La revista de Vicente Talón sobre los mercenarios en el Congo
Crónicas castizas
Anécdotas inéditas de un periodista de guerra
Nuestro periodista recorría Vietnam en guerra y llovía a cántaros, es lo que tiene el monzón. Empapado y caminando por la jungla, el reportero busca donde guarecerse durante la noche y al final, tropezando con ellas, encuentra unos plásticos que apenas distingue en la oscuridad por su color negro
Un veterano periodista de guerra, el español más antiguo en la profesión, acaba de publicar sus memorias y, antes de su impresión y después, le echo en cara insistente la ausencia clamorosa en la obra póstuma de algunas de los cientos de anécdotas que nos ha ido contando a sus amigos y seguidores en diversos encuentros a lo largo de los años, que son muchos y que sean más.
En una ocasión, visitando Hungría, tras hacer el reportaje sobre su fuerza aérea y también la terrestre, para gastar una broma el veterano dijo a sus anfitriones que para completar el trabajo para la revista Defensa que fundó con Arturo Pérez Reverte, y entonces dirigía sólo le faltaba la fuerza naval. Como es sabido Hungría no tiene salida al mar y la broma fracasó y se torció en su contra cuando los militares magiares se miraron consternados y casi balbuciendo le dijeron eso, que su país no tiene costas marítimas y que las únicas lanchas que poseen navegan por el Danubio, que es como su Tajo pero sin Toledo.
En otra de sus andanzas nuestro periodista recorría Vietnam en guerra y llovía a cántaros, es lo que tiene el monzón. Empapado y caminando por la jungla, el reportero busca donde guarecerse durante la noche y al final, tropezando con ellas, encuentra unos plásticos que apenas distingue en la oscuridad por su color negro. Mal que bien pasa la noche bajo ellos hasta que al día siguiente una mano le agita y al despertarse escucha una voz alarmada y una cremallera abriéndose. Sale como puede de los gruesos plásticos mojados y se encuentra con una cara que le mira y pasa del horror a la sorpresa. Cuando termina de arrastrarse fuera de su improvisada protección nocturna, el periodista comprueba estupefacto que se ha metido dentro de las bolsas negras que asilan los cadáveres de los estadounidenses muertos en combate.
Ya en Saigón, nuestro hombre se incorpora a una tertulia de corresponsales de guerra y enviados especiales que se reúne regularmente hasta que le avisan, tras algunos encuentros, que se han suspendido pero en sus andanzas, pues le gusta caminar, al pasar delante del local donde se celebraban los aquelarres de periodistas están todos ahí. Entre la intriga y la cólera espera para interrogar a que salga uno de su confianza y le pregunta. «Mira, tú, en esas reuniones, achispados, contamos cosas que nunca publicamos, ni siquiera escribimos, y todos nos ponemos cardiacos de copas. Al día siguiente las historias se han difuminado en la niebla de la resaca y del alcohol, pero tú no bebes, eres abstemio, lo recuerdas todo y no se te suelta la lengua con la bebida y no cuentas más allá de lo prudente. Eres un peligro para la tertulia».