Acaba una feria de Córdoba entre dos alertas meteorológicas
El final de fiesta que ya comenzó en la jornada de ayer se prolonga en la tarde-noche de este sábado, cuando la feria recibe a gran parte de la provincia

Portada de la Feria de Córdoba 2025
El pasado viernes, antes del alumbrado, el comité climático-técnico municipal avisó de una alerta amarilla por tormentas que, con toda probabilidad, descargaría con furia apocalíptica en El Arenal durante el sñabado y el domingo. Pero ese fin de semana, primero de feria, fue seco como una chancla oenegista olvidada en la portada.
Ayer, el aviso-alarma-alerta también era amarillo, pero esta vez por calor. Del calor, no obstante, estábamos avisados en nuestros cuerpos durante toda la semana. El recinto ferial se ha convertido en una yincana en busca de sombras que no existen y casetas refrigeradas —unas más que otras— en las que reponernos de la lipotimia. De todas maneras, los cordobeses y los turistas han venido a la feria, aunque sea al atardecer y a ratitos. Y a pesar de las alertas meteorológicas.
La feria acoge en las primeras horas con una variedad rica de aromas que van desde el perfume equino hasta el de los primeros pimientos fritos de cada jornada, además de los churreros, que cada año sorprenden con nuevas variedades para desgracia de nuestro jeringo autóctono, y la cosa esa del kebab que no tiene nada que ver con el preparado turco original.
«La Feria de Córdoba ha cambiado mucho. Y quienes la visitamos con regularidad sabemos que, a veces, hay que ser verdaderos héroes para disfrutarla. Es una feria dura, con temperaturas extremas e infraestructuras mejorables». Quien nos dice esto es un verdadero feriante feriado, amante de las tradiciones y de lo nuestro: Manolo Serrano. Profesional veterano de la comunicación (AtresMedia/Onda Cero), se enfunda su sombrero cordobés y no hay Arenal que se le resista.
«Hace años que me siento un poco perdido en la Feria de Córdoba. Muchas de las casetas que solía visitar, que me gustaban, han desaparecido. Y eso ha generado en mí una especie de descontrol mental nostálgico, casi vintage. Aun así, sigo acudiendo a aquellas casetas que, por una u otra razón, me siguen gustando».

Manuel Serrano, con su esposa, en la Feria de Córdoba
La nostalgia de quienes conocieron otra feria —en singular y en La Victoria— es ciertamente inevitable. Pero El Arenal tiene ya veteranía suficiente para cerrar el mayo cordobés como merece. Serrano, a pesar de mirar atrás, también lo disfruta ahora. Entre sus casetas favoritas, destaca «la de la Federación de Peñas, la caseta de La Trabajadera o la de la Asociación de Enganches, que me parece preciosa y donde, además, se come fabulosamente bien. Mención especial merece la caseta de El Esparraguero. Creo que ya cuenta con el reconocimiento que debe tener, pero insisto: es un lugar de encuentro para los feriantes de toda la vida, donde solemos terminar la jornada con un buen potaje, en ese ambiente tan nuestro y tan tradicional. La hermandad hace un gran esfuerzo movilizando a más de 140 hermanos para que la caseta funcione. Ojalá nunca desaparezca, porque para mí es un verdadero referente y su pérdida sería irreparable».
Y es que el mapa de la feria ha cambiado, como lo ha hecho la propia sociedad, la vida misma. Nuestro compañero así lo reconoce: «Es cierto que las casetas han evolucionado. Muchas se han reconvertido en espacios de restauración durante el mediodía, casi como pensiones, para transformarse después en discocasetas donde el ocio nocturno toma el relevo. Todos sabemos que detrás de muchas de ellas hay intereses empresariales, lógicos por otra parte. Pero esto también impone una dinámica nueva: hay que adaptarse. A las cinco, por ejemplo, te levantan de la silla porque empieza otra etapa del día. Para quienes no andamos bien de piernas, encontrar una silla en Córdoba puede ser una odisea».
Desde un punto de vista familiar, la Feria de Córdoba tiene aún mucho margen de mejora. Así lo declara Eduardo Bautista, empresario, gerente de Cazorla y colaborador de La Voz de Córdoba: «Para quienes acudimos con nuestros hijos, en plan tranquilo y de convivencia, hay aspectos que hacen que la experiencia se vuelva incómoda, incluso agobiante».
Eduardo tiene tres chiquillos que, de momento, van con sus padres a la feria, una fiesta que para los niños, sobre todo, consiste en montarse en los cacharritos. «Lo primero que echo en falta, como otros años, es algo tan básico como la sombra. En la calle del Infierno, el calor es insoportable. No hay espacios adecuados para resguardarse. Al final, ves a las familias apiñadas bajo la única sombrilla de un kiosco o refugiándose en la escasa sombra que ofrecen algunas atracciones, que apenas cobijan a cinco o seis personas mientras esperan».

