontré para seguir adelante fue hablarle a él. Comencé a tener un diálogo personal en el que sentía que nos comunicábamos. Cada día íbamos hablando y sentí una conexión muy fuerte desde ese primer momento. Esto se fue plasmando en el papel y, al cabo de unos meses, pensé: tengo que publicarlo por dos motivos. El principal fue darle homenaje a su vida, decir que cualquier vida, por corta que sea, vale la pena vivirla con dignidad. El segundo era que podría ayudar a muchísimas mujeres que se vieran en una situación similar. Era también una manera de sanar.

— El título del libro es muy evocador: 17 minutos de eternidad. ¿Qué significan para ti esas palabras?

— Tomás vivió nueve meses dentro de mi barriga y 17 minutos fuera, en este mundo. Fueron los 17 minutos más maravillosos de mi vida. Para mí, Tomás es eterno y vivirá por siempre en mi corazón. Si lo tuviera que repetir, lo repetiría mil veces más. Esos 17 minutos son aquellos en los que he sentido y he amado con mayor fuerza en toda mi vida. Ese amor es eterno, independiente del tiempo y del espacio. Siento que Tomás es eterno y está vivo en mí siempre.

— Tanto tú como tu marido sois ginecólogos. ¿Cómo vivisteis el diagnóstico desde la doble perspectiva profesional y como padres?

— Fue durísimo. Al ser ginecólogos, yo sabía perfectamente lo que era una Trisomía 18. Y a veces, bendita ignorancia. Tenía 40 años, lo que ya se considera un embarazo de riesgo, así que me hacía las ecografías yo misma en la consulta. En una de diez semanas me puse el transductor en la barriga y vi el pliegue nucal aumentado. Se me paralizó el corazón. Fui corriendo con mi marido a su consulta y, cuando le vi la cara mientras me hacía la eco, ya supe que era cierto.

El sufrimiento de madre es independiente de la profesión que tengas. Pero el hecho de saber tanto hizo que el proceso durante los nueve meses fuera muy angustiante por la incertidumbre. El 90 % de estos bebés viven menos de un año. Yo sabía que iba a morir antes de un año, lo que no sabía era si a los diez minutos, a las tres semanas o al mes. Aun así, el conocimiento me daba cierta tranquilidad porque sabía a qué atenerme cuando naciera. Yo solo quería tenerlo en los brazos y quererlo.

— ¿Cómo fue recibir el resultado definitivo de la analítica?

— Llegó un viernes. Ya había visto la eco y sospechaba que vendría algo, y llegó: Trisomía 18. El shock fue una sensación de irrealidad, de estar fuera de tu cuerpo, de vivir mecánicamente. Es como si el mundo se parara y dijeras: esto no me puede estar pasando. Lo había estudiado en la carrera, había visto casos, pero eran de esas cosas que pensaba que nunca me pasarían a mí. Estuve muchos días sin poder encajarlo. Como si estuviera viviendo una pesadilla de la que despertaría en algún momento.

— En el libro hablas de juicios e incomprensiones que recibiste. ¿Cómo las afrontaste?

—Por amor. Lo más importante fue el amor que nos tenemos como familia. Ante esos temores y juicios, el amor fue mucho más fuerte. Noté mucho las incomprensiones en mi ámbito laboral. Curiosamente, fue donde más sentí esos juicios por parte de compañeros que no entendían mi decisión. También a nivel familiar sentí opiniones contrarias, de coger el camino más fácil: abortar pronto y olvidarme.

¿Cómo lo superé? Por amor incondicional. Primero a mi hijo. Esto no tiene nada que ver con religiones. Para mí es amor incondicional a un hijo. No hay diferencia entre matar a un hijo con cuatro años porque tiene una leucemia o matarlo dentro de la barriga porque está enfermo. Esos comentarios me hicieron sufrir mucho, pero también me daban fuerza. A cada comentario, más fuerza para seguir.

— Una vez tuviste a Tomás entre los brazos, ¿valió la pena todo?

— Todo. Fue un parto muy duro el 27 de diciembre. Durante el trabajo de parto, al ser ginecóloga, sospechaba que la placenta se estaba desprendiendo porque sangraba con las contracciones. Fueron horas muy largas y finalmente nació muy cansado, pero luchó hasta el final. Su corazón latía hasta el último momento.

