Atlantic CityLuís Pousa

El peatón, solo ante el peligro

La barra libre de ciclistas y patinetes circulando por las aceras será muy cardiosaludable y ecologista, pero aunque no sea una especie protegida, a algunos nos gustaría conservar la cabeza

Soy un peatón vocacional. Soy tan de ir andando a todas partes que, de hecho, ni siquiera tengo carné de conducir. Y después de medio siglo caminando por las calles de Coruña, nunca he sentido como ahora mismo el riesgo de ser peatón. Ni siquiera en los duros años setenta y ochenta, cuando los conductores usaban el coche hasta para ir a comprar el pan a la esquina y aquello era un poco como el Lejano Oeste, donde cualquier forastero se sentía con derecho a dejar su caballo en la mismísima puerta del saloon o, ya puestos, incluso a entrar en el saloon a lomos de su animal. En los primeros ochenta, en vez de un jamelgo, lo que metían algunos forasteros hasta la cocina del bar era un humeante Seat de segunda mano.

Durante estas décadas, la convivencia entre vehículos y caminantes no ha sido sencilla. Pero, poco a poco, los andarines fuimos ganando espacio y respeto y, hasta cierto punto, ya no miramos a los turismos como aquellos enemigos de otro tiempo cuando, los días que el Dépor jugaba en Riazor, las aceras de Peruleiro eran un aparcamiento sin ley por las que tenías que ir regateando utilitarios en triple fila para llegar al portal. Todos nos fuimos civilizando -algunos a base de multas- y ahora vehículos y peatones compartimos la ciudad con cierta educación y buenas maneras.

Pero justo cuando habíamos llegado al armisticio con nuestro rival de toda la vida, y los paseantes nos las prometíamos muy felices con todos nuestros kilómetros de calles peatonales y de paseo marítimo, ha aparecido un nuevo depredador que nos acecha a la vuelta de cualquier esquina. Son ciertos usuarios de bicicletas, patinetes y otros artilugios de dos ruedas que circulan a toda velocidad por las aceras, por los trechos teóricamente peatonales del mapa urbano e incluso en dirección contraria por la calzada, sin que a nadie parezca importarle demasiado esta yincana enloquecida y electrificada.

Patinetes.

Patinete circulando por la calle

Supongo que esta barra libre de ciclistas a tumba abierta que ignoran los carriles bici y el sentido de circulación será muy ecológica, sostenible y cardiosaludable, pero en la última semana a mí ya han estado a punto de pasarme por encima del cráneo dos veces cuando caminaba tranquilamente por la acera (dos patinetes al ataque) y cuando cruzaba reglamentariamente con el semáforo en verde por el paso de cebra (un ciclista suicida al manillar). Y puestos a ser healthies y ecologistas, qué quieren que les diga, me gustaría conservar la cabeza, que no sé si ya figura junto a linces y ballenas en el catálogo de especies protegidas, pero después de tantos años conmigo, le he cogido cierto cariño.

Lo de las bicis y los patinetes pasándose por los engranajes el código de circulación me recuerda, de nuevo, a las películas del Oeste, donde siempre había enormes trifulcas entre los pequeños granjeros, que querían vallar sus cultivos y sus parcelas para protegerlos, y los grandes ganaderos, que abogaban por no poner puertas al campo y dejar el territorio franco para que sus reses pudiesen ir a abrevar al río. En esta contienda entre los peatones y las dos ruedas, a los paseantes nos ha tocado ser los humildes granjeros atrincherados en nuestra cabaña. Tratamos de pelear contra los poderosos terratenientes que reivindican a tiros el pasto libre, pero en nuestro western no tengo claro de qué lado está el sheriff del pueblo.

Como no estamos hablando de Tejas en el siglo XIX, sino de la ronda de Nelle en 2025, confío en que no tengamos que llamar al Gary Cooper de El forastero ni al Alan Ladd de Raíces profundas para que nos echen una mano en esta lucha desigual entre los que circulan sobre dos ruedas y los que gastamos zapatos. Tampoco creo que haga falta recurrir a la épica de Hollywood para resolver este conflicto de lindes. Bastaría con aplicar cosas tan aburridas como la buena educación y las ordenanzas municipales. Sobre esas y otras soserías por el estilo se levantó la civilización occidental.

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