Miércoles de Feria en Córdoba
Hay bastante diferencia, desde luego, entre la posibilidad de refugio y buen clima de la caseta y el terreno de las atracciones. Pero caminar por el recinto, para Bautista, también supone un engorro: «Es que además del calor abrasador, hay otro factor que complica aún más el paseo: el polvo. Se levanta una cantidad enorme al andar por el ferial. No sé hasta qué punto se está utilizando albero como en Sevilla —porque lo que hay allí, si es albero, está claramente mezclado con otra cosa—, pero el polvo que se respira es excesivo. Quizás convendría plantearse una pavimentación progresiva de las calles de la feria, año tras año, o al menos un cambio por un tipo de albero que se levante menos».
El modelo abierto
Parte de la personalidad propia de la Feria cordobesa es su carácter abierto, pero Manuel Serrano cree que esto también está cambiando: «Muchas de las casetas tradicionales se han convertido prácticamente en privadas. Son casetas muy cuidadas, con mucho cariño detrás, pero a las que no puedes entrar. Es una lástima. Cuando llegas y te dicen que no puedes pasar, se te quitan las ganas de intentarlo en otras. Me gustaría poder visitarlas, ver cómo están decoradas, disfrutar de su ambiente, pero ese carácter exclusivo te lo impide».
No obstante, Serrano valora especialmente el trato profesional que se recibe, el valor humano de las personas que trabajan en la mayoría de las casetas: «Aunque se trate de personal contratado, su cercanía y amabilidad con quienes acudimos a la feria es digna de aplauso. La mayoría son jóvenes que están ahí para ganarse un dinero, y sin embargo mantienen siempre la sonrisa. Y eso, en estos tiempos, es algo muy loable».
Para Bautista, la impresión que ofrece nuestra feria a los de fuera no es muy positiva: «Me da pena pensar en quienes vienen de fuera. Coincidí en la parada de los taxis con personas llegadas desde Jerez, Madrid, Sevilla o Málaga. Y aunque la feria es divertida y tiene un ambiente único, no deja de preocuparme que su recuerdo se vea empañado por unas condiciones tan mejorables. Córdoba podría tener una feria referente en Andalucía si se cuidan estos detalles que la hacen incómoda».
Serrano, en cambio, opina lo contrario: «El éxito es evidente. La feria funciona porque los cordobeses vamos, porque la gente de fuera también viene a visitarnos. He estado con personas de fuera de Córdoba y, a pesar de los cuarenta y tantos grados, les ha encantado».
Hoy toca echar el cierre. Por delante tendremos un año más el debate político sobre el modelo de feria y sus mejoras, que no suele llegar a ninguna parte. Y es que, a pesar de algunos detalles que se ganan cada año, esta es una celebración que tiene una vida propia que va más deprisa que las decisiones municipales. «Creo sinceramente que la feria podría ser mucho más amable si se le dedicara más cuidado, más inversión, más mimo. Estamos retrocediendo: de más de doscientas casetas que había hace 33 años, apenas quedan ahora unas ochenta y tantas», advierte Serrano.
Por su parte, Eduardo Bautista concluye señalando que soluciones hay, «y no parecen tan costosas. ¿Tan difícil sería instalar algunos postes con velas blancas como las que se colocan en el centro de la ciudad? ¿O ir plantando árboles de sombra que con el tiempo queden como patrimonio natural del recinto? Son mejoras sencillas, asumibles y con un impacto enorme para quienes la vivimos a pie de calle».
«Esto es inhumano»
Lo que no cabe duda es que esta ola de calor a finales de mayo supone, lamentablemente, una pérdida económica notable para un oficio duro y poco reconocido: el de feriante.