Cuando nació me lo pusieron en el pecho. Ese fue el momento más maravilloso de mi vida y el más doloroso a la vez. El mayor amor y el mayor dolor juntos. Es como estar frente a la vida y a la muerte al mismo tiempo. Lo estuve abrazando y dándole besos hasta que, después de esos 17 minutos, mi marido cortó el cordón. Ahí falleció.

Lo volvería a hacer mil veces más. Valió la pena por verlo, por darle la dignidad de vivir, de nacer por un método natural, de experimentar en esta vida lo que su alma quería. Y acompañarlo hasta el final. Si me volviera a pasar lo haría exactamente igual. No quita el dolor que tengo, pero estoy en paz. Luché con él hasta el final.

— ¿Qué les dirías a quienes no entienden cómo una vida tan breve puede tener tanto significado?

— Les diría que el amor más puro y más incondicional está en las cosas que no son inmediatas ni perfectas. Detrás de todo el dolor hay una enseñanza de la que no somos conscientes hasta pasados unos meses. Te das cuenta de lo fuerte que eres, de lo valiente, de la capacidad de amar que tienes.

Lo que tenemos que tener todos presente es que, al final, lo más importante es el amor. Cuando te vayas a morir no te vas a acordar de las carreras que hiciste ni de los títulos que conseguiste. Te vas a acordar de la gente que quieres, que amas y que has amado de verdad.

— Tienes tres hijas más. ¿Cómo vivieron ellas esta llegada y despedida de Tomás?

— Tengo tres hijas preciosas de nueve, siete y tres años. Desde muy pronto les explicamos todo con naturalidad, sin esconderles nada. Cuando me llegó el resultado las reuní y les dije que su hermanito tenía una enfermedad muy grave y que probablemente se iría muy pronto al cielo.

Es curioso cómo los niños reciben con más amor y naturalidad una noticia así. A ellas les daba igual que estuviera enfermo. Decidieron amarlo dentro de la barriga desde el primer día. Cada día me daban besitos en la barriga, le hablaban, le contaban cuentos, le cantaban. Me hicieron un álbum con fotos de las ecografías y dibujos que hacían para él.

Lo contabilizaron desde el primer día como un hermano más. Tomás tiene un lugar en la familia desde entonces. Cuando les preguntan cuántos hermanos tienen, siempre dicen: somos cuatro, Tomás está en el cielo. Tienen su foto en la habitación y las huellas de sus pies en toda la casa. Entraron a verlo cuando ya había muerto. Creo que fue muy positivo porque siempre lo hemos tratado con naturalidad. Él siempre está presente.

— ¿Cómo ha transformado esta experiencia tu manera de ejercer la ginecología?

—Nunca puedes juzgar a nadie, porque las circunstancias de cada mujer son diferentes. Pero me gustaría que este libro pudiera dar luz a mujeres que se vean en situaciones similares.

Creo que como ginecólogos podríamos hacer mucho más por estas vidas. Las mujeres como pacientes nos escuchan mucho. Si decimos que no hay ninguna posibilidad de vida, la mujer va directa al aborto. Pero si nos diéramos el tiempo de ofrecerles otra mirada, de explicarles que toda vida es digna, de acompañarlas durante ese embarazo y ayudarlas a transitarlo, creo que habría menos interrupciones. Las mujeres se quedarían con mayor paz en sus corazones y en sus almas.

— Antes de terminar, ¿hay algo más que quieras compartir?

— Gracias por hacerme la entrevista, porque para mí es muy importante y sanador hablar de Tomás. Una cosa muy dura que me ha ocurrido desde que murió es que la gente no te pregunta. Vuelves a la clínica después de la baja y ya nadie te dice: doctora, ¿qué tal? ¿Cómo está? Es un tema del que la gente no habla, un tabú cuando un niño fallece.

Para una madre es muy importante darle el espacio que merece, y eso significa hablar de él con naturalidad. Cuando una madre pierde un hijo, ese hijo siempre sigue vivo en su corazón. Cuando alguien se acerca y le pregunta con cariño cómo está, es un regalo. Yo, al menos, lo veo así.

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