Cuando la Navidad se felicitaba en celulosa
Instituciones culturales como Lo Rat Penat y comercios emblemáticos entendieron la tarjeta navideña como una prolongación natural de su labor cultural
Hubo un tiempo —no tan lejano— en el que la Navidad no cabía en una pantalla ni se felicitaba con un «click» apresurado.
Las felicitaciones navideñas eran pequeños actos de cultura, de afecto y de identidad. En toda España, pero con una especial presencia en el territorio valenciano durante el siglo XX, aquellas tarjetas eran mucho más que un simple «Felices Fiestas» o «Bon Nadal» : eran fragmentos de un mundo que entendía la Navidad como un gesto íntimo, religioso y, a la vez, profundamente cultural.
Muchos valencianos ilustres encontraron en la poesía la forma más natural de felicitar el año nuevo. Versos en lengua valenciana, cargados de emoción y arraigo, circulaban de mano en mano. Nombres como Pere Delmonte Hurtado o Enric Duran Tortajada entendían la felicitación navideña como un espacio donde el idioma valenciano podía respirar con naturalidad, lejos de proclamas, convertida simplemente en afecto escrito.
Otros optaron por el lenguaje de la imagen. José Segrelles, por ejemplo, enviaba a sus amigos delicadas acuarelas, pequeñas obras de arte que hoy serían impensables en un contexto dominado por la inmediatez. No se trataba de ostentación, sino de compartir belleza. De regalar tiempo, oficio y sensibilidad.
Hubo también quienes, como Nicolau Primitiu, preferían reproducir páginas de libros, mapas o documentos de su vasta y majestuosa biblioteca. Cada felicitación era una invitación a la memoria, una forma de recordar que la historia, el saber y la tradición también podían formar parte del espíritu navideño. No faltaron tampoco los grabados de edificios emblemáticos valencianos, estampas de una Valencia pasada que se colaban en los hogares impresas en tinta, o textos breves donde se reflexionaba sobre episodios de la historia del Reino.
Estas prácticas no fueron solo iniciativas individuales. Instituciones culturales como Lo Rat Penat, comercios emblemáticos como la «Libreria Valenciana» de Francesc Almela y Vives, o proyectos editoriales como la Editorial Torre, dirigida por Xavier Casp y Miquel Adlert, entendieron la tarjeta navideña como una prolongación natural de su labor cultural.
Aquellas felicitaciones eran, en sí mismas, documentos: testimonio de una época, de una sensibilidad y de una manera de entender la cultura como algo compartido.
No es casual que hoy estas felicitaciones se coleccionen y se coticen. Su valor no reside únicamente en la firma de quien las emitía, sino en su contenido o incluso quién las recibía.
Frente a todo ello, el presente resulta inevitablemente más pobre. Las felicitaciones digitales que hoy circulan por WhatsApp —a menudo imágenes genéricas, reenviadas sin reflexión— difícilmente serán apreciadas, conservadas o coleccionadas. Algunas aún conservan un destello cultural, es cierto, pero la lógica de lo efímero las condena al olvido inmediato.
Sin dramatismos, pero con cierta melancolía, cabe reconocer que hemos perdido un tipo de documento, que hoy en día se puede considerar histórico.
- Javier Navarro Andreu es miembro de Lo Rat Penat -