Dos personas duermen a las puertas de una tienda durante la realización del censo de personas en situación de sinhogarismo llevado a cabo por la fundación Arrels, a 15 de junio de 2022, en Barcelona, Cataluña (España).

Dos personas duermen a las puertas de una tienda durante la realización del censo de personas en situación de sinhogarismo llevado a cabo por la fundación Arrels, a 15 de junio de 2022, en Barcelona, Cataluña (España).Kike Rincon. EUROPA PRESS

El dato más triste a las puertas de Navidad: crece un 33% el número de personas que duermen en la calle en Barcelona

El recuento nocturno impulsado por Arrels Fundació coincide con las cifras más altas de sinhogarismo en la ciudad y reabre el debate sobre la vivienda y la respuesta de las administraciones

Más de 600 voluntarios participaron esta semana en un gran recuento nocturno de personas sin hogar en Barcelona, organizado por Arrels Fundació, con el objetivo de localizar y contabilizar a quienes duermen en la calle y actualizar la fotografía real del sinhogarismo en la capital catalana.

La iniciativa llega en un momento en que los registros municipales y de entidades sociales sitúan en más de 1.200 las personas que pernoctan al raso y en varios miles las que sobreviven en recursos temporales o en viviendas muy precarias. Según la información original de Betevé, el operativo se inspira en los recuentos que Arrels realiza desde 2008 y que la entidad considera imprescindibles para dimensionar los recursos y exigir políticas eficaces.

En los últimos años, Barcelona ha consolidado las cifras más altas de su historia reciente en número de personas sin hogar. La diagnosi 2024 sobre el sensellarisme, impulsada por el Ayuntamiento y la Xarxa d’Atenció a Persones Sense Llar, cifra en 1.245 las personas que duermen en la calle y en alrededor de 2.860 las atendidas en la red de recursos específicos, lo que sitúa el total por encima de las 4.000. Arrels Fundació eleva el foco y calcula que cerca de 5.000 personas viven sin un hogar digne a la ciudad, incluyendo quienes se encuentran en albergues, pensiones o infrahabitajes.

Según la entidad, el aumento se explica por una combinación de crisis de vivienda, encarecimiento generalizado de los alquileres, precariedad laboral y trayectorias de vulnerabilidad que se cronifican. Los informes municipales ya advertían de crecimientos interanuales de dos dígitos y del envejecimiento progresivo de esta población, con cada vez más personas mayores de 55 años viviendo en la calle.

El operativo de Arrels movilizó a centenares de ciudadanos repartidos por todos los distritos de Barcelona, que trabajaron en grupos pequeños, con un coordinador de zona y mapas detallados del área asignada. Cada equipo utilizó una aplicación móvil para geolocalizar a las personas que duermen al raso y anotar información básica: número de personas en cada punto, tipo de lugar donde pernoctan, sexo y si van acompañadas de animales de compañía.

El método permite construir un mapa muy preciso de la presencia de personas sin hogar en la ciudad, complementario a los datos oficiales. En barrios como Sants o el Besòs i el Maresme, vecinos implicados en el recuento describen una realidad cada vez más visible, pero también más oculta, con personas que se ven obligadas a esconderse en portales, descampados o rincones poco transitados. Betevé relata que algunos equipos localizaron una docena de personas en apenas dos horas de trabajo nocturno.

Arrels Fundació recuerda que el recuento no es un fin en sí mismo, sino el primer paso para «posar fil a l’agulla» y reclamar una mayor implicación política e institucional frente al sinhogarismo. Solo en 2024, la organización atendió a 3.176 personas sin hogar, realizó 7.219 visitas a 786 personas que viven en la calle y ofreció alojamiento estable a 262, apoyándose en una red de más de 400 voluntarios. Pese a este esfuerzo, la entidad insiste en que ninguna organización sola puede revertir una realidad que consideran estructural.

La diagnosi municipal subraya igualmente que el sinhogarismo no puede abordarse únicamente como una emergencia puntual, sino como un fenómeno ligado a la configuración del mercado de vivienda, al acceso al trabajo y a las redes familiares y comunitarias. Desde una perspectiva de bien común, el reto interpela a los poderes públicos —locales, autonómicos y estatales— pero también a la sociedad civil, llamada a no normalizar que miles de personas vivan sin techo en una gran ciudad europea.

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